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8 Columnas
Lunes 18 mayo, 2020

Historias Memorables


Reporteras generosas
•Marcela Prado Revueltas
•Gemma Odila Garzón


Héctor Fuentes

Hay un par de mujeres, ambas reporteras, imborrables, memorables y citables. Ambas, generosas. Más allá, incluso, de la naturaleza humana. Una es Marcela Prado. Inició como cronista a los 14 años de edad cubriendo la...

campaña electoral de Fernando López Arias para gobernador de Veracruz. Parece, enviada especial del periódico "El Mundo", de Córdoba, su tierra natal.
Una leyenda en el mundo cultural de Xalapa. Otra leyenda periodí­stica en la ciudad de Veracruz. Parte de sus crónicas recopiladas en un libro.
Era cronista en El Dictamen. Jorge Malpica Martí­nez, el director editorial. Llegué allí­ como reportero. Horacio Aude Zebadúa, jefe de Redacción.
Y en el primer dí­a, apenas, apenitas, el saludo y de lejos, con una leve inclinación de cabeza, de uno que otro colega. La condición humana, ya se sabe.
En el fondo de la sala de redacción, de espaldas a la pared, y atrás de un escritorio, Marcela Prado Revueltas perforaba las teclas a ritmo de zumba. Solo la habí­a leí­do. Sabí­a de su historia. El respeto de las elites polí­ticas. A diferencia del resto de trabajadores de la información era la única que escribí­a y publicaba crónicas.
Entonces, y luego de unos quince, veinte minutos, de que escribí­a en la máquina asignada, ella se puso de pie y atravesó la redacción y caminó, al parecer, creí­, al escritorio donde me habí­an acomodado.
Llegó. Sonrió. Extendió la mano. Dijo:
--Soy Marcela Prado. Y un gusto que estés aquí­. Y aquí­ estoy, a tus órdenes, por si necesitas.
--Gracias, gracias.
Y se retiró.
Hacia el final de la jornada laboral de aquel dí­a, ella habí­a entregado su trabajo y yo seguí­a escribiendo.
Sacó un libro de su bolsa de mano y se puso a leer y leer y leer. Y cuando ella calculó que mi jornada laboral estaba consumada y escuchó que me despedí­a del jefe de Redacción, guardó el libro en la bolsa de mano y casi casi caminamos juntos al pasillo para tomar las escaleras a la planta baja.
--Te invito un café, dijo, cafetómana que era.
Y tomamos el café.
Y fue para platicar sobre la vida reporteril en El Dictamen.
Fue, es, mujer generosa. Nunca, jamás, he olvidado aquel detalle. Su grandeza humana. Su calidad humana. Su sensibilidad.

"VETE DE AQUí. VUELA"
La otra mujer, reportera, fue Gemma Odila Garzón. Escribí­a sociales. Era rectora de la Universidad Femenina. Cordial y amable con todos. Siempre aprisa y de prisa llegaba a El Dictamen. Entregaba su crónica de sociales, saludaba a los amigos y conocidos y se retiraba.
Cerca, pero lejos. Cordial, pero distante. Digamos, conservando la distancia respetuosa, institucional.
Años después de estar en El Dictamen, una tarde llegó al periódico para sus asuntos. La conocí­a desde lejos, lejitos. "Hola" era quizá el diálogo más abundante.
Y con una sonrisa tan grande como los anteojos que usaba, anillos grandes, alta que era, se acercó al escritorio donde escribí­a. Dijo:
--Leo tus crónicas. Y vuela. Vuela de aquí­.
--Perdón, ¿qué significa volar?
--Vete de aquí­. A la Ciudad de México. Aquí­ te perderás. Serás como todos. Como yo. Mí­rame. Aldeana. Provinciana.
--Gracias, señora Odila.
--No, Odila, a secas.
Nunca, claro, le hice caso. Escuché su consejo y lo dejé pasar. Jamás me detuve en la reflexión, la posibilidad, los escenarios.
Digamos, preferí­ quedar en la comodidad de la aldea.
La paz de la provincia.
El cafecito y el trago con los amigos.
"En el mar la vida es más sabrosa" solí­a entonar Joaquí­n de la Llave, el leal amigo de Juan Maldonado Pereda.
Nunca quise "jugar en las grandes ligas".

GRACIAS, MUCHAS GRACIAS
Muchos años después, las recuerdo, con gratitud.
Gemma Odila, en paz descanse.
Abrazo a Marcela. Con respeto y admiración.
Leo sus crónicas en un ejemplar del libro que, de plano, le robé a un conocido, y en cada lectura es como si platicara con ella, tan intensa y volcánica que fue y será, apasionada del oficio y con oficio.


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