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Expediente 2024
Lunes 06 abril, 2020

Tiempos peores

Se viven los dí­as más duros y difí­ciles de los últimos cien años. Dí­as inéditos. La gente, muriendo en sus casas. Y en las calles. Todo el mundo, acuartelado. Sin salir a la calle. Los negocios, cerrados. Cerradas las tiendas comerciales. Cerrados los restaurantes y la mayorí­a de los hoteles. Cerradas las playas. Cerrados los bares y cantinas. Cerradas las casas de cita. La economí­a, desplomada. Y el pronóstico oficial de que vendrán tiempos peores.

Luis Velázquez

Cierto, en 1985, el temblor en la Ciudad de México dejó una metrópoli en la antesala del fin del mundo. La gente atrapada en sus casas, unas, sin vida, y otras, heridas. Edificios derrumbados. Número incalculable de muertos.
Pero con todo, el epicentro solo fue en una ciudad. Ahora, con el bichito, es todo el mundo. Los niños y los adolescentes, los más afectados. El mundo que les ha tocado vivir.
El peor dí­a en la historia de la humanidad dicen que será el Dí­a del Juicio Final. El dí­a cuando los muertos resuciten y que será terrible, si de pronto, ¡zas!, nos topamos con Adolfo Hitler o José Stalin. El dí­a cuando los jinetes del Apocalipsis cabalguen victoriosos. El dí­a cuando desaparecerá la tierra.
Pero, mientras, caray, la naturaleza expresada en toda su dimensión. Ni en una pelí­cula o novela de terror retratando las pandemias de otros tiempos pudiera igualar el México y el mundo que nos ha tocado vivir. Y padecer.
El gobernador de Hidalgo, Omar Fayad, tiene coronavirus, igual que sus colegas de Tabasco y Querétaro. Fayad dice que está padeciendo los peores dolores musculares de su vida y que si el virus le pega a una persona de la séptima década no lo aguanta. Ha tenido momentos, dijo, cuando ha deseado tirarse por la ventana.
Hay quienes y en nombre de su fervor religioso hablan de un castigo de Dios. Por eso, quizá, el presbí­tero de una iglesia en Xalapa trepó a la parte más alta del tempo y desde lo alto repartió bendiciones con el Santí­simo en mano. El arzobispo de Toluca subió a un helicóptero y bendijo a su pueblo.
Pero Dios, si existe, está ocupado en otros graves pendientes, aun cuando el Eclesiastés dice que si una persona ofende a Dios… Dios se venga.
En todo caso, nadie deseará a un Dios vengativo. En un dos por tres, dice el relato bí­blico, acabó con Sodoma y Gomorra, pecadores desorbitados.
Un bichito como el llamado COVID 19 es la madre naturaleza. Los riesgos de vivir. Por eso le llaman pandemia.

SEMANA SANTA SIN FELIGRESES
Se ha llegado a la Semana Santa. El tiempo más esperado del mundo, unos, para acercarse a Dios, y otros, para vacacionar. Ahora, todos acuartelados. Iglesias que oficiarán, pero sin feligreses. Quizá, los más audaces y temerarios asistirán a los templos, en la advertencia de exponer la vida.
En el siglo pasado, por ejemplo, en Tabasco, hubo un gobernador come/curas. Se llamaba Tomás Garrido Canabal. Plutarco Elí­as Calles le abrió las puertas al gobierno federal. Secretario de Agricultura. Todo, porque en el trópico, ateo al fin, persiguió a los ministros de la iglesia. Los exilió. Les advirtió que solo si se casaban serí­an aceptados.
Y de pitorreo, y soberbia, bautizó a sus vacas, becerros y toros con nombres de Santos, Ví­rgenes, Papas y curas.
Sus tarjetas de presentación decí­an: Tomás Garrido Canabal, enemigo personal de Dios.
Y en Tabasco cerró los templos. Ahora, las iglesias, en cuarentena. Una Semana Santa, digamos, por Internet. Todos, escuchando misa y rezando en sus casas.
Por menos, estalló el movimiento cristero en el centro del paí­s en el siglo pasado.
Pero el bichito chino viaja acompañado. Al lado de la crisis sanitaria, los estragos que vienen. Mejor dicho, ya están, si se considera que miles de trabajadores han sido enviados a sus casas y sin el pago del salario. Más desempleo. Más pobreza. Más miseria.
Más miseria en un paí­s donde 6 de cada diez habitantes viven en la precariedad total y absoluta. Medio millón de jarochos, por ejemplo, solo hacen dos comidas al dí­a, y mal comidas, de tan jodidos que están.
Uno de cada 3 jefes de familia llevan el itacate y la torta a casa con el ingreso en el changarrito en la ví­a pública vendiendo picadas y gordas, tacos y tortas y refresco de cola.
Y como Veracruz ocupa el primer lugar nacional en producción y exportación de trabajadoras sexuales (la subasta del cuerpo para obtener un ingreso), el peor mundo imaginado.
Se ignora si en verdad y de acuerdo con el relato bí­blico algún dí­a será el Fin del Mundo. Pero si así­ es, caray, lo que hoy se está viviendo y padeciendo pareciera en todas sus aristas.

INCALCULABLE DOLOR Y SUFRIMIENTO
Las guerras dejan muchos muertos. Trescientos, por ejemplo, en Rí­o Blanco, cuando la huelga textil en 1907. Un millón, en la revolución. Seiscientos mil, en la guerra de Independencia. 400 mil con Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto luchando soldados y marinos contra los carteles.
Pero la pandemia, y sin disparar un solo tiro, está dejando miles de hogares enlutados. Niños huérfanos. Viudas. Viudos. Padres ancianos fallecidos.
Un dolor y un sufrimiento incalculable.
Hay profetas de la buenaventura. Ellos proclaman que todo ser humano viene al mundo para ser feliz. Pero cada recién nacido enfrenta un mundo adverso, por ejemplo, las pandemias que suelen expresar el principio de Peter de la ciencia médica. La medicina, rebasada por las circunstancias. En la novela “La peste” de Albert Camus, ningún doctor estaba preparado, tampoco previeron la llegada del mal a través de unas ratas que invadieron el pueblo y luego de infectar a la población, las ciudades se llenaron de muertos tanto de ratas como de seres humanos.
La vida, pues, en el tiempo del coronavirus. Y lo único que interesa es sobrevivir a la pesadilla atroz.
Y lo peor, aun cuando la población está acuartelada están muriendo en sus casas, como en Guayaquil, Ecuador, donde la semana anterior unos cuatrocientos cincuenta cadáveres esperaban ser levantados por el carro de carga oficial para ser trasladados al cementerio.
Solo queda rezar dirí­a el arzobispo de Xalapa, aun cuando sirve, digamos, de consuelo, pues las oraciones nunca detendrán el crecimiento voraz de la pandemia, ni siquiera, por ejemplo, con la estampita de “Detente enemigo” ni menos, mucho menos, comiendo mole poblano como dijera el góber precioso, Miguel Barbosa, ¡vaya desfachatez, el graciosito de la izquierda convenenciera!


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