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Diario de un reportero
Sábado 07 marzo, 2020

Búsqueda de la felicidad

Ganar las 8 columnas
•Escribir un libro
•Utopí­a periodí­stica


DOMINGO
Felicidad periodística



Un viejo periodista escribe y dice que en el oficio de contar historias la felicidad es posible.
En ningún momento, refiere, porque como en el siglo pasado los políticos y los voceros siempre pagaban a los reporteros las grandes comelitonas con alcohol en abundancia y con mujeres, sino por otras razones. Entre ellas, las siguientes:
La felicidad, dice, de un trabajador de la información se alcanza cuando en buena lid gana la noticia de 8 columnas de portada.
Por ejemplo, Luis Spota, quien durante 45 días ininterrumpidos se llevó la noticia principal de la portada de Excélsior, y todas fuera de serie, una de ellas, descubrir la identidad de Bruno Traven, el exitoso escritor que publicaba con un seudónimo.
Una hermana del presidente Adolfo López Mateos era su amiga y su agente literario en México. Y ella fue el enlace de Luis Spota.

Luis Velázquez

Basta y sobra, observa el viejo reportero, con tener amigos en el oficio que te abran las puertas. Pero, bueno, en la vida, dice el adagio popular, “los amigos se cuentan con los dedos de una mano”.

LUNES
Las 8 columnas de Manuel Buendí­a

La felicidad del periodista Manuel Buendí­a, asesinado por la espalda en el sexenio de Miguel de la Madrid, fue un dí­a cuando su columna Red Privada apareció publicada a 8 columnas en El Universal, porque descubrió la doble identidad de un agente de la CIA asignado en México como agregado cultural.
Y aun cuando la columna se publicaba en portada, en recuadro, en la parte inferior, aquel dí­a la dirección editorial la publicó a 8 columnas.
Y estremeció tanto a la Embajada de Estados Unidos que el espí­a encubierto fue regresado al paí­s vecino.
La felicidad de Ignacio Ramí­rez cuando reportero de Proceso logró la portada denunciando la construcción del Partenón de Alfonso Durazo, jefe policiaco en la Ciudad de México, amigo del presidente José López Portillo.
Entonces, en un solo puesto del Distrito Federal Proceso vendió 5 mil ejemplares por la foto de la mansión impresionante de Alfonso Durazo.
Ignacio Ramí­rez mereció la portada solicitando trabajo en la obra como albañil gracias a un tip que le pasaron otros albañiles… en una sabrosí­sima borrachera que empezó con cerveza y terminó con tequila “echando algo más fuerte al estómago”, como decí­a El Nigromante.

MARTES
Escribir un libro

La felicidad también se alcanza cuando del periodismo el escribidor pasa a la literatura y escribe y publica libros.
Primero, libros de historias periodí­sticas, quizá un recuento de sus mejores crónicas o reportajes. Luego, un libro sobre historias derivadas del ejercicio reporteril. Y luego, una novela.
Claro, ningún escritor que se respeta publica literatura soñando con enriquecerse. Los libros, decí­a el antropólogo Gonzalo Aguirre Beltrán, pocas, excepcionales veces dejan dinero. Acaso, prestigio y nombre. Pero además, un nombre efí­mero, porque cuando pasa el efecto cultural, entonces, el libro se olvida y ha de escribirse otro libro para mantenerse vigente.
Pero, bueno, la posibilidad constituye una esperanza para ser feliz.
Todos los tiempos, por ejemplo, cientos, miles de reporteros en el mundo han dado el siguiente paso para escribir un libro.
Con frecuencia, don Julio Scherer Garcí­a, director general de Proceso, platicaba con los reporteros en la sala de redacción y les preguntaba sobre el reportaje en turno, pero también si escribí­an un libro.
Y de lo contrario, los alentaba a escribirlo. Trasciéndase a usted mismo, les decí­a.

