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8 Columnas
Jueves 12 marzo, 2020

José Pagés Llergo, padrino en la FACICO


Una historia imborrable, memorable y citable en la antigua facultad de Periodismo de la U.V.//Por Gonzalo López Barradas

La noche del 9 de septiembre de 1966 fue memorable para el mundo periodí­stico de entonces y para los cinco jóvenes que egresaban de la Facultad de Periodismo de la Universidad Veracruzana,...

pues tres grandes actores de la historia, cada uno en su lí­nea, se juntaron en el recinto oficial del Ayuntamiento veracruzano para enseñarnos, con sus palabras, cómo debe ser el joven, el hombre y la dimensión de su presencia en la vida profesional.
Fue un orgullo para Veracruz que uno de los mejores periodistas contemporáneos del siglo pasado fuera el padrino de esa generación, José Pagés Llergo, director de la revista Siempre¡ y como testigos de ese acontecimiento el gobernador Fernando López Arias y el director Alfonso Valencia Rí­os, acompañados por el rector de la Universidad, Fernando Garcí­a Barna, el general Heriberto Jara y el muní­cipe, Manlio Tapia Camacho.
Esa noche se escucharon tres discursos que cimbraron al auditorio y que han quedado inscritos en la historia como un valor testimonial. Transcribimos el primero, el de José Pagés Llergo. “Compañeros: han llegado ustedes al sitio exacto donde se bifurcan dos caminos.
Dos rumbos opuestos se tienden en la distancia de sus vidas y a partir de ahora habrán de meditar, si no lo han hecho todaví­a, cuál de ellos habrán de seguir. En esta decisión está en juego el destino personal de cada uno de ustedes y en cierto sentido también de la patria misma.
Uno es blando y suave y conduce al disfrute de una vida cómoda. Para seguirlo, basta con cerrar los ojos a la realidad, los oí­dos al clamor débil y la boca para acallar los gritos de la propia conciencia.
El otro es más largo y más lleno de obstáculos y de peligros. Habrá que recorrerlo desnudo de ambiciones pero abrigado de responsabilidades. Y, al fin de la jornada ya maltrechos y decepcionados, hallaremos como recompensa una pobreza digna y la sentencia de una voz mágica que nos dirá con la fatalidad del oráculo, si supimos cumplir como hombres, como mexicanos y como periodistas.
En cualquiera de los dos casos, no han elegido ustedes una carrera fácil ni tranquila. Porque si soslayan su responsabilidad tendrán como castigo la propia maldición y si la cumplen, tendrán como premio la indiferencia y el vací­o. Así­ es esto. Así­ habrá de ser hasta el fin de los dí­as.
Yo me pregunto si tengo derecho de enfrentarlos a esta disyuntiva. Me pregunto qué ejemplo valedero puedo invocar de mi generación y qué enseñanzas elevadas podrí­a dictar como lección un hombre de mi tiempo a quienes buscan, como ustedes, una luz que les marque el derrotero.
Porque no están limpias nuestras manos ni nuestras conciencias y porque la piedra que arrojemos, podrí­a rebotar sobre nuestras cabezas al impulso reversible de una conducta que no ha sido ejemplar.
Porque hemos doblado las espaldas y hemos hincado las rodillas ante el altar donde presiden los signos más reverenciados de nuestro tiempo, allí­ donde el poder y el dinero se levantaron en sí­mbolo para ocupar el lugar de Jesucristo. Porque hemos claudicado de la dignidad en beneficio de satisfacciones primitivas y porque nos hemos hecho insensibles al dolor del pueblo en cuyo nombre pretendemos ejercitar un derecho del que no somos dignos del todo.
El periodismo mexicano saltó de la bohemia de cantina a la caja registradora de un almacén de abarrotes sin haberse detenido en la preocupación por México. Y sólo tuvo momentos estelares en la Independencia y la Reforma y leves destellos de grandeza y hombrí­a en la gesta de la Revolución.
La prensa nuestra ha degenerado hasta convertirse en un escaparte multicolor para atraer clientela infantilista. Es un anzuelo arrojado al mar tormentoso de las ambiciones. Es una sucia cadena que invita a aprisionar las conciencias de quienes tienen -¡y son muchos!- vocación de esclavos.
Ignoran que hoy como ayer, como mañana, un periódico será siempre superior a otro, no en razón de su técnica ni de su lujo, sino en función directa de su moral y de su limpieza.
Hemos de entregarle al pueblo un periodismo que lo preocupe y no que lo entretenga, si queremos ser dignos de este noble oficio que ejercemos, sin más tí­tulo que el de la vocación y que nos convierte ante la nación en árbitros y jueces de problemas y situaciones que muy frecuentemente están por encima de nuestra cultura, y en muchas ocasiones también, de nuestra autoridad moral.
Oscilamos entre el halago abyecto y la censura irresponsable. Lejos de la serenidad y el análisis, es la pasión la que mueve nuestras plumas. Convertimos a los enanos en gigantes, o movidos por el rencor y la envidia destruimos honras, negamos el talento, ofendemos la belleza y aplastamos la capacidad. La crí­tica, llevada a este extremo, no sólo pierde su eficacia sino que se convierte en crimen porque se pone al servicio de los más bajos instintos, porque sólo responde a lo negativo de nuestra conciencia y en el mejor de los casos, al interés de la antipatria.
Allí­ nace el divorcio entre el que escribe y el que lee. De allí­ parte la desconfianza tradicional en nuestra prensa. Y no podemos exigir otra conducta, porque los pueblos siguen a un iluminado, pero intuyen la presencia de un farsante. Cuando el periodista pierde su autoridad y abdica de su condición de lí­der, no puede aspirar al respeto del poder público, ni debe protestar porque la nave del Estado sea conducida sin nuestra orientación ni nuestro consejo.
En justicia, habrí­a que meditar hasta dónde llega la responsabilidad del periodista y hasta dónde empieza la de nuestros gobiernos. Porque mucha de la escoria de México ha comprado la patente de corso que supone la propiedad de un periódico y se han convertido en águilas rampantes sobre la superficie de esta adolorida patria.
Y si lo hicieran para medrar solamente, su daño serí­a relativo en una sociedad que acepta el periodismo como un negocio. Pero su crimen va más lejos porque ofenden lo sagrado que hay en nuestra actividad y porque envenenan y prostituyen la conciencia de un pueblo ante la tolerancia de los gobiernos que no sólo les teme, sino que también los alienta, los protege y los respeta.
Si hemos de vivir a la altura de nuestra misión, habremos de procurar ser soldados y maestros, apóstoles y sacerdotes. Y si estos valores nos fueran negados por la suerte, procuremos ser fieles al origen, procuremos ser hombres.
No tengo más autoridad y ella es muy relativa por cierto, que la que me concede el ejercicio de cuarenta y dos años no interrumpidos en el periodismo. Este es el único tí­tulo que invoco al responder al deber que me impone la generosa hospitalidad de ustedes. Y si un consejo habrá que dar quien tiene más necesidad de recibirlo, quisiera llevar a la conciencia de cada nuevo compañero el orgullo de haber nacido a una profesión que ejercida con autoridad y decoro nos sitúa arriba de todos los temporales y sólo al nivel del artista que produce un pedazo personal del mundo.

