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Viernes 10 enero, 2020

El Sermón de la Montaña

Trece meses después queda claro: AMLO, el presidente de la república, quiere, claro, seguirse adueñando de la conciencia electoral de la población. Pero también, salvar almas, igual, igualito que los sacerdotes de la iglesia católica y los evangélicos y los cristianos.
Cada vez que puede en las conferencias mañaneras y en el discurso oficial en giras en el interior de la república en vez de lanzar discursos polí­ticos predica como si fuera el sermón de la montaña.

Luis Velázquez

“No mentir, no robar, no matar” dice, y pronto quizá agregará, no desear a la mujer de tu prójimo ni de tu próximo.
En la Cartilla Moral de Alfonso Reyes escrita hace 80 años y repartida en el paí­s por los evangélicos escribió el prólogo. Y en el prólogo reprodujo la siguiente frase simbólica:
“No solo de pan vive el hombre. Y para alcanzar la felicidad se requiere el bienestar material y el bienestar del alma”.
Por lo pronto, se ignora la parte del cuerpo humano donde el alma resida, viva o habite. Se ignora, por ejemplo, si sea en el corazón, o en el cerebro, o en el dedo gordo del pie. Y por eso mismo, mucho se duda que el alma exista por más y más que los enamorados se juren que son almas gemelas.
Pero, bueno, fiel a la tradición religiosa, AMLO habla de salvar el alma. Y el alma, en caso de existir, y/o de acuerdo con la versión cultural, solo puede salvarse cuando el hombre respeta en el dí­a con dí­a los Diez Mandamientos de la Ley de Dios y/o su equivalente en cada una de las religiones y sectas y tribus y clanes.
Hace más de dos mil años, Jesús anduvo en la tierra predicando la creación y recreación del hombre nuevo. Y el vaso comunicante, central y categórico, eran los Diez Mandamientos. La tabla sagrada a Moisés para entregar a su pueblo.
Y dos mil veinte años después, pocos, excepcionales seres humanos en el mundo viven de acuerdo con los Diez Mandamientos.
Y por el contrario, la mitad del mundo y la otra mitad mienten todos los dí­as y una parte importante roba y otra mata y cada uno de los Diez Mandamientos quedan hechos polvo en la esperanza, la utopí­a, el sueño y la ilusión.
Pero AMLO cree que convirtiendo el micrófono del Palacio Nacional en las mañaneras en un púlpito puede predicar la homilí­a polí­tica para mezclar y entremezclar la polí­tica con la religión y soñar con legí­timo derecho al hombre del socialismo con rostro humano, donde todos vivamos como en una comuna, apoyándonos como hermanos querendones y cariñosos en la lucha por la vida con besos y abracitos.
Igual, igualito, soñaron, digamos, Tomás Moro, Emiliano Zapata, Carlos Marx y Federico Engels, Lenin y León Trotsky, Ernesto El Che Guevara y Fidel Castro, y el mundo continúa soñando con los principios y los ideales y la moral y la ética, pero viviendo siempre en gerundio, es decir, planeando y planeando sin aterrizar con hechos y resultados.
AMLO, sin embargo, está lleno de sueños, digamos, socialistas, “dando lecciones de moral, citando la Biblia, apelando a los mexicanos a ser mejores seres humanos” (Denise Dresser, El presidente predicador, Proceso 2205).

ESTILOS DE EJERCER EL PODER
Cada presidente de la república tiene su estilo personal de gobernar y ejercer el poder.
El sonsonete de Gustavo Dí­az Ordaz era “el odio no ha nacido en mí­”… en contra de los estudiantes del 68 a quienes inculpaba de una conspiración internacional en su contra.
Luis Echeverrí­a Alvarez se la pasó gritoneando su “Arriba y adelante” y que ningún sentido social tení­a ni expresaba.
José López Portillo se engolosinó contra los polí­lticos corruptos diciendo que “ya habí­an saqueado a México pero que nunca jamás nos volverí­an a saquear”, ajajá.
Miguel de la Madrid fue tibio, demasiado tibio con su renovación moral.
Carlos Salinas hizo creer a todos que éramos un paí­s del primer mundo, vaya orejón.
Vicente Fox convenció a la población de un México honesto en contra de los pillos y ladrones, ví­boras y tepocotas, del paí­s.
Felipe Calderón dejó un tiradero de cadáveres en el paí­s y los carteles se volvieron más fuertes.
Enrique Peña Nieto terminó de hippie disfrazado en Estados Unidos disfrutando la vida con su nuevo amor.
Por eso, cuando AMLO es un presidente predicador y se ha vuelto el Catequista de la 4T para salvar las almas del pecado y evitar se achicharren en el infierno con el diablo, el rey del mal, y está seguro de tener un contacto con su dios, está, digamos, en su legí­timo derecho.
Y más, cuando el curita José Alejandro Solalinde Guerra primero descubre que “tiene mucho parecido con Dios”, luego se presenta en una posada cargando el Nuevo Niño Dios con la cara de AMLO ya grande, claro, y después renunció a seguir defendiendo a los migrantes para entregarse en cuerpo y alma a AMLO encarnando la defensa del paí­s.
Por eso, y porque apela al sentimiento religioso de Jesucristo, la Virgen de Guadalupe y el indito Juan Diego, hay en una parte considerable de la población un fervor cristiano por AMLO como si fuera el nuevo dios terrenal, el Jesucristo del siglo XXI, el enviado de Dios, el hombre que evangeliza, el lí­der y guí­a espiritual, el prohombre.
Solo falta que su góber jarocho también le entre a la homilí­a, pues trece meses después se ha tardado demasiado para volverse un predicador igual que el jefe máximo, pues el tabasqueño está convencido de que “no solo de pan vive al hombre”, y tal cual han de ser, serán ya, los Morenistas.
Benito Juárez, quien separara al Estado de la iglesia, bautizó a sus tres hijas en la iglesia católica.
Y por lo pronto, AMLO ha convencido al paí­s de que Cristo está siempre de su lado.
Finalmente, la única patria del pueblo mexicano es la religión. Y López Obrador es el feligrés más puro.


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