Un país feliz
Con todo y coronavirus lanzan el estudio nacional sobre la felicidad de los mexicanos. Los encuestadores quieren saber si el país es feliz.
Ya se sabe, sin embargo, que la felicidad total y absoluta es una fantasía, una quimera, una ilusión.
De acuerdo con el sicólogo solo hay momentos felices en la vida de las personas.
Luis Velázquez
Y tales ratitos han de guardarse en algún lado de las neuronas para recordarse en los tiempos adversos, vacas flacas, tiempo de recoger varas y sumirse para ver si así pudieran disfrutarse mejor las horas.
Con todo, la encuestita nacional. El viejito del pueblo dice que para ser feliz solo han de concurrir dos cositas en la vida de una persona.
La primera, un empleo, estable, seguro y cubierto con salario justo. Y la segunda, salud, la mejor salud posible.
A partir de ahí, lo demás como por ejemplo, la calidad educativa, de seguridad y procuración de justicia, el desarrollo humano, depende de cada persona.
Yo, decía el poeta churrigueresco, Amado Nervo, hacia el final de su vida, fui “el arquitecto de mi propio destino”.
Lo indicativo es que la encuestita busca determinar si los mexicanos son felices, o más felices ahora con Amlove, amor y paz, en la presidencia de la república, que con, digamos, Enrique Peña Nieto, Felipe Calderón o Vicente Fox, incluso, que con Lázaro Cárdenas, Francisco Ignacio Madero y Benito Juárez.
En realidad, nunca la felicidad de cada mexicano depende del presidente de la república en turno como tampoco del gobernador en cada entidad federativa.
Quizá dependerá de ellos la felicidad de sus gabinetes legal y ampliado y acaso de los mandos medios.
Pero de ahí pa´lante, la felicidad depende de cada persona y cada familia y cada pareja.
LA FELICIDAD SEGÚN TE VA EN LA FIESTA
El abuelo, con diez hijos, fue un hombre feliz. Su dicha era mantener vivas el montón de flores y árboles sembrados en el patio.
Y vivir, claro, “con la medianía del salario”, sin andar con aventuras políticas expuesto a las pasioncillas intrigantes.
El otro abuelo era feliz ordeñando todas las madrugadas el par de vaquitas, una parte para vender la leche y sobrevivir, y la otra, para el consumo familiar.
Nada hacía más felices a los tíos como ir de cacería cada quincena a cazar conejos y palomas.
Una amiga es dichosa y feliz porque trabaja como burócrata y está a gusto con su empleo y hace lo que le gusta y la vida le permite y se lleva muy bien con los compañeros.
Por eso, los valores referentes para determinar la felicidad son muy subjetivos y cada quien habla de la felicidad como le va en la fiesta.
La felicidad de la mayor parte de la población electoral depende de la autoridad en turno.
Hay, por ejemplo, montón de ancianos que cobran los 2 mil 500 pesitos bimensuales que Amlove, amor y paz, les envía en depósitos bancarios, y sin embargo, juran y perjuran que nunca votarán por los candidatos de MORENA, porque pronto se desencantaron de las promesas descarriladas.
Y si cobran el billetito y pueden ser acusados de desleales, pues entonces, simple y llanamente, que se los cancelen, pues en todo caso, tampoco su felicidad sufrirá una baja.
Los abuelos tienen la felicidad de compartir con los amigos la dicha inmensa de estar juntos un día más y tomar un lechero con una canilla cada mañana.
SOÑAR CON LOS MOLINOS DE VIENTO
6 de cada diez habitantes están en la miseria y la pobreza. Así vivieron los padres y los abuelos y los tatarabuelos.
Diríase, por ejemplo, que la pobreza es una desgracia, aun cuando el término y el concepto social sirvan para discursear en nombre del bien, la justicia y la bondad, “el rayito de esperanza” gustaba que le llamarán a Amlove.
Pero más allá de un empleo seguro y una salud bien conservada, mucho se duda de lo que llaman el paraíso socialista ofreciendo la posibilidad de un mundo feliz.
Los pobres y la gente en la miseria, por ejemplo, vive al instante, hoy, el día con día, sin esperanzas ni porvenir, más que agarrándose a trompadas con la vida en cada mañana para garantizar el itacate y la torta.
¿Eres feliz? preguntaron a un hombre ahora con la encuestita nacional. Y su respuesta fue la siguiente:
¿Qué es la felicidad? considerando, claro, “el más alto ideal posible de la felicidad terrena” (Fedor Dostoieski, en su novela “El idiota”).
En la revolución francesa establecieron un trío de bases para la felicidad. Uno, la libertad. Dos, la igualdad. Tres, la justicia.
Los tres elementos se mezclan y entremezclan en un vaso jaibolero y entonces sale una cosita llamada felicidad.
Pero Víctor Hugo murió soñando con la posibilidad de que los niños del mundo tuvieran derecho a la mejor calidad de vida.
Felicidad total la alcanzada por la mamá de Gabriel García Márquez quien enseñara a leer y escribir a sus nueve hijos antes de cumplir los 5 años de edad.
Felicidad total de Carlos Monsiváis Aceves porque a los diez años, gracias a su señora madre, había leído la Biblia completita, con el Antiguo y Nuevo Testamento.
La felicidad, entonces, es muy relativa. Y medirla con una encuestita, caray, es tanto como el flechador soñando con llegar a la luna con sus flechas. Ahí, envejece. Soñando con “los molinos de viento”.