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Diario de un reportero
Sábado 04 mayo, 2013

“¡Se te fue la nota!”


*Un periodista en trance
*Tundeteclas embrujado

DOMINGO
El reportero imberbe…

Nada más fascinante que los primeros pasos de un joven reportero. El inicio. La prueba de bomba. El momento cuando por vez primera huele la tinta del periódico recién impreso y decide quedarse para siempre. O en todo caso, ni hablar, salir huyendo de la sala de redacción porque se ha equivocado de oficio.
Por ejemplo, entre otras vivencias y experiencias: luego de su encarcelamiento en el penal de Lecumberri, el lí­der ferrocarrilero, Demetrio Vallejo (de quien Elena Poniatowska escribiera la novela-reportaje, “El tren pasa primero”), caminó de norte a sur del paí­s para reorganizar el movimiento obrero disidente.

Luis Velázquez

Así­ llegó al puerto jarocho, se reunió con la oposición, unos cuantos trabajadores crí­ticos al caudillismo sindical de Luis Gómez Zepeda, entonces, el favorito del régimen, como años después lo fuera Jorge Peralta Vargas, y ahora Ví­ctor Flores, llamado “El rey Midas”, 18 años ininterrumpidos en el trono sindical.
Entonces, el reportero Jorge Arias, que comenzaba en el oficio, cubrió la nota de Demetrio Vallejo.
Y, por desgracia, y ante una ignorancia universal sobre la vida polémica y alucinante de Demetrio Vallejo, sólo se redujo a reproducir su discurso, sin una entrevista sobre, digamos, su lucha obrera, su estancia en Lecumberri, el escenario nacional, la guerra sucia del gobierno contra los opositores, el sistema penitenciario, etcétera.
Jorge Arias, pobrecito, cubrió la nota, sin ningún sentido histórico ni tampoco una perspectiva social.
Simple y llanamente, nunca supo, aquella fecha, sobre la vida de Demetrio Vallejo.
Error imperdonable…

LUNES
Igual que “El borras”

David Alfaro Siqueiros, uno de los tres grandes muralistas, junto con Clemente Orozco y Diego Rivera, alcanzó la libertad luego de su estancia en el penal de Lecumberri, años aquellos de la pasión comunista, Rusia, León Trotsky.
Un fin de semana “El coronelazo” Siqueiros llegó al puerto jarocho, vestido de negro, camisa de manga larga negra, pantalón negro, el sombrero caí­do sobre la frente, acompañado de un cromo de mujer. Modelo. La mitad de sus años.
Y en “La parroquia”, entonces en la avenida Independencia, Siqueiros tomó lecherito con canilla. En la mesa con su modelo. Uno más de los cafetómanos.
Alguien dijo al reportero Jorge Arias que ahí­ estaba Siqueiros, pensando acaso el interlocutor que el joven tundeteclas sabí­a, conocí­a, la historia del pintor.
Y Jorge Arias se fue encima de Siqueiros como ”˜”™El borras”™”™. Sin saber nada de su vida. Sin conocer su historia. Con la pregunta más idiota del mundo:
-¿A qué vino?
-Con mi novia
-¡Ah!
Todo, por la indisciplina de aquellos años de apenas y leer las noticias locales. El mundo visto desde la aldea, el pueblito, el rancho. Cuando el mundo ha girado siempre en otra dimensión. “Localismo empobrecedor” le llamaba el filósofo presidencial José López Portillo, antes de su luna de miel con Sasha Montenegro.

MARTES
”˜”™Se te fue la nota”…

El cardenal Norberto Rivera Carrasco aterrizó en el vuelo de las 21 horas en el aeropuerto Heriberto Jara, en el puerto jarocho.
Vestí­a de civil. Incluso, de guayabera. Una cachuchita de beisbolista. Roja. Acompañado de un auxiliar. Un amigo. Un conocido. Caminando de frente, sin mirar a los lados. Claro, tampoco sin sonreí­r. Sin buscar un interlocutor con la mirada. Las manos entrelazadas, como sacerdote luego de la homilí­a.
El reportero Jorge Arias se le quedó mirando, como a cualquier otro pasajero. Y el cardenal siguió caminando. Sin voltear para mirar al prójimo con una sonrisa, digamos, que es demasiado esperar.
Minutos después, el compañero fotógrafo llegó con Jorge Arias.
-¿Lo entrevistaste? preguntó. Aquí­ tengo la foto.
-¿A quién?, reviró el tundeteclas que iniciaba.
-A Norberto Rivera.
-¿Quién es?
-¡Ya se fue, cabrón! ¡Se te fue la nota!
Nunca, jamás, Jorge Arias lo encontró en el Obispado. Ni en la Casa Parroquial. Ni en ningún hotel del puerto jarocho.
Y el reportero, ni modo, quedó a deber una más al fotógrafo para que guardara la foto con el cardenal en su archivo, antes de que el jefe de redacción despidiera al joven, novel e imberbe reportero.

