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Escenarios
Viernes 17 enero, 2020

Enamorado de una maniquí­

•Amor a primera vista
•En el jardí­n del ensueño

UNO. Enamorado de una maniquí­

Jorge Arias está enamorado de una maniquí­. Por vez primera la miró y admiró en un pasillo del mercado Hidalgo en el puerto de Veracruz y se prendió. Los ojos de la muñeca delgada con bubis y pompis exuberantes son de cristal.

Luis Velázquez

Pero el ojo izquierdo parece tener más destellos de humanidad y entonces, quedó prendado de la maniquí­.
Durante los fines de semana, cuando tiene dí­a de asueto, va al mercado y pasa las horas admirándola.
Un dí­a se animó y decidió comprarla al dueño del negocio donde venden vestidos para bodas y quinceañeras.
Sorprendido y atónito, el dueño se negó. Jorge Arias insistió ofreciendo un precio mayor y se negó. Volvió a subir el precio y el dueño volvió a negar. Por qué, le preguntó. Y el dueño dijo:
--Todos están enamorados de la maniquí­. Ya hasta le puse nombre. Se llama Alicia en el paí­s de las maravillas.
Se trata, claro, de la maniquí­ más hermosa que Arias ha visto en toda su vida, ni siquiera, vaya, en las tiendas de Liverpool y del Palacio del Hierro. Quizá, acaso, comparables con alguna que otra chica paseando un sábado en la tarde, un domingo al mediodí­a, en plaza comercial.

DOS. Una maniquí­ para la soledad
Alicia en el paí­s de las maravillas, es decir, la maniquí­, es tan real que parece la mujer perfecta, y como Jorge Arias es un ermitaño y divorciado por vez primera y viudo por segunda, viviendo en la soledad, necesita una compañí­a.
Y nada mejor que los ojos grandes negros que hacen más grandes con la cabellera larga, negra, cayendo sobre sus hombres.
Y los labios carnosos en unos pómulos finitos que la adelgazan más.
El dueño ha olvidado dónde la compró, porque tiene a su lado unos quince años y desde luego, nunca ha envejecido.
Y Alicia forma parte de la cultura de los locatarios, además del pasillo, del mercado completo.
Incluso, entre todos hasta acordaron una fecha de nacimiento y los locatarios la celebran y le llevan un pastel y que siempre a una niña corresponde soplar la velita del nuevo cumple.
La tarde de un sábado Jorge Arias llegó al mercado a comer tacos michoacanos y como iba en estado incróspito equivocó el pasillo y se topó con Alicia.
Y fue amor a primera vista, flechazo al corazón luego luego, tanto, que olvidó los tacos y ahí­ quedó, prendido y alucinado.
“A todos les pasa”, dijo el dueño pavoneándose feliz y dichoso.

TRES. En el jardí­n del ensueño
El amigo ha soñado con secuestrar a la maniquí­, pero como es tan miedoso y timorato ha dado marcha atrás, temeroso de una balacera, una bala perdida, un zafarrancho de los mismos locatarios defendiendo a la muñeca propiedad colectiva.
Por eso tomó decisión filosófica, prudente y mesurada: al dueño le llama suegro a cambio de que le permita llevar su sillita de madera y sentarse frente a Alicia y durante un tiempecito mirarla y admirarla, recordando quizá el tiempo pasado con las mujeres que en su oportunidad desfilaron en su vida y en su momento fue amando a cada una.
Lo angustiante son las noches de insomnio cuando despierta pensando en ella. O cuando hace norte y frí­o. O cuando llueve y con relámpagos. O se va la luz y la vecindad queda a oscuras.
Pero entonces, ni hablar, solo resta vivir del recuerdo y la nostalgia, y al dí­a siguiente, a primera hora cuando abren los changarros en el mercado Hidalgo, ahí­ está en primera fila, como celoso guardián del jardí­n del ensueño.


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