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Jueves 28 noviembre, 2019

El amigo ateo

•Ni cielo ni infierno
•Una vida difí­cil

UNO. El amigo ateo

Tengo un amigo ateo. No cree en Dios. Tampoco en la virgencita de Guadalupe. Menos en otras ví­rgenes. Menos en los santos.
Tampoco cree en Charles Darwin y su teorí­a de que el hombre desciende del mono.

Luis Velázquez

Menos cree que Dios creó al hombre y que de una costilla del hombre creó a la mujer.
Se burla del padre Adán y de la madre Eva. Se pitorrea de las elites eclesiásticas y de los obispos y arzobispos y de que los malos se achicharrarán en el infierno y los buenos pasearán en el cielo al lado del Señor.
Dice que “polvo eres y en polvo te convertirás”, para aceptar, digamos, que una vez muerta la persona, ahí­ termina la vida. Y solo acaso vivirá en el recuerdo, aun cuando “pasado un ratito”, se olvida.
Incluso, el amigo ateo ha tenido horas adversas como todos los seres humanos. Y nunca se ha arrodillado ante Dios para pedir misericordia. Menos para rezar una plegaria y esperar un milagro.

DOS. Vida difí­cil de un niño
La vida difí­cil, parece, lo volvió ateo. Huérfano de padre y madre antes de cumplir los diez años de vida, un ratito viviendo con una tí­a piadosa, pero luego internado en un orfanatorio (igual que Juan Rulfo, igual que Marilyn Monroe, por ejemplo) y donde fuera ultrajado por adolescentes mayores.
Y nunca, el violador fue castigado.
Y el rencor y el odio y el coraje se agigantaron en su corazón como en tierra fértil. Y desde entonces, la vida difí­cil de un niño creciendo.
Según ha contado, alguna vez se metió de monaguillo y el presbí­tero lo sedujo y lo violó, igual, digamos que Marcial Maciel hací­a con los seminaristas y hasta con sus hijos.
Y fue abriéndose paso en la vida laboral a base de fregadazos. Y nunca en el camino, dice, necesitó a Dios.
Le he platicado, por ejemplo, de León Tolstoi y de Amado Nervo, el par de escritores que parecí­an hijos de Dios por tanto amor.
Incluso, hasta se le obsequió un libro de Nervo, donde en sus poemas se la pasa hablando de Dios.
Enfurecido, dijo que nunca más volviera a prestarle un libro así­. Y que si él respetaba la creencia religiosa de otros, también exigí­a respeto para su ateí­smo.

TERCERO. Ni cielo ni infierno
Según el amigo ateo, Dios fue injusto.
Los pobres, por ejemplo, son más, mucho más en el mundo que los ricos.
Los ricos, además, fueron creados por Dios, asegura, ricos y bien parecidos, las mujeres bellas, y los pobres, pobres y feos.
Los pobres, dice, siempre son “carne de cañón” para los polí­ticos, y polí­ticos que, además, se vuelven ricos.
Y si en el mundo hay mucha injusticia y si Jesucristo estuvo en contra de las injusticias, y aun cuando terminó crucificado en el Gólgota, entonces se pregunta, ¿dónde está tu Dios?
Tu Dios justo, reprocha. Y si a los pobres han dicho que se porten bien aquí­ en la tierra porque serán bendecidos en el cielo, ni hay cielo ni hay infierno, insiste.
Por eso, el amigo ateo solo cree en él. En ningún momento porque se crea un dios, sino porque si a una persona le va bien en la vida se debe a su trabajo y a su inteligencia y talento y a su disciplina, en ningún momento porque sea, dice, una bendición superior.
Un dí­a, unos evangélicos tocaron a su puerta. Abrió. Y cuando los escuchó les dijo “Aquí­ somos ateos” y casi aventó la puerta sobre las narices de los atalayas.


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