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Malecón del paseo
Martes 11 febrero, 2020

Vida fascinante

•Lectura deliciosa
•El amor a la vida

EMBARCADERO: Ernest Hemingway es la vida más fascinante en la historia literaria del mundo... Además de los 25 libros publicados, Premio Nobel de Literatura, la delicia de leer y releer “El viejo y el mar”, y sus reportajes y crónicas integradas en el libro “Enviado especial”, su filosofí­a de vivir... Por ejemplo, uno de los objetivos obsesivos era la búsqueda de felicidad

Luis Velázquez

En Parí­s, cuando llegara a los 22 años para cronicar la Primera Guerra Mundial, y se estableciera un buen tiempo, acuñó la siguiente frase: “Entonces, yo era pobre, muy pobre, pero muy feliz”…

ROMPEOLAS: Su felicidad consistí­a en estar casado con una chica de 22 años, comprar una botella de vino barato en el mercado popular, comer en casa escuchando música y platicando, y luego encerrarse con su esposa a hacer el amor “para ser felices toda la tarde y toda la noche”… Otros dí­as, se iba a una librerí­a famosa donde de tarde en tarde solí­a llegar su héroe, el escritor Ezra Pound, y deseaba conocerlo… Y ahí­ se quedaba, en la librerí­a, tomando café y leyendo los libros que la encargada, una mujer, le prestaba, e incluso, hasta le permití­a que se los llevara a casa sin pagar la renta correspondiente…

ASTILLEROS: Hemingway era animalista y alcanzaba la felicidad dando de comer a los cincuenta perros que tení­a en Finca Vigí­a, en Cuba, y uno era el consentido y lo trepaba a la mesa donde comí­a y le serví­a un platito con leche y unas gotitas de whisky… Tení­a un yate y lo cuidaba Santiago, el pescador de “El viejo y el mar”… Y Santiago era su cómplice y aliado, por ejemplo, además de para salir de pesca y pasarse los dí­as tratando de pescar peces espadas, también para seducir a sus compañí­as femeninas…

ESCOLLERAS: Y es que cada vez que Hemingway cambiaba de pareja, en automático cambiaba el nombre al yate y les decí­a que lo habí­a comprado para estar con ellas y vivir los mejores tiempos felices de la vida… En Cuba, mientras Hemingway escribí­a las mil palabras diarias que se tení­a de cuota obligada, su pareja en turno nadaba desnuda en la alberca y luego la alcanzaba… Otras veces, sin embargo, Hemingway escribí­a de 6 de la mañana a las doce del dí­a, siempre de pie, y siempre con lápiz y siempre anotando en la pared el número de palabras escritas y que iba contando...

PLAZOLETA: La búsqueda diaria de la felicidad también incluí­a tomarse unos daiquirí­es en su par de cantinas preferidas con los amigos… Y siempre, de manera invariable, de 12 del dí­a a las 2 de la tarde… Entonces, se despedí­a de todos con un abrazo y una sonrisa y se iba al muelle donde Santiago lo esperaba para embarcarse en el Golfo de México y pescar… Pescar, cazar leones en ífrica, boxear en Estados Unidos, reunirse con sus amigos franceses en el departamento de la escritora Getrude Stein, los toros, eran su ritual para la felicidad, consciente y seguro de que nunca existe la felicidad total y absoluta, sino que son un ratito de momentos felices que se van integrando para luego vivir con el recuerdo y la nostalgia…

PALMERAS: Pero quizá la frase más pedagógica, especie de brújula, de Hemingway para ser feliz es aquella de que cuando viví­a en Parí­s y decí­a que “era pobre, muy pobre, pero muy feliz”, porque, además, allí­ aprendió que nunca los bienes materiales hacen felices al ser humano, sino la felicidad que viene del corazón tranquilo y en paz consigo mismos y con los demás…



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