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8 Columnas
Lunes 24 febrero, 2020

Nomás las cruces quedaron


Gonzalo López Barradas/Parte XIII

Semanas después, nuevamente aparecen noticias alarmantes en periódicos de la ciudad de México, del Estado y en las radiodifusoras sobre los múltiples asesinatos que cometen todos los dí­as sobre veredas, caminos de terracerí­a, ranchos,...

potreros, en las calles y domicilios. La prensa en general pregunta al gobierno: ¿Hasta cuándo se acabará esto?, porque hace poco fueron acribillados por las ”˜guardias blancas”™ los lí­deres campesinos: Melquiades Perea, el coronel Abelardo Hinojosa, Aurelio Caiceros, Mauro y Mateo Vázquez y a ocho campesinos que aparecieron muertos tirados en el poblado La Ternera, por Puente Nacional, ejecutados por los hermanos Lagunes. Se habla ya de más de dos mil campesinos que están bajo tierra.
Parra ha trazado el surco de sus dominios sembrando el terror y el horror en el Estado.
Entre tantos crí­menes, alarma el asesinato del lí­der agrario y presidente municipal de Alto Lucero, Cliserio Viveros y los quince integrantes de su comuna que por seguridad, acordaron con la Legislatura del Estado trasladar, provisionalmente, los poderes a la congregación Mesa de Veinticuatro, localidad cercana a la costa por el rumbo de Palma Sola. Alto Lucero habí­a dejado de ser congregación de Actopan, en donde tiene Manuel Parra a su representante, Crispí­n Aguilar, torvo pistolero muy temido en la región. No hací­a mucho, fue declarado Municipio Libre otorgándole 24 congregaciones y sesenta y seis rancherí­as. Los alcaldes que antecedieron al lí­der campesino asesinado fueron impuestos por Miguel Vázquez, incondicional de Parra, y tuvieron que acatar las órdenes que llegaban de la hacienda de Almolonga.
Cliserio, no estaba de acuerdo con esos mandatos y decidió cambiar las oficinas.
Cierta mañana recibió un documento de la Legislatura en el cual se requerí­a su presencia de inmediato para tratar asuntos relativos a la Presidencia municipal, con respecto al pago de los impuestos prediales porque debido a la separación de poderes del Municipio de Actopan, era necesario hacer algunos ajustes limí­trofes de propiedades.
Durante el dí­a estuvo preparando el viaje a Jalapa. No quiso hacerlo sino hasta mañana muy temprano por temor a una emboscada. De madrugada salieron todos los integrantes de la comuna a caballo para llegar a buena hora a Alto Lucero para remudar las bestias, pues el tramo es largo, como de 7 horas de camino. Llegaron por la tarde. Descansaron esa noche en la casa de don Pedro De Leo. Alguien, a caballo, salió apurado rumbo al rancho de Alto tí­o Diego, enviado por Febronio Aguilar, para dar aviso a los pistoleros de Parra sobre la salida del presidente municipal hacia Jalapa.
El alcalde y su comitiva, al ponerse el sol, agarraron camino, los acompaña Fidel, hijo menor de don Pedro, rumbo a las bodegas de Melquiades Vázquez “El Olmo” en donde hace terminal, viniendo de Jalapa, un viejo camión de pasajeros “el venadito” de don Alfonso. Llegando al lugar denominado Piedra Parada, ya cerca de las bodegas, la angustia, el temor y miedo entre los empleados municipales era evidente pues se acercaban a la Hacienda de Almolonga. Al asomarse a la cima de la cuesta, se toparon con más de veinte pistoleros armados, encabezados por los hermanos Manuel y Antonio Viveros, lugartenientes de Parra en ese rancho. Con ellos están Carlos Valero y Daniel Aguilar (a) “el taco” quienes, hace tres o cuatro meses habí­an dado muerte al secretario del Ayuntamiento, un joven jalapeño que se llamó Manuel Palmeros, emparentado con una familia muy conocida en Jalapa.
Hicieron el alto a la comitiva para interrogarlos sobre su destino. Avanzaron como cien metros sobre la sabana rumbo a Alto tí­o Diego. De repente, Manuel Viveros se percató de la presencia de Fidel y le pidió que se regresara “al Alto”, que ellos se iban a encargar del presidente y de su gente.
