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Escenarios
Martes 19 noviembre, 2019

Broma de mal gusto

•El cadáver fingido
•La gran estafa

UNO. “Bromita de mal gusto”

El sentido del humor jarocho es así­: en el fraccionamiento Virginia, de Boca del Rí­o, unos vecinos armaron un par de cadáveres con pura basura y los dejaron en una calle.
Y la Policí­a Naval y la Policí­a municipal llegaron avisados por algún vecino.

Luis Velázquez

Era una bromita, dicen los teóricos, “de mal gusto”.
Pero al mismo tiempo expresa la reacción de un pueblo ante el oleaje desenfrenado de la inseguridad, la incertidumbre y la zozobra.
“Broma de mal gusto” para los vecinos. Y para la policí­a. Y en el fondo, un pueblo aceptando el nuevo paisaje urbano, suburbano y rural de Veracruz, donde nadie ha librado a la muerte, pues como intitulara Edmundo Valadés a una de sus novelas, “la muerte tiene permiso”.
Bromita, por ejemplo, aquella de cuando en Córdoba asaltaron a los feligreses de una iglesia cuando rezaban el rosario.
Bromita, cuando, por ejemplo, en Córdoba asaltaron a los comensales de una taquerí­a y todo se llevaron, incluso, hasta decenas de tacos para la cena de los malosos.
Bromita, cuando en una iglesia de la ciudad de Veracruz los malandros entraron a la mitad de una misa, ubicaron a una persona y se la llevaron delante de todos.
Más bromita, cuando en las carreteras del sur de Veracruz los malandros asaltan a los autobuses en la madrugada, sembrando el pánico y el terror pues, se entiende, los pasajeros van dormidos y el despertar es fatí­dico.

DOS. Pueblo que sabe sonreí­r
Según Octavio Paz, el jarocho es el pueblo que más sabe reí­r y sonreí­r en el paí­s.
Hábito, costumbre, tradición, cultura, bromitas pesadas y livianas, por ejemplo, en el pueblo de Alvarado donde la mayor parte de la población se conoce por los apodos endilgados por los vecinos.
Incluso, la Casa de la Cultura llevó la alegrí­a de vivir y el sentido del humor y el pitorreo a publicar un librito con los apodos de la población explicando en cada caso la razón del sobrenombre.
Octavio Paz escribió un ensayo sobre las Caritas Sonrientes de Veracruz y lo elevó a la categorí­a universal en el mundo.
La chunga alcanza la plenitud en el carnaval donde de entrada suele prenderse fuego en el inicio de la fiesta de la carne a un personaje de la vida pública, y por ejemplo, alguna vez incendiaron una figura con la cara de Javier Duarte, todo barbón y con los ojos saltones.
Veracruz es un pueblo que sabe reí­r y por eso mismo ha de entenderse y comprenderse la bromita y el ingenio y la creatividad y la genial ocurrencia de armar con pura basura dos cadáveres y avisar a la poli para que los recogieran.

TRES. Pitorrearse de la muerte

Quizá el par de presuntos cadáveres tirados en el fraccionamiento Virginia habrí­an tenido más éxito, digamos, los dí­as primero y dos de noviembre, la fiesta de los muertos, a tono, digamos, con aquel cuento de Fiódor Dostoievsky donde los muertos tienen vida y en las noches se ponen a platicar entre ellos y arman hasta un bailongo, felices y contentos de estar muertos.
O como el cuento aquel donde un cocodrilo se traga a un hombre y luego de varias horas el hombre se declara el ser más feliz del mundo y decide quedarse a vivir en su panza, abandonando a su esposa quien rechaza vivir en aquel vientre.
De cualquier manera, los cadáveres tirados en Boca del Rí­o enaltecen la idiosincracia jarocha de un pueblo que en la desgracia y la aventura, cuando Veracruz sigue chorreando sangre todos los dí­as y noches, se burla de la muerte.


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