y encobijan y tiran sus cadáveres en Minatitlán, en la autopista Cosoleacaque-Nuevo Teapa, entonces son palabras mayores.
Ultra contra súper mayores.
Es la iniciativa privada.
Los hombres que crean y recrean empleos.
Uno, Alfredo Ramos Hernández.
El otro, Juan Carlos Hernández Hernández.
Asesinados con armas blancas.
Alfredo, dueño del restaurante de mariscos, La tilapia, en la colonia Esperanza Azcón, de Coatzacoalcos, secuestrado el 16 de julio.
Juan Carlos, estilista, secuestrado el 26 de julio en su negocio del fraccionamiento Villas San Martí­n.
Además de la pandemia...La recesión...
El quebradero de empresas, negocios, comercios, plazas comerciales, changarros, industrias y fábricas...
El desempleo atroz que está y vendrá por todos lados...
Y la hambruna...
Caray, la inseguridad y su hermanita gemela, siniestra y sórdida, y sombrí­a, como es la impunidad.
Ta´canijo el secuestro, desaparición y asesinato del par de crí­menes de los empresarios.
En el sur de Veracruz.
La región más flagelada del estado jarocho.
La vida, recrudecida.
Minatitlán: la masacre en una fiesta familiar. 33 asesinados. Entre ellos, un bebé en brazos de su señora madre.
Coatzacoalcos: la masacre en el antro "El caballo blanco". Trece crí­menes.
Meses anteriores, el año pasado, en Coatzacoalcos inició la resistencia pací­fica.
La población, indignada con el oleaje, mejor dicho, tsunami de violencia.
La gente, en caminatas en las calles y avenidas.
Plantada ante el palacio municipal y el alcalde escondido y atrincherado en su búnker, huidizo y temeroso de enfrentar la realidad, pero eso sí­, muy valiente peleando con la sí­ndica, también militante de MORENA.
La población irritada enviando cartitas a la ONU.
Creando y recreando plataforma digital de indignación crónica.
Sus hijos, estudiando en la Ciudad de México, protestando ante las oficinas del gobierno de Veracruz en la capital de la república.
Y de pronto, ¡zas!, el silencio total y absoluto.
Incluso, sospechoso, indicativo y significativo.
Quizá, pensemos con optimismo, porque el gobierno de Veracruz habrí­a garantizado un cambio radical.
La tranquilidad.
Ahora, el crimen de par de empresarios.
Ta´canijo, secretario, que las circunstancias lo sigan rebasando dí­a con dí­a.
Usted, a la orilla del precipicio, sin saber el siguiente paso.
Sin asestar un manotazo.
Sin dar un campanazo.
¡Vaya desencanto social!
Simple y llanamente, usted, secretario, decepciona.
Por respeto a sí­ mismo debiera usted marcharse de Veracruz.
Nadezdha Vergel.