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Martes 04 agosto, 2020

Tristeza infinita

5 meses y una semana después de la pandemia y la recesión (el tronadero de empresas, negocios y comercios y el desempleo galopante), más que desolación en los corazones y las neuronas, domina y predomina una tristeza en lo más profundo de las entrañas.
Es como un hueco gigantesco en el corazón, un vací­o, viento negro permeando todos los dí­as y noches destrozando todo a su paso, lo más importante, la emoción social y el entusiasmo individual y la muerte de la esperanza de que pronto, algún dí­a, más temprano que tarde, la vida cambie para bien de todos.

En cada nuevo amanecer, el ciudadano que vive con sencillez se levanta para iniciar un nuevo dí­a, pero quizá, sin duda, como un robot, un autómata, pues en los meses que caminan duros y adversos los lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo, son iguales de fatí­dicos.
Por ningún lado se siente, respira, olfatea, huele, la posibilidad de cambiar la tristeza por la alegrí­a de vivir.
Es como un dolor trotando en el cuerpo. Una herida punzante y sangrante. Y lo peor, caminando sobre una autopista cada vez más larga y extensa sembrada cada vez más con espinas y cardos.
Más, mucho más, de seguro está hundiendo los dí­as en el despeñadero familiar y social de las personas desempleadas, liquidadas o despedidas con un gracias en los dí­as polvorientos.
De pronto, caray, se descubre que en la pareja ningún tema de plática y conversación existe, porque ni modo de eludir la realidad cruda.
Entonces, nada mejor que el silencio. Desayunar, por ejemplo, en silencio. Comer en silencio. Cenar, aunque sea un cafecito y un pancito, en silencio.
Y luego, acostarse con la misma tristeza con que se amaneció con el riesgo inevitable de quedar “atrapado y sin salida” en el insomnio…, por más y más pastillitas que cada quien pudiera tomarse.
“La pandemia y la recesión, dijo el otro dí­a una señora, me han dejado muerta en vida”.

DESOLACIÓN SOCIAL Y ECONÓMICA

Cierto, cierto, cierto, de acuerdo con los expertos cada cien años hay una pandemia. Todas, iguales, de feroces, sembrando desolación y tristeza.
Ahora, sin embargo, nos ha tocado y la intensidad es altí­sima, pues cada dí­a más contagiados y muertos, y en un solo dí­a en Veracruz murieron ochenta personas y la estadí­stica de la muerte se conserva todos los dí­as con más fallecimientos,
Pero al mismo tiempo existe otra pandemia peor, más dura, más cruda, como es la recesión.
Empresas y negocios quebrados. Más de cincuenta mil personas desempleadas. Cerradas doce mil 400 empresas en Veracruz. 53 mil empleos perdidos en un semestre.
Y por eso mismo, la tristeza se multiplica pues dí­a llegará, mejor dicho, ya llegó, cuando los recursos y ahorritos escaseen en casa y como en el caso de los meseros de Veracruz salgan a la calle a pedir limosna.
Y como el caso de montón de señoras que suelen tocar en el timbre de las casas del barrio solicitando un donativo con el argumento de que no tienen dinerito para dar de comer a los hijos y el padre está desempleado.
Una trabajadora doméstica despedida en una casa vecina preguntó a la otra, casi al punto del llanto:
“¿Qué haré ahora si yo mantengo a mis dos hijos y mi madre está enferma?”.
El jardinero del barrio dijo:
“Llevo dos semanas sin trabajo. ¡Déjeme lavar el coche!”.
Es, será, duro, terrible, angustiante, llegar a casa y saber que los centavitos ya se agotaron y para el dí­a siguiente el cochinito está en cero para ofrecer una o dos picaditas y gordas a la familia.
Desolación económica y social, mezclada y entremezclada con una profunda, infinita, desesperante tristeza, pues por todos lados están igual.

LA SEÑORA TRISTEZA

Con la familia, los amigos, los vecinos, todas las pláticas están llenas de tristeza. La Señora Tristeza es la invitada indeseada en los dí­as y las noches.
Más, mucho más, en la noche cuando la casa y la calle y el barrio quedan en silencio y con toda claridad se escucha, por ejemplo, el cántico triste de una paloma negra que acurrucada por ahí­ en un escondite indefinible parece cantar con la tonalidad más triste y desolada del mundo.
Será el estado de ánimo de cada quien. Será tener una familia con parientes desempleados. Será la angustia por comprar las pastillitas para el corazón, Norvaz, y la próstata, Proscar, y estar con la bolsa vací­a.
Lo peor entre lo peor, ni modo que en la farmacia te fí­en. Y ni modo de pedir a un familiar cuando el tope de crédito está rebasado.
Aun así­, ni modo, dejar de tomar las pastillitas, seguros y conscientes de que un ramalazo de la muerte bien puede asestar un campanazo.
En vez de morir por el coronavirus o el tsunami de violencia, fallecer de un paro cardiaco.
5 meses y una semana llevamos en el rincón más arrinconado del infierno. Y nada indica la posibilidad del cambio.
Cada vez más tristeza. Más dolor. Más sufrimiento. Más vientos huracanados en contra en la mayor parte, o en todas las familias. Unas más; otras, menos.
La leyenda cuenta que Penélope tejí­a de dí­a y destejí­a de noche con la esperanza del regreso de Ulises resistiendo las tentaciones de las sirenas camino a Itaca.
Pero con la pandemia y la recesión, ni modo de hacerse guaje o tonto. Los dí­as y noches se van encadenando sin una tregua para cuando menos respirar y suspirar y ni modo de volvernos como Job, el paciente bí­blico.


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