Políticos y malandros
•Apodos que duran la vida
•Sucia historia de Veracruz
UNO. Los nombres de los carteles
“La mano negra” y “La Sonora Matancera”, las bandas de sicarios en la historia de Veracruz estaban lejos de honrar su nombre. Ni en “La mano negra”, los pistoleros tenían negras las manos ni tampoco en “La Sonora Matancera” los homicidas bailaban salsa en el desaparecido salón
Luis Velázquez
“Villa del Mar”.
Ahora, y para aclarar ideas, los carteles tienen, digamos, nombres más serios y honran el apellido.
Por ejemplo, el Cartel Sinaloa, el más famoso en el país y en el mundo luego del show de la captura y liberación de uno de los hijos de Joaquín Guzmán Loera, “El chapo”, lleva el nombre justo porque “El chapo” nació en Sinaloa.
El Cartel Jalisco Nueva Generación, el más poderoso de la república amorosa pues tiene relaciones comerciales hasta en Rusia, también honra a la entidad federativa donde nació.
Quizá “Los Zetas” se aproxima más a “La mano negra” y a “La Sonora Matancera”, porque además el nombre es universal y bien pudiera ubicarse en cualquier rincón del mundo… por aquella de la última letra.
DOS. Políticos y malandros
“La mano negra” tenía como jefe al cacique Manuel Parra, ligado a los políticos de su tiempo, y que durante diez años asesinara a cuarenta mil campesinos y diecisiete líderes como parte de aquella enconada lucha por la tierra con los latifundistas en el siglo pasado.
Fue quizá la banda más aterradora de la historia local, porque además, estaba protegida por los políticos.
Por ejemplo, siempre fue acusada del asesinato de Manlio Fabio Altamirano en la Ciudad de México en el Café Tacuba, gobernador electo de Veracruz, y cuyo homicidio abriera la puerta a Miguel Alemán Valdés para entronizarse como mandatario.
Además, cuando el gobernador Jorge Cerdán estuvo a punto de caer, “La mano negra” con quince mil caballerangos entró a la ciudad de Xalapa y desfiló por calles y avenidas en su defensa y apoyo y evitó su derrumbe.
Los historiadores, sin embargo, han documentado aquel episodio sangriento, pero sin detenerse en las razones del apodo singular.
TRES. Ni era Sonora ni era Santanera
“La Sonora Matancera” creció en tierra fértil en el sexenio de Agustín Acosta Lagunes, cuyo padre fue asesinado por un campesino empleado de su rancho una mañana en la madrugada cuando se trepara en un árbol frondoso enfrente de su casa y lo esperara para cazarlo a tiros.
“La Sonora”, el nombre en referencia a “La Sonora Santanera”, estaba integrado por bandas encabezadas por caciques de norte a sur y de este a oeste, aun cuando el epicentro estaba en la región Veracruz-Boca del Río con Felipe “El indio” Lagunes.
Pero ninguno de ellos era devoto de la salsa ni de la chunchaca anexa y conexa. Ni siquiera, vaya, cuando agarraban “la jarra”.
Fue el tiempo cuando los pistoleros cobraban 50 mil pesos de aquellos, 1980/1986, por matar a un cristiano.
Y cuando “El indio” Lagunes ningún sueldo pagaba a los sicarios, sino les concesionaba un día y una noche a la semana para que hicieran y deshicieran a su antojo con los secuestros, los robos, los asaltos y los crímenes.
La historia de “La mano negra” y “La Sonora Matancera” es como la famosa cortina de hierro en Rusia, que ni era cortina ni era de hierro, sino un simple palo pintado de rojo y blanco “como los anuncios de las peluquerías” en Colombia según describe en crónica histórica Gabriel García Márquez, cuando “era feliz e indocumentado” y a los veinte años de edad anduvo “De viaje por los países socialistas”.