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Miércoles 22 enero, 2020

El góber, en Atzompa

Igual que el topo de Carlos Marx, la figura simbólica de la polí­tica, que de pronto emerge a la superficie para oler los vientos pací­ficos o huracanados y determinar si sube a la tierra, el góber jarocho de AMLO olfateó los vientos en Soledad Atzompa y decidió enfrentar la realidad el domingo (“Nunca en domingo”) 19 de enero del año que apenas camina.

Luis Velázquez

Dí­as antes, los ardidos y encendidos vecinos de Atzompa, aquellos que detuvieran, lincharan y quemaran vivos a un sexteto de plagiadores de maestros, amenazaron, primero, con plantón en Xalapa, y segundo, la toma de carreteras ante las promesas incumplidas de servicios públicos.
Por eso, el góber decidió adentrarse en el corazón de la sierra de Zongolica para platicar con ellos.
Pero el mal fario y el pésimo karma y quizá, acaso, sin duda, los malos consejeros y asesores, le recomendarse acompañarse de un ejército de policí­as, de igual modo como también llegara el año pasado cuando el linchamiento de los malandros.
Por ejemplo, y en el caso, lo blindaron unas veinte camionetas con policí­as, más una tanqueta (Notiver, 20, 1), caray, como si fuera el movimiento estudiantil del 68 y como si Soledad Atzompa fuera, digamos, un pueblo en armas y armado.
Toda la buena voluntad polí­tica, apostólica, cristiana y evangélica del mundo… quedó reducida a trizas y cenizas.
Habrí­a bastado, digamos, con unas escoltas discretas, pues ni modo que los vecinos de Atzompa sean unos suicidas.
Son, claro, incendiarios, hartos de tantos años de vejaciones, engaños, estafas y mentiras a la dignidad humana y a la dignidad social y a la dignidad colectiva.
Pero tampoco, se insiste, son suicidas, pues ni modo pensar, por ejemplo, que lincharí­an al góber.
Más riesgo hubo con hacerse acompañar de una veintena de camionetas con policí­as armados, pues un policí­a nervioso y tenso bien pudo soltar un tiro y Atzompa se habrí­a convertido en el Tehuipango de Rafael Hernández Ochoa cuando unos sicarios entraron al pueblo disparando a diestra y siniestra y dejando tiradero de cadáveres.
Sabrá la bolita de cristal el escenario pintado al góber por sus secretarios encargados del área y/o sus asesores y consejeros.
Un dí­a, en plena revolución cubana, unos jóvenes se sublevaron y armaron un caos. Entonces, Fidel Castro Ruz decidió encararlos y se trasladó solito, sin guardias ni escoltas. El, con su autoridad polí­tica y moral.
Y cuando los chicos lo vieron caminar solitario en la calle derecho, derechito a ellos, todos quedaron petrificados.
En la historia de Veracruz, ni del paí­s, hay un gobernador linchado. Y razones, claro, han existido y de sobra.

EVIDENCIADA LA AUTORIDAD POLITICA Y MORAL
Y es que una cosita es la razón de la fuerza y otra la fuerza de la razón.
Y otra cosita, mil años luz de distancia, es que el mundo haya girado toda la vida alrededor de un par de ejes centrales.
Uno, el sable, y otro, el espí­ritu, como decí­a Napoleón.
El sable, encarna la fuerza, y el espí­ritu, la razón.
El sable, las armas, y el espí­ritu, el diálogo.
El sable, la represión, y el espí­ritu, la negociación.
El sable, la intimidación, y el espí­ritu, la ley.
Y siempre, decí­a Napoleón, termina ganando el espí­ritu.
Y cuando el sable ha pretendido imponerse a fuerza, entonces, un paí­s, un estado, se desgarran.
Se valora la decisión del góber jarocho de AMLO de viajar en domingo (dí­a fifí­, sabadaba y salsero) a Atzompa para pulverizar la inconformidad social, pero mucho se duda de la integridad polí­tica y moral de imponerse a través de la fuerza policiaca, pues tarde o temprano el sable termina maldiciéndose cuando hay incapacidad oficial para controlar la fuerza, ya policiaca, o lo peor, social.
El topo de Carlos Marx habrí­a olfateado más y mejor los vientos huracanados y meditado sobre si se hací­a acompañar por la veintena de camionetas con policí­as y hasta una tanqueta, pues, en todo caso, si el simbolismo se convoca significa que en el fondo, el góber tení­a miedo, temor, “miedo al miedo” de viajar acompañado de la escolta inevitable que lo cuida dí­a y noche.

EL PUEBLO SIEMPRE SE DESBORDA
De acuerdo con la relatorí­a periodí­stica, el góber permaneció en Atzompa de las 13 horas a las 19:30 horas, es decir, 5 horas, y de noche, pues la noche cae hacia las 6 de la tarde, o antes, y con neblina, en la montaña negra de Zongolica.
Incluso, platicó primero con la autoridad municipal en el palacio, pero como en la calle los vecinos indí­genas clamaban diálogo, el góber descendió a la tierra y platicó con ellos.
Más aún, extendió el diálogo a casi los representantes de las 42 comunidades indí­genas que deseaban, todos, sin excepción, y como es natural cuando se está ante el tlatoani, el jefe máximo, el gurú, el enviado de Dios, ser escuchados.
Quizá la noche encima, acaso las 5 horas de estancia, imposibilitaron escuchar a todos, pero, bueno, hubo voluntad polí­tica de por medio.
Pero al mismo tiempo, 5 horas blindado por la veintena de camionetas con policí­as y la tanqueta.
Una vez, el góber jarocho de AMLO viajó a Atzompa luego de aquel linchamiento y acompañado de los cuerpos policiacos.
También estuvo en Soteapan, en el sur de Veracruz, a propósito de un levantamiento por obra pública teniendo como garantí­a la presa Yuribia, tan polémica que ha sido desde su construcción en el sexenio de Agustí­n Acosta Lagunes.
Y salió entrepiernas.
Estamos, quizá, ante un nuevo discurso, mejor actitud polí­tica y mental, del góber ante la realidad.
Pero más, mucho más ganará en autoridad moral y entereza que sea acompañado por una discreta escolta, pues, con todo, la policí­a siempre intimida con su uniforme, sus macanas y pistolas, y más, con tanquetas.
Ahora falta que el góber honre su palabra firmada que ya estaba, pero incumplió.
El pueblo, ya se sabe dicen en Soteapan, es como una mula. Carga y carga, pero cuando se encorajina por tanto latigazo, se detiene y ninguna fuerza humana la hace cambiar de firmeza. Y como en el caso de una población, se rebela, y si se le engaña, se desborda.


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