Así­ lo hizo y sin que los pistoleros se dieran cuenta, se escondió entre unos matorrales para observar. Ordenaron que les entregaran las armas y los papeles que llevan, el presidente portaba un revolver calibre 38. Y los dos policí­as que los acompañan, dos pistolas.
¿Qué pasa?, preguntó el alcalde.
Manuel lo tomó del brazo y lo jaló unos seis metros. Le habló quedito:
-Mira Cliserio, el patrón está encabronado contigo por eso de que te llevaste la presidencia a otra parte y dijiste que tú no obedecí­as órdenes de nadie. Eso no le gustó. ”˜Orita”™ te voy a llevar con él para que platiques. Calma a tu gente y monten sus caballos. Nos vamos a ir por otro camino para llegar a Almolonga más rápido.
Cliserio, pidió calma a los que lo acompañan, “todo está arreglado”, les dijo.
Las dos mujeres que van con el alcalde empezaron a llorar. Clarita, la encargada del Registro Civil, gritó pidiendo que no le hicieran nada porque tení­a dos niños pequeños. Laura, no contiene el llanto y suplica a los matones que por favor tuvieran piedad.
Se desviaron hacia un paraje llamado la “Yerbabuena”, ahí­ hay una barranca junto al cerro El Congo, bajaron de los caballos, de nada sirven las súplicas, los gritos y los chillidos, solo dos les mentaron la madre; los colocaron a la fuerza en fila y los fusilaron. Dispararon a discreción y les dieron el tiro de gracia; arrojaron los cadáveres en la caverna, lugar favorito de Parra para deshacerse de sus enemigos. Limpiaron el lugar para no dejar huellas; se llevaron sus cosas personales y las bestias que los transportaban y se perdieron en la llanura que conduce a Alto tí­o Diego.
"Como alma que lleva el diablo”™" llegó Fidel a su casa: pálido, pelo parado, con los ojos desorbitados, tembloroso, frí­o, sin poder hablar. Preguntaban qué habí­a pasado y no articulaba ninguna señal. Lo acostaron en un catre, le untaron alcohol y le dieron una roberina para calmar la fiebre que lo agobia. Así­ estuvo varios dí­as, sin comer y sin aliviarse, lo llevaron al hospital en Jalapa, agentes policiacos aprovecharon para interrogarlo y sólo dijo que llegando a la Piedra Parada, pasando el rí­o Grande, se empezó a sentir mal y tuvo que regresar al pueblo.
Después de pasado el susto a nadie le contó lo que vio. Corrieron las semanas y no se sabí­a del Presidente municipal y su comuna. Surgieron muchas versiones. Algunas personas de Alto tí­o Diego aseguraban que el Presidente y los demás se habí­an enfrentado a los pistoleros de Manuel Viveros y que los trasladaron heridos a Jalapa. Otros, que no los habí­an visto pasar. Alguien más dijo: “Pa”™qué preguntan, nomás miren los zopilotes como se revolotean allá encima del cerro”. Dos meses después, el padre de Fidel logró sacarle la verdad de lo sucedido, éste le advirtió “que si decí­a algo a la gente estarí­an en peligro de muerte pues los Viveros tienen muchos amigos en el pueblo que por eso él no habí­a abierto la trompa”. Su padre le dio la razón y callaron el suceso.
El crimen quedó impune, como todos los demás, porque ninguna autoridad puede encontrar los cuerpos ni vivos ni muertos.
Los reclamos al gobierno no se hicieron esperar. La prensa, sólo escribe preguntas sobre el paradero de la comuna de Alto Lucero. Nadie sabe.
No pasó mucho tiempo y las Guardias Blancas aumentan el número de ví­ctimas. Lí­deres campesinos o simpatizantes del movimiento, desaparecen o sus cuerpos son encontrados en las orillas de los caminos y en los barbechos. Hombres valientes que no dudan en enfrentar a las guardias blancas de Manuel Parra que organizan Rafael Cornejo, Marcial Montano, Crispí­n Aguilar y otros tantos lugartenientes. Son emboscados y sacrificados a balazos, ahorcados o apuñalados, por todos los rumbos de la región de Las Grandes Montañas, Llanuras del Sotavento, Los Tuxtlas, Cuenca del Papaloapan, ciudad de Veracruz, la Mixtequilla, Huatusco, Puente Nacional, Cardel, Córdoba, Huatusco, Teocelo, Xico, Coatepec, Perote, Martí­nez de la Torre, Misantla…


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