MIÉRCOLES
Otro que perdió la nota…

Los escritores y periodistas, Fernando Bení­tez y José Emilio Pacheco, pasaron el fin de semana en el puerto jarocho, hospedados en el hotel Mocambo en Boca del Rí­o.
De viernes en la tarde a lunes en la mañana.
Un amigo acercó al reportero Jorge Arias con ellos y lo habilitó como chofer. En su cochecito VW, color azul, que tanto lo acompañara en el periplo periodí­stico.
Chofer, Jorge Arias fue recibido con sentido democrático por el par de escritores y hasta lo invitaron a desayunar, comer y cenar con ellos.
Ellos, hablando de literatura. Polí­tica. El paí­s. El mundo. Veracruz.
Error imperdonable: nunca miró que tení­a la noticia en exclusiva. El diálogo de dos escritores en uno de los momentos estelares de sus vidas. Incluso, sin necesidad de preguntar ni de entrevistar. Sólo registrando el diálogo, la plática, la conversación. Respetando, claro, la vida privada. Inviolable, siempre.
Acaso, quizá, entonces, habí­a leí­do una crónica, un reportaje, un poema, un libro, de Bení­tez y José Emilio Pacheco, cuya fama pública es que nunca, jamás, ha concedido una entrevista de prensa a un reportero.
Jorge Arias quedó alucinado con los escritores. Pero perdió la noticia. El objetivo número uno de un diarista.
De algún modo le ocurrió lo mismo que aquella reportera que en Colombia pide una entrevista a Gabriel Garcí­a Márquez, luego del premio Nobel.
Garcí­a Márquez sugiere que lo acompañe en el transcurso del dí­a. Y en la noche, la reportera insiste con la entrevista. Entonces, el Nobel le dice: “Anduvo usted todo el dí­a conmigo. Y la noticia se le está yendo”.

JUEVES
Beber antes que reportear

Juan Vicente Melo (“La obediencia nocturna”, “Los muros enemigos”), viví­a en el quinto piso del edificio Galdi, en el puerto jarocho.
Contemporáneo de los escritores José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis y Juan Garcí­a Ponce, director de la Casa del Lago, en la ciudad de México, Juan Vicente pasaba las horas y los dí­as encerrado en el departamento 503, escribiendo unas veces; bebiendo cantidades industriales de alcohol otras, y haciendo el amor con música de Edith Piaf con su Antí­noo.
Los fines de semana los reporteros Jorge Arias y José Murillo Tejeda tocaban a la puerta del departamento de Juan Vicente Melo, cargando una botella de presidente, que entonces tomaban todos, para la tertulia.
Con una sonrisa en la cara morena, flaco, muy flaco, bajito de estatura, apoyado en un bastón, Juan Vicente, enfundado en una camisita de manga larga, abrí­a la puerta para el bacanal sabatino.
Pero en aquellos años, nunca, y por desgracia, los aprendices de reporteros tuvieron conciencia de la importancia literaria del escritor que cada sábado los escuchaba con paciencia, sin hablar, jamás, de sus amigos, sus contemporáneos.
Al departamento 503 del edificio Galdi se llegaba a consumir licor en cantidades pasmosas…

VIERNES
Un periodista en trance

Una hora antes de que el café “La parroquia”, entonces en la avenida Independencia, cerrara la noche, de pronto, un reportero llamado Renato Leduc llegaba al café, cargando una máquina portátil, que de inmediato tendí­a en la mesa y tecleaba como si fueran las doce del dí­a.
Entonces, solicitaba un lechero sin canilla y en el silencio de la noche sólo se escuchaba el tecleo rápido, intenso, febril, de los dedos de Renato Leduc perforando la hoja de papel revolución..
Escribiendo sin mirar a los lados. Sin escuchar a nadie. Absorto. En trance.
Bajito de estatura, rechoncho, enfundado en su vestuario de telegrafista del viejo ferrocarril, Leduc escribí­a en “La parroquia” la crónica y el reportaje trabajado en el transcurso del dí­a en alguna región de Veracruz como enviado especial de su periódico.
Siempre callado, apenas y miraba de soslayo la libreta de apuntes, pues recordaba con precisión las horas vividas en el frente de batalla.
Hechizaba mirarlo. Significa un viaje alucinante. Como aquella tarde cuando en un café de Parí­s el joven Gabriel Garcí­a Márquez quedó hipnotizado mirando al cronopio Julio Cortázar escribiendo en un rincón, a mano, con lápiz, dejando que el café se enfriara, sin atreverse a interrumpirlo para seguir embrujado.
En la mesa de enfrente, Jorge Arias miraba y admiraba al viejo reportero perforando con sus dedos la hoja atrapada en la máquina portátil.
Nunca se acercó para saludarlo…


1 comentario(s)

INEXPERTO 09 May, 2013 - 21:51
...años idos para los inexpertos de la reporteada son ahora la suma de la experiencia del reportero que no busca ser la estrella del periodismo sino tener la certeza ser de los mejores del momento. Conocí al Jorge Arias que hoy comparte errores del pasado y siempre tuve la seguridad de que alcanzaría el propósito de ser el mejor reportero. Felicidades.

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