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Escenarios
Sábado 02 noviembre, 2019

“La quinceañera”

•Leyenda sexual
•Maestra pueblerina

UNO. La leyenda sexual de un pueblo

En el pueblo habí­a un prostí­bulo de nombre “El cafetal”. Estaba a la entrada en un camino de terracerí­a y seis trabajadoras sexuales estaban al servicio de los clientes. Dos del pueblo y cuatro que llegaban los viernes en la tarde y se iban el lunes en la mañana.

Luis Velázquez

El local era una salita modesta y sencilla, tamaño INFONAVIT, donde el dueño solo vendí­a cerveza, aguardiente y copas de Presidente o la botella completa.
Y a un ladito, enfrente, 4 cuartitos de madera con piso de tierra y un catre que aguantaba las pasiones revolcadas. Y cada cuarto era la mitad de un cuartito INFONAVIT, donde se caminaba de ladito para entrar y salir.
Del sexteto de cortesanas una era la más famosa en el pueblo. Le apodaban “La quinceañera”, porque los únicos clientes que aceptaba eran chicos de 15 a 18 años. De 20 años, eran viejos para ella, quien tení­a 35 años.
Era ella de estatura bajita, con tendencia a la gordura, pero que lograba controlar sin consumir cerveza ni refresco. Se la llevaba con pura copa. Su cara era redonda y que se agigantaba más porque tení­a el pelo ensortijado y le gustaba que creciera en tierra fértil con grandes caireles colgando a los lados. Su piel era blanca y todos la querí­an.

DOS. Una gran lectora
Fue la maestra sexual de varias generaciones de chicos a quienes habí­a enseñado los secretos del sexo rápido, pues, además, le gustaba platicar antes y después de hacer el amor y la plática siempre era sobre las pasiones desordenadas y los secretos de las mujeres para seducir a los hombres.
Un dí­a enamoró de un chico. Y el chico leí­a y leí­a y leí­a y le compartió libros de novelas, cuentos y poemas.
Después de un encuentro sexual le platicaba de sus historias literarias y le sembraba la curiosidad y el interés por la lectura.
Y “La quinceañera” se volvió una lectora adicta.
Incluso, en el palacio municipal habí­a, entonces, una modesta biblioteca con unos trescientos libros y en las mañanas, los viernes y sábados, ella se volví­a una lectora habitual y hasta llegó a leer más que su noviecito.
Todas las querí­an porque solí­a fiar su servicio a los chicos y, con frecuencia, nunca les cobraba y les seguí­a fiando.

TRES. Dí­as de gloria y esplendor
Desde el dí­a cuando llegó al pueblo advirtió al dueño de “El cafetal” que su misión en la tierra era la iniciación sexual de los jóvenes y que solo se quedaba a trabajar si el propietario le permití­a cumplir su tarea superior.
Semanas después, el nombre de “La quinceañera” trascendió en la vida social del pueblo y en la homilí­a el presbí­tero se ocupaba de ella y hasta le fajaron al presidente municipal para que la exiliara bajo el argumento de que significaba una disolución social.
Nunca pudieron. Los chicos hablaron con sus padres y les dieron sus razones poderosas y los padres se pusieron del lado de todos ellos y ella fue glorificada.
Gracias a “La quinceañera” fueron dí­as de gloria y esplendor para aquella generación.
Solí­a contar muchas historias de cortesanas que los chicos escuchaban atónitos y perplejos y su gracia era excepcional porque todos reí­an y se carcajeaban felices del cuerpo y felices en sus neuronas porque ella significaba la más alta expresión del deseo satisfecho.
Un dí­a desapareció del pueblo. Dejó de ir. Alguna cronista que pasó por ahí­ dijo que habí­a muerto de una enfermedad desconocida.


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