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Lunes 14 octubre, 2019

Cortesanas, a la deriva

•Envejecieron en el motel
•Vidas demasiado jodidas

UNO. Cortesanas a la deriva

Según la investigadora Patricia Ponce, Veracruz ocupa el primer lugar nacional en producción y exportación de trabajadoras sexuales. Su libro, Guerreras de la noche, estremece con las historias de vida.
Pero de todas hay cortesanas que han vivido y padecen el peor infierno.

Luis Velázquez

Son aquellas que en el servicio público dejaron sus vidas y ahora tienen unos 60, 70 años, y todaví­a continúan en el frente de batalla, compitiendo con mesalinas jóvenes.
La vida, sin embargo, es así­, y como exclama un personaje literario de Carlos Fuentes Mací­as, “¡qué le vamos a hacer!”.
Ellas llegaron a la sexta, séptima década, sin nunca haber tenido Seguro Social ni INFONAVIT. Ni recibir el dí­a de descanso obligatorio ni tampoco el pago del famoso reparto anual de utilidades. Y lo peor, sin derecho de antigí¼edad para pensionarse.
Ahora, viviendo “con la justa medianí­a” del ingreso, corriendo cada quincena al Monte de Piedad para pedir prestado, siguen alquilando su cuerpo, y como los vientos huracanados son en contra, entonces, en las peores circunstancias.
Por fortuna, en la Ciudad de México hay un asilo de trabajadoras sexuales y allí­ han terminado muchas hasta donde la capacidad fí­sica aguante.
En provincia, Veracruz por ejemplo, ningún refugio para ellas cuando envejecieron en el frente de batalla.

DOS. La más jodida de las vidas
Un recorrido en la tarde o en la noche, incluso en la madrugada, por las calles cerca de hoteles de paso donde suelen trabajar basta para cuantificar el número de cortesanas envejecidas en el servicio.
Muchas, la mayorí­a ojalá, habrán tenido hijos quienes las rescataron. Pero cuando se mira el paisaje cerca de los hoteles de paso resulta abrumador el número de mujeres en la vejez, ancianas, ofreciendo su cuerpo.
Incluso, compitiendo hasta con homosexuales.
Es el mundo de la jodidez. La prueba cientí­fica de que en el mundo los pobres están condenados a vivir y a morir en la miseria.
Y nada más terrible que vender el cuerpo humano para llevar el itacate a casa.
Jodidos, cierto, los indí­genas y los campesinos. Y más, cuando hacia la sexta década, algunas de las tres mil enfermedades en el inventario médico merodean en la vida y todos los dí­as.
Y más, cuando se llega a la vejez sin Seguro Social o ISSSTE, por ejemplo.
Pero más, mucho más sórdida la vida de las trabajadoras sexuales a partir, digamos, de los 55, 60, 65 años de edad.

TRES. Gran fracaso de la polí­tica económica
El relato bí­blico habla de algunas cortesanas. Marí­a Magdalena, en ningún momento porque ella lo fuera, sino porque la esposa de Herodes la refundió en un prostí­bulo.
La otra es Ruth, quien escondió a unos apóstoles de Jesús de los sicarios del fariseo que los buscaban para asesinarlos y así­ se ganó la salvación.
Por eso, en todos los tiempos de la historia, las trabajadoras sexuales existirán, pues, entre otras cositas, el fracaso de la polí­tica económica es universal. Ninguna mujer trabaja por gusto en la calle y en los hoteles de paso y moteles.
Pero cuando un cliente anda, digamos, en la aventura sexual nocturna y de pronto se topa con cortesanas de la sexta y séptima década, el corazón se estruja y solo queda regalarles unos centavos significativos, quizá como un acto de contrición para ganar indulgencias en el otro lado del charco y tranquilizar la conciencia VIP.
En el siglo pasado, en la famosa zona de tolerancia en la ciudad de Veracruz en la calle Guerrero, habí­a trabajadoras sexuales viejitas y ancianas.


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