Primos en E.U.
•Cornadas del hambre
•Jamás regresaron
ESCALERAS: A los veinte años, el primo agarró camino. Dejó el pueblo, Soledad de Doblado, y fue de migrante sin papeles a Estados Unidos. Nada ni nadie lo ataba. Acorralado por el hambre, el desempleo, los salarios insultantes, sin Seguro Social ni Infonavit, menos, la posibilidad de hacer antigí¼edad para la pensión.
Luis Velázquez
Ranchero en el pueblo, ordeñador de vacas antes del amanecer, cuidador de becerros, jornalero del maíz, el frijol y el ajonjolí, en un rancho de Texas fue contratado para hacer la misma chamba, solo que allá, tecnificada.
PASAMANOS: Pronto aprendió a manejar tractores y máquinas. Trabajando “de sol a sol” nadie le ganaba. Tenía hambre. Padecía hambre. El hambre lo había correteado del pueblo.
Pian pianito fue ganando la confianza del patrón. Un año después, había enviado por un hermano. Y después por otro. Luego, por la hermana.
Los cuatro, chambeando en ranchos. Uno, a su lado. Los otros dos, con otros rancheros recomendados por el patrón.
Dos, tres años después, hace unos veinticinco años, se llevaron a sus padres, y la familia completa dijo adiós a los familiares.
CORREDORES: Rara, extraordinaria ocasión, volvieron al pueblo. A veces, cada diez años más o menos, venían las primas, sus hijas. Una, dijo:
“Nunca volveremos al pueblo. Allá nacimos y hemos construido nuestras vidas. Aquí, solo la nostalgia”.
Allá, fallecieron los padres. El hijo mayor, el primero en agarrar camino, quedó al frente de la tribu.
Hombre maduro, unos sesenta años, sigue chambeando en el mismo rancho y con el mismo patrón y hasta de la familia lo sienten.
Fue leal y eficiente y eficaz y hubo reciprocidad del patrón, la patrona y los hijos, a quienes incluso enseñó las primeras letras de la agricultura.
BALCONES: El primo solo estudió la primaria. Y luego luego, a emplearse, niño de doce años, porque el jornal del padre era insuficiente para alimentar a la familia.
Fue ayudante de todo. Lechero, jornalero, molinero, mandadero, mecánico, carnicero. Incluso, adolescente aún, se echaba al hombro los cerdos que mataban en el rastro y los llevaba al mercado.
Y aun cuando años después aprendió varios oficios, los salarios insultantes de hambre muchas cornadas le dieron.
Nunca el sueldito alcanzaba por más que la madre lo multiplicaba soñando con los panes y los peces.
PASILLOS: Los amigos, en igualdad de circunstancias, lo convencieron. Y en silencio fue ahorrando unos centavos durante unos meses y de pronto, el anuncio a los padres.
“Me voy de migrante a Estados Unidos”, dijo una mañana en la víspera.
Hubo reticencia familiar. Eres el mayor y quedamos solos. A nadie conoces allá. Te vas a la suerte. Con quiénes te irás. Irás solo.
Habló con los padres y agarró camino con dos amigos más. Y a los tres les fue bien. Ingresaron al otro lado.
Y allá conocían a otros paisanos. Y los paisanos, generosos y solidarios, abrieron las puertas.
VENTANAS: En un momento estelar de su vida, cuando los vientos eran huracanados, sin una lucecita en el largo y extenso túnel del desencanto, el primero se fue atrás de la única esperanza antes de hundirse en el abismo social y económico.
Y todos los días, durante muchos años, se agarró a trompadas con la vida empeñado en ser el mejor y abrirse paso en mundo tan reñido y competido de la migración.
Desde hace muchos años tiene la nacionalidad norteamericana. Igual sus hermanos y sus hijos. Y en cada elección presidencial, de gobernadores y legisladores, votan Nunca aprendió el idioma. Digamos, más que lo fundamental para entenderse con el patrón.