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Miércoles 26 febrero, 2020

Asesinar sin compasión

La madrugada del miércoles 19 de febrero, una familia (el padre y la madre, y dos hijos, una mujer y un hombre) fueron asesinados en su casa en el poblado Abasolo del Valle, en Playa Vicente.
El padre se dedicaba a la compra y venta de ganado. Y le iba de maravilla para arriba, digamos, ajá, como puede advertirse en la casita donde viví­an.

Luis Velázquez/Parte III

Una, en medio del monte. Dos, en una casita con paredes de madera y techo de zinc y piso de cemento. Tres, en un lugar, donde todo indica, escasean los servicios públicos, digamos, el agua y ni se diga el drenaje.
Cuatro, en la fachada de la casita colgando un montón de macetas con florecitas quizá instaladas ahí­ por la madre y la hija.
Cinco, y como es natural, sin vecinos a los lados.
Seis, alejados de lo que llaman la civilización urbana. Y más, en un municipio como Playa Vicente, donde el oleaje de la violencia ha alcanzado decibeles insospechados, caso, y por ejemplo, en el duartazgo, cuando 5 jóvenes (una mujer, menor de edad, y 4 hombres) fueron detenidos por la policí­a de Tierra Blanca y entregados a los malandros y desaparecidos… hasta la fecha.
La madre, Adela López, 43 años. El padre, Misael López, 53 años. La hija, Rosa, 22 años. El hijo, Misael, 20 años.
Hacia las 4 de la madrugada, los malandros llegaron en motocicletas y dispararon. El yerno del comerciante, Guadalupe Alfonso Zamudio, calcula unos diez tiros Incluso, ráfagas de metralleta.
Después, el silencio.
Y, bueno, con todo y que el padre se dedicaba a la compra y venta de ganado, bastarí­a referir que la familia viví­a en una casita modesta entre las modestas, y ni modo que tuviera bajo el colchón dinerito guardado o cuentas bancarias insólitas.
Y más cuando el dicho popular afirma que hay cositas que nunca pueden ocultarse, como por ejemplo, el dinero y el amor y el rencor y el odio también.
Se ignora si una venganza porque, digamos, el señor se hubiera resistido a pagar el llamado derecho de piso a los malandros.
O en todo caso, y en el peor escenario, un ajuste de cuentas.
Pero mientras “peras o manzanas”, y solo a partir de la casita donde viví­an, la barbarie y la saña en un Veracruz donde canija es la errática polí­tica de seguridad pública, pero igual o peor la impunidad.
Más grave si se considera la situación económica de la familia acribillada “con alevosí­a, ventaja y premeditación” desde el momento cuando los sicarios llegaron en la madrugada…
Y rafaguearon con metralleta la casa…
Y dispararon sin ton ni son…
Conscientes y seguros de que los padres y los hijos dormí­an…
Dispuestos a matar sin tregua, misericordia ni compasión.

MANTO DE IMPUNIDAD
La lectura polisémica del atentado contra la familia es la siguiente, entre otras variables:
1) Los malos hacen y deshacen y aplican, digamos, y en términos generales, sus ajustes de cuentas con toda la impunidad del mundo.
2) Hay dí­as, como el 19 de febrero en la madrugada cuando y como dice el escritor y reportero, Ricardo Ravelo Galo, cada sexenio tiene sus carteles preferidos. Y en el caso de Veracruz, serí­an más de uno, dueños del dí­a y de la noche.
3) Los carteles matan y huyen y matan y huyen y siguen matando y siguen huyendo. Y un manto de impunidad los hace “crecer al castigo”.
4) Si se contabilizan los muertos y los secuestrados y los desaparecidos, el 80, el 90, el 95 por ciento son gente de la clase media y baja. Quizá la clase alta también sea ví­ctima. Pero poco trasciende. Acaso negociarán en lo oscurito. Así­, las páginas rojas de los medios se llenan de muertos pobres y que más o menos se traducirí­a como pobres muertos. ¡Pobre gente! se intitula una novela de Fédor M. Dostoievsky.
5) Hace quince meses, la dinastí­a marrón y guinda se instaló en el trono imperial y faraónico. Y desde entonces, el tiradero de cadáveres ha enaltecido a Veracruz en el primer lugar nacional en secuestros y feminicidios. El único logro es que la Fiscal pretende desaparecer el delito de feminicidio para que quede en un simple asesinato de una mujer más. Allá las conciencias VIP. En todo caso, el crimen de una mujer, feminicidio u homicidio, es el asesinato de una mujer. Y más, si se considera que 6 de cada 10 habitantes de Veracruz son mujeres. Y más, si se revisa que la mayor parte de los feminicidios en Veracruz son mujeres de entre 15 a 30 años de edad, quizá 35 años. Por eso, la Fiscal ha de dejar de mirar la pelí­cula “Mujercitas”, blindada por escoltas el lunes en la noche, y tomar conciencia de su identidad. Y más, como ex reina de belleza de su pueblo tuxtleco. Dos mujeres asesinadas en Playa Vicente el 19 de febrero, en la madrugada. La senadora de MORENA, Lorena Villavicencio, les llama genocidios.
6) Lo peor de todo es que la dinastí­a marrón y guinda juega o pretenda jugar con la muerte. Y de paso, burlarse y pitorrearse. Y peor, filosofar sobre la muerte. En todo caso, igual de peor asesinar a una familia pobre… que matar a un par de mujeres al mismo tiempo.
7) Simple y llanamente, da miedo, terror, pánico, “miedo al miedo”, vivir en Veracruz. Nadie tiene la vida comprada. Nadie la ha librado, así­ tenga escoltas. Por fortuna, la muerte sirve, como en los orí­genes de la cultura olmeca, para burlarse. El carnaval jarocho empezó con la quema del mal humor… declarando un “No a la violencia”. Y es que la violencia forma parte del paisaje urbano, casi casi de la cultura diaria. El hábitat. Mientras, 6 de los 8 millones de habitantes de Veracruz, en la pobreza y la miseria. Y de postre, la inseguridad y la impunidad.


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