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Viernes 03 enero, 2020

Sueño frustrado

•Paí­s de lectores
•Ni los profes leen

UNO. El sueño frustrado

El paí­s de lectores con que sueña el presidente de la república es una falacia. Así­ como están operando nunca será posible. Ningún lector se forma publicando páginas pagadas en la prensa escrita y hablada invitando a la lectura. Se necesita talachar muchos años en el surco.

Luis Velázquez

Por ejemplo, una tarea inverosí­mil para cambiar, entre otras cositas, la técnica pedagógica en las escuelas primarias y secundarias para inducir a los estudiantes a leer como en los paí­ses europeos, a toda hora y en todo momento.
Más todaví­a: inducir a los profesores a que lean, pues acaso solo se reducen a leer los libros de texto.
Un dato concreto y especí­fico: en la escuela secundaria, los alumnos están leyendo, como en el siglo antepasado, Alicia en el paí­s de las maravillas, y hay escuelas privadas donde los alumnos son obligados a leer las aventuras de los marcianos y extraterrestres, como las aventuras de Frankestein.
Y es que, bueno, quisiera entenderse que es el nivel de lectura y cultura de los maestros con que ellos, quizá, habrí­an sido educados.

DOS. Antes, leí­an a los clásicos
Antes, mucho antes, en las escuelas secundarias los maestros inducí­an a lecturas exquisitas y que ahora forman parte de los clásicos.
En el pueblo, por ejemplo, los alumnos egresaban de la secundaria con las siguientes lecturas, entre otras:
El viejo y el mar, de Ernesto Hemingway. El mexicano, de Jack London. La perla, de John Steinbeck. México insurgente, de John Reed.
El Principito, de Antoine Saint-Exupery. El cocodrilo, de Fiódor Dostoiveski. Aura, de Carlos Fuentes. Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel Garcí­a Márquez. Pedro Páramo, de Juan Rulfo.
Ahora, aquel hábito quedó archivado por los profes. Y en las escuelas están leyendo, digamos, libros menores. O de plano, revistas de circulación popular, pero ninguna relación con la literatura clásica y de altos vuelos.
Y sin embargo, ninguna autoridad se detiene a revisar, quizá los programas de estudio, pero sin detenerse en el acervo cultural.
Y con tanta libertad, los profes caen en las ocurrencias, sin ninguna vocación social para inducir a los estudiantes por la lectura de los clásicos.
Menos, mucho menos, para que los chicos contraigan el hábito de la lectura.

TRES. Ningún lector se crea por decreto superior
Ningún lector en el mundo se crea y recrea por decreto presidencial. Tampoco, se insiste, publicando páginas de publicidad (sin sentido) pidiendo que se lea.
Gran cruzada cí­vica de José Vasconcelos, ministro de Educación con el presidente ílvaro Obregón, cuando lanzara la campaña para leer y publicara los clásicos en papel revolución para abaratar costos y coordinó gran programa con los profesores del paí­s para motivar a los alumnos y regalaba libros a todos, incluidos los campesinos y obreros, a quienes activistas sociales en cada comunidad les leí­an hasta debajo de los árboles.
El proyecto, sin embargo, significó un fuego pirotécnico, porque terminado el tiempo presidencial de Obregón el programa fue archivado.
Y el resultado ahí­ está: el promedio de lectura de cada mexicano es de un libro al año.
Y lo peor, el libro por lo general es un libro de autoayuda para hacerse millonario en menos de un año.
La SEP y Paco Ignacio Taibo II, director del Fondo de Cultura Económica, están dando “palos de ciego”.
Crear y empujar un paí­s de lectores solo puede lograrse, primero, a largo plazo, y segundo, durmiendo todas las noches a los niños con la lectura de un cuento clásico para formarles el hábito.
Por decreto presidencial, ningún milagro se logra. Todo suele fallar.


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