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Expediente 2024
Lunes 13 julio, 2020

Muy triste la vida

Cada vez la vida se vuelve más triste. La gente está muriendo muy rápido. Y sin despedirse de la familia. Y sin ser velada de acuerdo con el ritual religioso. Y en el mejor de los casos, cremada, y en el peor, tirado el cadáver en una fosa común.
Los padres, los amigos, los vecinos, los conocidos, están muriendo. “No quiero morir” escribió Albert Camus luego de “La peste”. “No quiero que la gente que amo se muera”.

Luis Velázquez

En un principio, todos vimos la muerte por el coronavirus muy lejos. En el otro extremo del mundo. Ahora, está aquí­ como si “la muerte tuviera permiso”.
Hacia el 8 de julio, únicamente en Veracruz el número de muertos llegaba a mil ochocientos.
Trágico destino de una familia de colonia popular en Boca del Rí­o. Primero falleció la madre. Después un hijo. Luego, otro hijo. Un tercer hijo está contagiado. Y un cuarto vive temeroso.
El bichito fue causando estragos en la familia. Inderrotable. Indestructible.
Los sueños, los ideales, los principios, la utopí­a, las ilusiones personales, familiares y sociales, truncadas por completo.
Más porque la pandemia arrastra pandemia peor. La recesión. El quiebre de negocios, comercios, changarros, industrias, fábricas, empresas. Y por consiguiente, el desempleo.
Dí­as tristes, demasiado dolorosos, llenos de sufrimiento.
La vida es absurda decí­a Camus. La gente ama la vida y está muriendo. La gente tiene sueños y está descarrilando. La gente tiene hijos menores y al morir los está dejando a la deriva económica, social y educativa.
Insólito: desde el aparato gubernamental los polí­ticos siguen jugando a las adivinanzas. Que para agosto, la normalidad. Que el COVID va para largo aseguró el subsecretario de Salud federal. Que el coronavirus sobrevivirá en el año 2021. Que hay “Municipios de la esperanza” donde el bichito no ha llegado. Que ni modo, el rebrote. Y que otra vez, todos encarcelados en casa.


Nunca en cien años una pandemia tan mortí­fera. El peor mundo para los niños, jóvenes y ancianos.
Los adolescentes encerrados en sus casas, sin salir. Los niños, sin entender los estragos en toda su dimensión.
Vivir encerrados en casa como una pesadilla cuando la vida en la calle, en la plaza comercial, en la playa, florece en toda su dimensión.
Antes, vivir en el riesgo y el peligro de los malandros. Ahora, el COVID. Y lo que viene, mejor dicho, lo que ya está, el desempleo creciente para los padres de familia.
Lo más grave, la muerte. Saber que un familiar está contagiada y puede morir. Vivir encerrado solo en un cuarto de la casa durante unos quince dí­as, mí­nimo, para ver si sobrevive a la embestida epidemiológica.
Más duro cuando de pronto, el enfermo muere. Y muere, solo, en su recámara, sin despedirse con un abrazo de la familia. Una madre. Un padre. El abuelo.
En un principio, todos mirábamos tan lejos el COVID. Nacido en el otro extremo del mundo que de pronto trepó en el avión a través de los turistas y que hasta la suela de los zapatos se habí­a pegado.
Y llegó al paí­s y a Veracruz.
Ahora, la versión de que el COVID también se transmite por aire. Es decir, vuela, digamos, como el llamado polvo del desierto de Sahara que tanto afecta las ví­as respiratorias.
En el relato bí­blico aseguran que el Dí­a del Juicio Final los muertos resucitarán. Y, bueno, de ser así­, caray, será terrible solo con imaginar que de pronto, Adolf Hitler, José Stalin, Benito Mussolini y Francisco Franco volvieran a la vida y a la vuelta de la esquina uno se toparía con ellos.
Pero mientras sucede… si ocurre, tantas muertes por el COVID, más la recesión, significan el fin del mundo… y que en todo caso, es la muerte de una madre o un padre, un hermano, un hijo.

LOS ALCALDES DE LA MUERTE
Los dí­as y noches que caminan son tristes. La gente se está muriendo muy rápido. Y lo peor, ninguna vacuna en el mundo.
Cierto, los cientí­ficos médicos hacen pruebas. Pero el COVID parece invencible. Sigue ganando terreno. Inverosí­mil: una gripita convertida en razón de muerte.
Los cadáveres, sepultados lo más pronto posible antes de volverse foco de infección.
Y si se puede, cremarlos de inmediato con o sin permiso de los familiares.
Lo peor, y ante tantos fallecimientos, a la fosa común, todo juntos.
Hay pueblos donde la autoridad municipal está aumentando los panteones. Inverosí­mil, porque ningún alcalde con la imaginación más fabulosa que la de Julio Verne vislumbró que su tiempo edilicio terminarí­a, por un lado, haciendo fosas comunes, y por el otro, comprando terrenos para aumentar la longitud de los cementerios.
Los alcaldes de la muerte.
La muerte, como destino de la vida, considerando, además, que luego de la vida no hay nada. “Polvo eres y en polvo te convertirás”, con los años, claro, en el féretro bajo tierra.
Muchos años después, exitoso, le preguntaron a Woody Allen si continuaba pensando igual sobre la muerte. Dijo: “Siempre estaré en contra de ella”.
Un dí­a, aquí­, nos habituamos a mirar la muerte como lo más natural. Era, fue, es, el tiempo de los carteles y cartelitos. Ahora, el tiempo del COVID.


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