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Diario de un reportero
Sábado 21 marzo, 2020

Un hombre feliz

El sacerdote í­ntegro
•Dar sentido a la vida


DOMINGO
Un hombre feliz



Muchos años después, el viejo reportero revolcó la nostalgia y rastreó la pista de algunos días felices en el ejercicio periodístico. Entonces, encontró algunos episodios que le alegraron los días y las noches.
Por ejemplo, la amistad con Celedonio Macuistle Tecpile, un indígena de la sierra de Zongolica, originario de Astacinga, casi casi en la cumbre de la montaña, desde donde puede mirar el pueblo de Tehuipango.
Cada año, en el tiempo del corte del café, los cítricos y la caña de azúcar migraba, algunas veces con la familia, a los campos de Veracruz, buscando la vida.
Y como llevaba a la familia, entonces, los niños le ayudaban en el corte de caña y también, su esposa, Rosa Acahualt, para mejorar un poquito el jornal.
En medio de la pobreza, rayando en la miseria, era un hombre feliz. La familia, el principio y el fin de su vida. Siempre pendiente de todos ellos. Cariñoso y afectivo.

Luis Velázquez

Toda la vida, usando huaraches. Nunca zapatos. Toda la vida, con un par de muditas sencillas, modestas y baratas. Toda la vida, cargando un morralito donde guardaba su único patrimonio, una biblia, que alguien le habí­a obsequiado. Creí­a en Dios. Dios se olvidó de él y su familia.

LUNES
Un sacerdote í­ntegro

El periodismo le permitió la amistad con David Constantino Garcí­a, el sacerdote más í­ntegro y honesto de Veracruz, con una inteligencia incandescente y cultivada, y cuyo único patrimonio era una biblioteca de unos cinco mil ejemplares.
Su talento le permitió ser enviado a Roma para estudiar Filosofí­a. Y en vez de quedarse regresó al pueblo.
Y durante un tiempo estuvo cerca del Obispo, en la Diócesis.
Pero la envidia de otros curitas y las intrigas pasionales por adueñarse de cargo, era Secretario de la Mitra, lo descarrilaron. Y refundieron en una iglesia.
Luego, la saña fue peor. El bloque de curitas alrededor del obispo lo envió al Gulag y le quitaron la iglesia y prohibieron al resto de presbí­teros le permitieran oficiar misa en sus iglesias cuando cada sacerdote está obligado a oficiar todos los dí­as.
Bien decí­a León Tolstói que a veces la inteligencia se convierte en el peor enemigo de la persona.
Y como don David luchaba por su libertad y su independencia, entonces, más lo excluyeron.

MARTES
Dar sentido a la vida

El doctor, maestro y filósofo, Diódoro Cobo Peña, fue otra gran amistad gracias al periodismo.
Impartí­a clase en Bachilleres Veracruz y en la facultad de Periodismo. Era cardiólogo de niños y tení­a su consultorio en la avenida Independencia del puerto jarocho.
Y en su consultorio tení­a, más o menos, unos diez mil libros, que también habí­a leí­do.
Escribió y publicó unos diez libros sobre las materias que impartí­a, a saber, Filosofí­a, Pedagogí­a y Literatura.
También publicó un libro de poemas. Se llamaba Perfil de humo, y el prólogo fue escrito por su amigo, el polí­tico y filósofo, José Vasconcelos, secretario de Educación con el presidente ílvaro Obregón.
Una vez a la semana, el reportero llegaba a su consultorio y el maestro era generoso y platicaba de su vida, su experiencia, su filosofí­a, su mirada social, bañado con un análisis sobre la realidad polí­tica y social.
Y su mirada orientaba el trabajo reporteril. Le daba un sentido de vida.
La plática duraba el tiempo de dos cafés, porque todas las noches iba al cine y era un experto cinematográfico.

MIÉRCOLES
Correr atrás de los sueños

Durante unos 8 años, el viejo reportero caminó Veracruz de norte a sur y de este a oeste. En autobús de pasajeros. Y en carros de redilas. Y en burros y caballos. Y a pie.
Y siempre, claro, en misión periodí­stica, contando los hechos, las historias, la vida.
Y en aquellas travesí­as con la grata compañí­a de un trí­o de fotógrafos. Jorge Espinoza, ya fallecido. Humberto Salgado y Ví­ctor Sevillano.
El único de los tres que integró un archivo, bien ordenadito, por temas sociales reporteados y por ubicación geográfica y con el tiempo preciso fue el maestro Salgado, y quien algunas ocasiones ha expuesto su colección en la ciudad.
Los ejes temáticos de aquel tiempo fueron, entre otros, los caciques, “señores de horca y cuchillo”, con pistoleros y sicarios que mataban por cincuenta mil pesos y estremecí­an la vida huracanada y turbulenta de entonces, casi casi como hoy.
Pero también la historia de indí­genas y campesinos, corriendo siempre atrás de los vientos persiguiendo sueños y utopí­as para mejorar y enaltecer la calidad de vida de sus familias.
El objetivo social era contar aquellas historias que a tales lí­mites se reduce el trabajo reporteril, pues ni modo de soñar con cambiar el mundo, pues tal, digamos, corresponde a los polí­ticos y a los enviados de Dios.

JUEVES
Trabajó en 9 periódicos

En más de cincuenta años, el reportero trabajó en 9 periódicos. Varios ya, desaparecidos. Se cumplí­a así­ la historia de un trabajador de la información de andar brincando de medio en medio, atrás, digamos, del ideal.
Y cuando, ni hablar, se presenta un conflicto de intereses con los magnates mediáticos, la puerta de salida es demasiada ancha y el adiós cerrando un ciclo laboral.
“¡La vida es así­, y ni modo, qué le vamos a hacer!” exclama un personaje de Carlos Fuentes Mací­as en una de sus novelas.
Los dí­as y los años se fueron quedando en la calle buscando la noticia y en la sala de redacción tecleando en las viejas y fascinantes máquinas mecánicas de escribir cuando se escribí­a a teclazo limpio y la hoja de papel quedaba perforada en el rodillo.
Un escritor lo decí­a así­:
El reportero escribe al chingadazo como si fuera un herrero en el yunque, pero un escritor acaricia las teclas como pianista, con delicadeza para escuchar y gozar el bamboleo de las palabras.

VIERNES
Esperar el adiós

La vejez va caminando y el periodismo dejando un vací­o, casi casi la nostalgia.
Pero con todo, “gracias a la vida” (Violeta Parra), porque quedó la amistad, entre otros, con Ignacio Ramí­rez, don Julio Scherer Garcí­a y Manuel Buendí­a, ya fallecidos.
Además de un montón de contemporáneos que también ya se fueron.
Y gracias, porque durante unos cincuenta y cinco años (el grueso de la población de Veracruz es menor de treinta años) pudo llevarse el itacate y la torta a casa.
Y también pudieron cronicarse las historias (olvidadas al dí­a siguiente) de cada tiempo.
Hay en la biblioteca personal unos diez mil libros que todaví­a siguen leyéndose y releyéndose sin necesitar de saber ni conocer los hits literarios, pues nada mejor (decí­a José Vasconcelos) que leer los libros de los escritores muertos, pues ellos ya trascendieron, y los nuevos apenas se verá.
Casi todos los libros están rayados, pues “libro leí­do libro rayado” para luego volverse a leer en las partes importantes.
En algún lugar del camino (en cada cambio de casa suelen perderse cosas, papeles, documentos, libros) quedaron archivos completos, recortes de periódicos, y que recordaban los dí­as y los años vividos.
Ahora, solo resta esperar el momento definitivo del adiós.


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