Y habremos de elevarnos arriba de nuestras miserias para ser humildes ante el sabio, comprensivos ante el débil, altivos ante el fuerte. Y en todos los casos, saber distinguir entre el interés personal y el interés de nuestra patria.

Surgen ustedes a la lucha bajo los mejores auspicios. Al privilegio de haber nacido en un Estado que ha sido capitán de la grandeza de México y centinela de su integridad, añaden la suerte de poseer una de las más elevadas tribunas que haya producido el periodismo de toda la República. Cargada de pasión, de errores y de aciertos, es El Dictamen la presencia misma de este pueblo, de todos ustedes, que no pueden declinar, si son honestos, el honor o la responsabilidad de haberlo hecho a su imagen y semejanza.
Si la Facultad de Periodismo de Veracruz, de la que ustedes son hijos, es en este instante modelo y ejemplo de la nación, su obra creadora no tendrí­a su exacta dimensión si careciera de este instrumento que siendo timón y escuela, da jerarquí­a a cualquier profesional, de cualquier paí­s, de cualquier tiempo.
Y serí­a injusticia y cobardí­a si no agregara a los signos positivos la preocupación para mí­ incomprensible, de mi amigo Fernando López Arias para elevar, en el ámbito de su humanismo, una profesión que lo ha golpeado despiadadamente.
Ha progresado tanto la ciencia, que el vino ya no se hace con uvas, ni el chocolate con cacao, ni los periódicos con periodistas. Ignoro, pues, cuál sea la actividad a la que dediquen su esfuerzo y su talento estos nuevos compañeros. Pero si el azar los llevara a ocupar un sitio en la prensa, donde es frecuente ver a la tropa superando en capacidad a sus generales, quisiera sentirlos tan limpios, tan apasionados y verticales como lo ha sido usted, maestro Valencia, en este bello, duro, mágico y alucinante oficio nuestro que es el periodismo".


1 comentario(s)

Una sincera felicitación, para el colega y apreciable amigo, Gonzalo López Barradas. Por la transcri 19 Oct, 2022 - 22:50

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