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Barandal
Miércoles 26 febrero, 2020

Los señores de la muerte

•Rafaguear restaurantes
•Horribles noches jarochas

ESCALERAS: Eran las 21:30 horas del viernes 14 de febrero. Unos hombres con rostro patibulario se detuvieron frente a un restaurante en la carretera. La Cuenca del Papaloapan. Cosamaloapan y Tres Valles. Restaurante Parroquí­n.
Y los hombres malsanos, también llamados sicarios y pistoleros, malandros y malosos, carteles y cartelitos (tantos que hay en Veracruz), abrieron fuego y convirtieron el lugar en la mesa de los sacrificios.

Luis Velázquez

PASAMANOS: Los malosos rafaguearon el par de centros turí­sticos. Nada peor en Veracruz hoy, y antes, y siempre, desde el salinista Patricio Chirinos Calero, como desayunar, comer y cenar, sobre todo cenar, en un restaurante a orilla de carretera y exponer la vida.
Fue en el poblado Santa Cruz… que de tantas cruces están llenándose los panteones de todos los pueblos “en la noche tibia y callada” de Agustí­n Lara, mejor dicho, en la noche truculenta, sórdida, siniestra y sombrí­a de MORENA en el trono imperial y faraónico vestido de guinda y marrón.

CORREDORES: Hijos de Huitzilopochtli, también son hijos de Luzbel. Y es que luego de que “en todas direcciones abrieron fuego a mansalva” (José Emilio Pacheco, El infinito naufragio), los hombres sin capucha, con el rostro descubierto, enmascarados en la noche y en las sombras, prendieron fuego a los restaurantes.
Y como Nerón mirando arder Roma y como Hitler dichoso mirando arder las cámaras de gases y como Atila con su caballo donde pasaba y nunca crecí­a la hierba, y como Moctezuma II diciendo a Hernán Cortés “si acaso estaba en un lecho de rosas”, los malandros miraron y admiraron su obra incendiaria… y luego, cobijados en la noche, huyeron en sus camionetas quizá blindadas.
Claro, en el boletí­n oficial se dijo que los polis de la secretarí­a de Seguridad Pública y hasta la Guardia Nacional “iniciaron la búsqueda de los desaparecidos… pero (oh paradojas de la vida) sin éxito”.

BALCONES: En el par de restaurantes los comensales se tiraron al piso y escondieron debajo de las mesas y quizá se habrí­an escurrido a gatas hacia los baños o hacia la cocina o atrás de la mesa del cajero.
Ni modo, claro, de correr en estampida hacia las salidas porque encontrarí­an el fuego enemigo.
Y el par de negocios se volvieron una trampa.
Y más cuando es el tiempo de los cadáveres colgando de los puentes y de los árboles y de las cabezas decapitadas sembradas en las mesas de los antros.

PASILLOS: Los señores de la muerte huyeron echando tiros al aire y gritando como indios pieles rojas con el trofeo en sus manos.
Mientras, las llamas de los restaurantes a punto de convertirse en ceniza y escombros parecí­an un fuego pirotécnico, juego de luces en la noche perpetua.
“Gritos, aullidos, plegarias bajo el continuo estruendo de las armas” (ibí­dem) vivida y padecida por los comensales.
La noche más larga y oscura de Veracruz.

VENTANAS: Sabrán los clientes si pudieran contar el número de minutos que duró el fuego. Los gatilleros dispararon a todo lo que se moviera. Y lanzaron el fuego con precisión de francotiradores, entrenados para la muerte.
La Cuenca del Papaloapan, igual que el resto de Veracruz, respira sangre. Huele sangre. La sangre se desliza en las calles como si fuera lluvia, chipi-chipi.
Todos los ciudadanos han visto la sangre junto al tiradero de cadáveres. Y ahora, la nueva estrategia. Prender fuego a los restaurantes con clientes en el interior.
Las noches de Veracruz con “una tranquilidad horrible, insultante” escribí­ó José Emilio Pacheco en su poema sobre Tlatelolco 1968.


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