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Lunes 10 agosto, 2020

Waterloo jarocho

Lo peor del coronavirus apenas empieza. Es la recesión. El cierre de negocios, comercios, changarros, empresas, fábricas, industrias. El desempleo creciente. Hacia el final, dicen los expertos, doce millones y medio más de gente cesante. Entonces, será el fin del mundo, el Waterloo, el Dí­a D, para millones de familias. También, para la elite gubernamental para enfrentar tremenda realidad adversa.
Cada vez más, las cúpulas anunciando el quebradero de empresas.

Luis Velázquez

Doscientos restaurantes cerraron de manera definitiva solo en la zona conurbada Veracruz-Boca del Rí­o. TAMSA, despidiendo a más de dos mil trabajadores y empleados. Los meseros, pidiendo limosna en la ví­a pública. Las taiboleras, con el table-dance a domicilio y virtuales, ochenta pesos el acceso en las redes.
Ok. Pero los meses y los años por delante serán peores.
Por un lado, un paí­s de ancianos y con ancianos, la mayorí­a, a la deriva social y económica y de salud.
Y por el otro, el desempleo, y en donde la experiencia, el fogueo y la imaginación alcanzarí­an el decibel más alto para enfrentar y sortear la demanda insólita que habrá de fuentes de trabajo.
A primera vista, significa tarea titánica, inverosí­mil, indescriptible, la capacidad oficial para asumir medidas eficientes y eficaces, más allá, digamos, de los llamados trabajos temporales con la construcción de servicios públicos, pues en todo caso tienen tiempo y pronto de caducidad.
Nadie pensarí­a que los carteles y cartelitos serán o serí­an una fuente de empleo.
Ninguna duda, como dice el experto del barrio, de que los asaltos y robos y saqueos y secuestros serán multiplicados encontrando tierra fértil en todos lados.
Además, con tanto desempleo, la compra de bienes y servicios tenderá a la baja, y por añadidura, más negocios quebrados, ¡vaya cí­rculo vicioso!
Un atolladero tan revolcado que ojalá los funcionarios públicos con calidad de Estadista encuentren el hilo de la madeja, pues de lo contrario, el abismo económico y social espera a la mayorí­a.
Los únicos, sin embargo, que pudieran estar tranquilos son los pobres y la gente que siempre ha vivido en la miseria.
Uno, nunca han tenido nada.
Dos, nada esperan.
Tres, sin nada, aprendieron a sobrevivir, más que “con la medianí­a del salario”, sin el salario mí­nimo, incluso.
Cuatro, en la miseria y la pobreza conocieron la precariedad y se resignaron a vivir así­, por ejemplo, sin bienes materiales, más que lo necesario para vivir, como los chontales de Tabasco, una casita de madera y techo de palma y piso de tierra, y un catre o una hamaca para descansar y reposar.
Y si están enfermos, a curarse los males con las hierbas.
Y si el enfermo muere, ni modo, “para morir nacimos”.

LA VIDA SERí PUESTA A PRUEBA

Las elites gobernantes pronto, quizá ya, se sentirán “atrapadas y sin salida” cuando la recesión empeore y el paí­s esté habitado por desempleados en todos los niveles.
Y es que cuando el Dí­a del Juicio Final esté aquí­ luego de la pandemia, entonces, miles, millones de niños tendrán hambre y sus señoras madres y los abuelos, y con el jefe de familia en el desempleo, la vida será puesta a prueba.
Y sin un centavo en la bolsa para garantizar el pan de cada dí­a…
Y con los ahorritos agotados…
Y viviendo en una casita o departamento alquilado…
Y con todas las puertas laborales cerradas para, digamos, un contratito de un mes, dos meses…
Entonces, los dí­as y noches serán los más difí­ciles y duros en el paí­s.
La efervescencia social bien podrí­a venir desde las regiones rurales con los campesinos y suburbanas con las familias viviendo en las colonias proletarias y urbanas habitando las ciudades, la clase media baja, media media y media alta, quizá, en la resistencia pací­fica y la protesta pública y la indignación social fermentando.
Por eso, la experiencia y la imaginación de las tribus polí­ticas en la hora cero, la prueba más dura de sus vidas, para garantizar el empleo a la población.
Nadie espera ni esperará lujos, viajes, vida loca, desenfreno, pachangas, comelitonas, Super Saturday, fines de semana en el yate navegando en el Golfo de México.
Simple y llanamente, la posibilidad de llevar el pan y la sal a casa para la familia.
La polí­tica económica y social, ya se sabe, ha fracasado en el paí­s. Tan solo en Veracruz, 6 de los 8 millones de habitantes, en la miseria y la pobreza.
Y si así­ estábamos, luego de la pandemia y la recesión, únicamente se esperan realidades insospechadas, jamás imaginadas en los últimos cien años.
Pueblos desolados que habrá. Familias sin la emoción social, incluso, sin la alegrí­a de vivir porque nada podrá festinarse.
La gente, apretándose el estómago. Los niños, como en la sierra de Zongolica, quedándose dormidos en el pupitre en el salón de clases por la anemia y la desnutrición y las tripas chillando. Acostándose cada noche con un cafecito negro, sin azúcar y sin pan.
La gente viviendo a orilla de carretera deseando que un carro carguero de alimentos descarrile en una curva para el saqueo, así­ sean cervezas, caray, para agarrar la borrachera y olvidar un ratito la infelicidad.
Ojalá que las mentes iluminadas, fogueadas, expertas, encuentren la solución para salir del abismo resbaloso en que estamos.
Cada dí­a, la desolación aumenta. Los vientos huracanados arrecian, sin la posibilidad de un dí­a claro, ní­tido, transparente, alentador, lleno de optimismo.
Las noches más largas caminando sobre un terreno abrupto, lleno de espinas y cardos, y con mucha, muchí­sima tristeza.
Un pueblo frustrado, derrotado, apagado y en la desesperación.


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