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Viernes 10 julio, 2020

Cronista excepcional

•La vida cotidiana
•Ricardo Rubí­n, maestro

UNO. Cronista excepcional

Ricardo Rubí­n fue un gran reportero. Cronista de la vida cotidiana. Nunca en sus 40, 50 años de ejercicio periodí­stico se ocupó de los polí­ticos. Siempre, en su narrativa, la gente sencilla y común y los famosos, los temas de interés general, desde, por ejemplo, secretos de belleza

Luis Velázquez

y la lectura del horóscopo hasta los chismes de los artistas.
Y los hábitos y costumbres de los artistas renombrados (de cine, literatura, música, deportes, etcétera) desfilaban en sus crónicas.
Asombraba la insólita información que tení­a. Además, con un sentido del humor, propio de las inteligencias incandescentes.

DOS. Sólida autoridad moral
Pero más todaví­a: en medio siglo de ejercer el periodismo en las ciudades de México y Veracruz, dueño de una autoridad moral fuera de serie en un oficio donde hay tentaciones de sobra.
Su vida, hacia la segunda parte del siglo pasado fue austera, cien por ciento austera.
Por ejemplo, viví­a en una casita sencilla y modesta con su esposa e hijo. Siempre se moví­a en el autobús urbano. Nunca frecuentó los restaurantes VIP ni los de segunda o tercera. Siempre procuraba llegar a casa para comer y cenar con la familia.

TRES. Lobo estepario
Jamás suscribió alianzas ni pactos con el resto del gremio reporteril. Era “un llanero solitario”. Casi casi, lobo estepario.
Incluso, para pasar inadvertido salí­a a la calle con un sombrero de ala ancha sumido hasta las orejas, caminando siempre con la mirada agachada y a veces, fingiendo que tení­a joroba majestuosa.
Y sin embargo, el más respetado y admirado reportero de la época.
Nunca un escándalo ni reality-show en su vida. Discreto, con bajo perfil. Gran señor.

CUATRO. En las grandes ligas
Su vida periodí­stica osciló entre la Ciudad de México y el puerto de Veracruz.
Un dí­a, quiso probarse en las grandes ligas del Distrito Federal. Sin conocer a nadie, sin ninguna relación que le abriera las puertas, llegó a la metrópoli más poblada del mundo y se presentó ante José Vasconcelos, el ministro de Instrucción Pública de ílvaro Obregón y rector de la UNAM, y ante el poeta Jaime Torres Bodet, par de figurones en el siglo pasado.
Y les dijo que soñaba con ser reportero del periódico Excélsior. Y les pedí­a una entrevista. Y Vasconcelos y Bodet lo probaron y calibraron en su estilo personal de escribir y en su cultura y le dieron la entrevista y quedaron satisfechos

CINCO. Su ingreso a Excélsior
Luego, redactó las entrevistas y en Excélsior pidió una audiencia con el Jefe de Redacción. Y le dijo:
“Soy Ricardo Rubí­n. Originario de Veracruz. Quiero ser reportero de Excélsior. Aquí­ le dejo dos entrevistas que hice y el teléfono de mi casa”.
Y se retiró. Dí­as después, el jefe de Redacción le avisó que al dí­a siguiente publicarí­an la primera entrevista y la plaza era suya.
Años después, quemó sus naves en la Ciudad de México y regresó a la ciudad de Veracruz.

SEIS. “A cien por hora”
Meses después, por aquí­ anduvo en gira reporteril Manuel Mejido. Y lo buscó. Y lo ubicó como empleado en una farmacia.
“Vine a Veracruz solo para que me cuentes las razones por las cuales cambiaste Excélsior por una botica de pueblo”.
Nunca Rubí­n se lo dijo. El misterio quedó en el limbo. Años después regresarí­a al periodismo con su columna “A cien por hora”, una especie de miscelánea donde se ocupaba de los asuntos de la vida cotidiana, mucha información de todos los temas y una prosa deliciosa.


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