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8 Columnas
Miércoles 29 enero, 2020

Veracruz es una fiesta


La mesa de evangélicos
•Tomar café y rezar
•Y leer la Biblia


Luis Velázquez

Hay en el café una mesa singular, digamos, fuera de serie. Es la mesa de los evangélicos. La ocupan, parece, dos veces a la semana. En las tardes.
Son 4 hombres. Todos devotamente religiosos.

Apenas se sientan en la mesa ubicada hacia el fondo del restaurante, de inmediato se enlazan y entrelazan de las manos y rezan y siguen rezando, incluso, con los ojos cerrados quizá para aprehender el objetivo supremo, la esencia pura, de sus oraciones.
Luego, se reparten bendiciones unos a otros. Y entonces, buscan al mesero y piden 4 lecheros con 4 canillas y comienza la plática.
Uno de ellos llega con una Biblia. Su biblia. La biblia de los evangélicos que, por ejemplo, no creen en ninguna virgen. Y la leen en un pasaje. Y la plática siguiente gravita alrededor del pasaje.
Nunca, jamás, miran alrededor. Si de pronto, zas, llega una mujer, de buen porte, cara atractiva, cuerpo delgado, nunca lo advierten. Ellos existen para ellos. Mejor dicho, para su religión, su biblia, y quizá hasta su Cartilla Moral ahora cuando AMLO, el presidente de la república, les confió la misión apostólica de repartir la biblia de don Alfonso Reyes para el rescate moral de la sociedad, se dice, se afirma, se sueña, ajá.
Es una mesa singular porque, y por ejemplo, en el otro extremo del café hay una mesa de tres mujeres de la séptima edad, impecablemente vestidas y arregladitas, finas y delicadas, que solo se reúnen para hablar de los tiempos idos y recordar con nostalgia lo que hicieron y/o lo que dejaron de hacer.
Y también hay otra mesa de “Los pájaros de altos vuelos” que solo se juntan para hablar de sus vidas sexuales y conquistas amorosas, y a veces, lamentándose porque ellos, galanazos que fueron, están ahora enfermos de la próstata.
La mesa de los evangélicos parece, entonces, un oasis en el desierto como dirí­a el clásico. El cuarteto de hombres reunidos en nombre de su dios para purificarse.
Un hombre tiene, si nos atenemos al fí­sico y a las arrugas, unos 50 años. Y otro, unos cuarenta. Y otro, unos 35. Y el otro, unos treinta. Y aun cuando el de mayor edad conserva, digamos, el liderazgo natural, todos son iguales. Casi casi, en el ejercicio democrático. La igualdad humana. Nadie es más que el otro.
Son tan democráticos que los 4 toman un lechero y comen una canilla y a la hora de pagar la cuenta cada quien paga su consumo. Y entre todos cooperan para la propina y que de acuerdo con la ley oscila entre el diez y el quince por ciento.
Un dí­a, quizá, andaban cortos de lana y apenitas juntaron diez pesos para la propina y se la dieron al mesero y cuando el mesero vio la cantidad se los regresó diciéndoles, con ironí­a, vaya paradoja, que en nombre de Dios no lo agraviaran.
Uno de ellos, el mayor, adelantó y pidió una disculpa y dijo con toda honestidad que era lo único que tení­an porque era fin de quincena. Pero de cualquier manera, el mesero rechazó los diez pesos.
El cuarteto de evangélicos quedó tan avergonzado que la próxima semana se sentaron en una mesa en el otro extremo del café para evitar el encuentro con el mesero de los diez pesos.
Hay dí­as cuando uno que otro comensal tiene ganas de unirse a la mesa de los evangélicos para rezar y hablar de la Biblia, pero todos se han abstenido, vayan a recibir un desdén, y entonces, las partes se apalabren en nombre de Dios… que si existe será un dios generoso y misericordioso como lo pintan.




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