MIÉRCOLES
Una crónica sabrosa

Otro camino para la felicidad en el periodismo es la dicha inmensa de escribir y publicar una crónica sabrosa, donde el rigor informativo se acompañe de la prosa fina, elegante y lapidaria.
Las crónicas, por ejemplo, entre otras, de Miguel Reyes Razo, Fernando Meraz, Ciro Gómez Leyva, Francisco Ortiz Pinchetti, Elí­as Chávez, Pepe Reveles y Alejandro Almazán, varios de ellos que publicaron libros, incluso, novelas como Almazán, 4 veces premio nacional de Crónica y una vez premio Internacional de Periodismo “Gabriel Garcí­a Márquez”.
Y es que el mejor periodismo de todos los tiempos está en las crónicas de la Biblia, el Viejo y el Nuevo Testamento.
Es ahí­ donde se aprecia al mejor reportero, pues mientras, digamos, la nota informativa suele escribirse al fregadazo, la crónica necesita la pulcritud literaria y las virtudes estilí­sticas, tan bien escrita, o mejor, que una novela, un cuento o un poema.
El deleite de leer a Ortiz Pinchetti, Elí­as Chávez y Almazán, por ejemplo, donde leyendo en voz alta sus crónicas se escucha el bamboleo dancí­stico de las palabras y de las frases asombrosamente ensortijadas.

JUEVES
Ir al infierno por una exclusiva

Quizá la felicidad total se alcanza cuando el reportero es un enviado especial, cierto, a un pueblo lleno de ira social, pero también, al frente de guerra, más, mucho más que a un foro polí­tico nacional o internacional.
José Pagés Llergo, por ejemplo, siguiendo a Adolf Hitler en Europa hasta lograr la exclusiva.
Julio Scherer Garcí­a siguiendo a Andrés Malraux, escritor y novelista, secretario de Cultura de Charles de Gaulle, presidente de Francia en dos ocasiones.
Pepe Reveles descubriendo una cárcel mexicana en Buenos Aires y que diera pie a un libro.
Elí­as Chávez siguiendo a José López Portillo, ex presidente de México, en varios paí­ses de América Latina, para una entrevista donde le dijera que “era el último presidente revolucionario” del paí­s.
Alejandro Almazán escribiendo una crónica del Medio Oriente, la franja del mundo en disputa entre israelí­es y palestinos.
Francisco Ortí­z Pinchetti escribiendo la crónica de una narco/carrera en un pueblo del centro del paí­s donde los jefes de los carteles jugaban con sus caballos.
“Si el diablo me ofrece una entrevista…voy a los infiernos” decí­a Julio Scherer.

VIERNES
“Era pobre, pero muy feliz”

El viejito del pueblo dice que uno de los caminos para ser feliz es tener un trabajo que a cada quien le guste para sentirse realizado. Y cierto, dice, el periodismo hace feliz a los tundeteclas.
Ernest Hemingway, enviado como corresponsal de guerra a Parí­s para de allí­ partir al frente bélico, siempre dijo que en Parí­s habí­a sido “pobre, muy pobre, pero muy feliz”.
Y durante mucho tiempo envió a su periódico crónicas de la vida cotidiana en Parí­s, cuando viví­a con su esposa de 23 años de edad en un departamento muy pobre amueblado solo con los objetos útiles como la cama, por ejemplo, y en donde cuando llegaba la hora de comer inventaba que tení­a una comida y se la pasaba dando vueltas en la calle esperando que pasaran las dos horas y regresar a su depa y en donde su esposa habí­a comido… con el dinerito que le habí­a dejado.
Algunos fines de semana, la esposa preparaba sándwiches y compraban una botella de vino barato y se iban a un lecho del rí­o Sena y se sentaban debajo de un árbol con sombra gigantesca, y tendí­an un mantel sobre la tierra y comí­an mirando el paso de la corriente y escuchando el cántico de los pajaritos.
Para ser feliz, decí­a Hemingway, solo necesito a mi esposa, unos sándwiches, una botella de vino barato y una máquina de escribir para redactar las crónicas y los cuentos que entonces escribí­a.


1 comentario(s)

Nieves Sanchez Gomez 08 Mar, 2020 - 04:58
Excelente Maestro...Le Admiro y Me Privilegio ,Con Leerlo.

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