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Escenarios
Jueves 25 junio, 2020

Paraí­so terrenal

•Casa llena de libros
•Vivir para leer

UNO. Paraí­so terrenal

Era el departamento del maestro Héctor Rodrí­guez, académico en la UNAM en la materia de Filosofí­a, el paraí­so terrenal.
Estaba a un ladito de la avenida Independencia, en la ciudad de Veracruz, los libros se amontonaban como unos pajaritos en su jaula gigantesca.

Luis Velázquez

Habí­a libros en los libreros. En el escritorio donde escribí­a. En la mesa de comer. En el buró. En las sillas. En los pasillos de la sala, el comedor y las dos recámaras.
En su depa el visitante debí­a caminar de puntitas en medio de los libros pues apenas podí­a pasarse de un lugar a otro.

DOS. Leer y escribir
El maestro viví­a solo y tení­a una asistente doméstica que guisaba la comida cada dí­a pues él se preparaba el desayuno y la cena, si cenaba, de manera frugal. Frutita, por ejemplo.
Entonces, jubilado dejó la Ciudad de México para terminar sus dí­as en el puerto jarocho y lo único que hací­a era leer y escribir, escribir y leer.
Nunca miraba televisión. Jamás escuchaba la radio. Viví­a tan lejos del mundo que ignoraba las noticias y los titulares.

TRES. Un alcalde lo visitaba
A nadie visitaba. Pero contestaba las cartas que le llegaban de sus alumnos. Y la señora se encargaba de llevarlas al correo.
También recibí­a visitas. Por ejemplo, el presidente municipal de entonces, Mario Vargas Saldaña, atravesaba el zócalo del palacio del Ayuntamiento a su depa para platicar con el maestro el tiempo de un cafecito. Una hora que le daba de tarde en tarde, martes y jueves.
Además, le exigí­a un tema concreto y especí­fico para que nadie perdiera el tiempo, decí­a el profe.
“Lo que no se platica en una hora no se platica en dos”, decí­a.

CUATRO. Tarde deslumbrante
Un dí­a le pregunté, insensible, si habí­a leí­do todos los libros en los libreros y los pasillos y las recámaras. Dijo:
“Toma el libro que quieras y pregúntame”.
Quedé avergonzado. Millón de veces pedí­ disculpas. Lo entendió. Era muy generoso.
Y sin preguntar él mismo fue tomando un libro y otro y otro, al azar, y luego ofreció conferencia magistral sobre sus contenidos.
Fue tarde deslumbrante.

CINCO. Escribir es pensar
El maestro leí­a desde las 6, 7 de la mañana, al despertar, pues solí­a acostarse a las 2, 3 de la mañana, leyendo y escribiendo.
Desde mucho tiempo antes de jubilarse estaba habituado a solo dormir 4, 5 horas. Además, sin la siesta en una ciudad como Veracruz, donde unas 8, 9 personas de cada diez han de tirarse a la hamaca a reposar la comida.
Sabí­a inglés, francés y latí­n. Y tení­a libros en los cuatro idiomas, incluido el español. Y cuando se ocupaba de un tema consultaba un libro en español, otro en inglés, otro en francés y otro en latí­n.
Y luego pasaba las horas dando la vuelta al tema con el lapicero en la mano anotando las reflexiones en una libreta escolar.
“Escribir es pensar”, decí­a. Y ha de pensarse y agotar el tema antes de escribir.

SEIS. La gran riqueza de un hombre solo
Nunca supe si tení­a familia. Hijos, por ejemplo. Y luego de su muerte fue un enigma el destino de sus libros.
Nunca le interesaron los bienes materiales. Ni le provocaron desvelo ni angustias. Su gran riqueza eran los libros, primero, y los amigos después y que, por cierto, eran muy pocos.
Fue un sí­mbolo en el siglo pasado. Por desgracia, ninguna calle lleva su nombre. El peor olvido es el olvido.


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