“La quinceañera”
•Leyenda sexual
•Maestra pueblerina
UNO. La leyenda sexual de un pueblo
En el pueblo había un prostíbulo de nombre “El cafetal”. Estaba a la entrada en un camino de terracería y seis trabajadoras sexuales estaban al servicio de los clientes. Dos del pueblo y cuatro que llegaban los viernes en la tarde y se iban el lunes en la mañana.
Luis Velázquez
El local era una salita modesta y sencilla, tamaño INFONAVIT, donde el dueño solo vendía cerveza, aguardiente y copas de Presidente o la botella completa.
Y a un ladito, enfrente, 4 cuartitos de madera con piso de tierra y un catre que aguantaba las pasiones revolcadas. Y cada cuarto era la mitad de un cuartito INFONAVIT, donde se caminaba de ladito para entrar y salir.
Del sexteto de cortesanas una era la más famosa en el pueblo. Le apodaban “La quinceañera”, porque los únicos clientes que aceptaba eran chicos de 15 a 18 años. De 20 años, eran viejos para ella, quien tenía 35 años.
Era ella de estatura bajita, con tendencia a la gordura, pero que lograba controlar sin consumir cerveza ni refresco. Se la llevaba con pura copa. Su cara era redonda y que se agigantaba más porque tenía el pelo ensortijado y le gustaba que creciera en tierra fértil con grandes caireles colgando a los lados. Su piel era blanca y todos la querían.
DOS. Una gran lectora
Fue la maestra sexual de varias generaciones de chicos a quienes había enseñado los secretos del sexo rápido, pues, además, le gustaba platicar antes y después de hacer el amor y la plática siempre era sobre las pasiones desordenadas y los secretos de las mujeres para seducir a los hombres.
Un día enamoró de un chico. Y el chico leía y leía y leía y le compartió libros de novelas, cuentos y poemas.
Después de un encuentro sexual le platicaba de sus historias literarias y le sembraba la curiosidad y el interés por la lectura.
Y “La quinceañera” se volvió una lectora adicta.
Incluso, en el palacio municipal había, entonces, una modesta biblioteca con unos trescientos libros y en las mañanas, los viernes y sábados, ella se volvía una lectora habitual y hasta llegó a leer más que su noviecito.
Todas las querían porque solía fiar su servicio a los chicos y, con frecuencia, nunca les cobraba y les seguía fiando.
TRES. Días de gloria y esplendor
Desde el día cuando llegó al pueblo advirtió al dueño de “El cafetal” que su misión en la tierra era la iniciación sexual de los jóvenes y que solo se quedaba a trabajar si el propietario le permitía cumplir su tarea superior.
Semanas después, el nombre de “La quinceañera” trascendió en la vida social del pueblo y en la homilía el presbítero se ocupaba de ella y hasta le fajaron al presidente municipal para que la exiliara bajo el argumento de que significaba una disolución social.
Nunca pudieron. Los chicos hablaron con sus padres y les dieron sus razones poderosas y los padres se pusieron del lado de todos ellos y ella fue glorificada.
Gracias a “La quinceañera” fueron días de gloria y esplendor para aquella generación.
Solía contar muchas historias de cortesanas que los chicos escuchaban atónitos y perplejos y su gracia era excepcional porque todos reían y se carcajeaban felices del cuerpo y felices en sus neuronas porque ella significaba la más alta expresión del deseo satisfecho.
Un día desapareció del pueblo. Dejó de ir. Alguna cronista que pasó por ahí dijo que había muerto de una enfermedad desconocida.