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A Mil por Hora
Jueves 10 octubre, 2019

Seis meses con el corazón roto y el alma apachurrada

El asesinato de Julio César en la masacre de Minatitlán dejó "sin brazos y sin piernas" a una familia
•Hace un semestre, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ofreció justicia... y que todaví­a están esperando


Por IGNACIO CARVAJAL

Existe una casa en Minatitlán donde sus habitantes andan con el corazón roto y el alma apachurrada. Ahí­ viví­a Julio César Vázquez López, de 34 años, una de las ví­ctimas de la masacre en la palapa Los Potros.
Marí­a del Carmen, su hermana, habla de su pesar:

  • Julio César Vázquez López, víctima de la masacre de Minatitlán

  • Julio César Vázquez López, víctima de la masacre de Minatitlán

"Es como si me hubieran dejado sin brazos y sin piernas. Su muerte nos dejó a todos en la tristeza, no sabemos qué hacer, queremos salir adelante y recordarlo por siempre como la gran persona que fue".
Habla desde esa casa, en una colonia popular de la ciudad que saltó a la fama el pasado 19 de abril por la masacre de 13 personas que disfrutaban de una fiesta patronal. En ella, el ambiente es sombrí­o y melancólico. Por las noches, confiesa, todos lloran esa ausencia y se consumen en la angustia por no ver más a Julio César.
Ha pasado el plazo de seis meses que se dio el Presidente Andrés Manuel López Obrador, desde esta ciudad, para que la Guardia Nacional, y los programas sociales, dieran resultados y regresara la paz al sur.
Sin embargo, la sangre no deja de correr, la semana anterior, en dos ocasiones, la autopista Cosoleacaque-La Tinaja fue tomada por personas que exigí­an justicia. Los primeros, por el caso de la joven Isamar Méndez Méndez, secuestrada y encontrada sin vida en bolsas negras; después, por el caso de una universitaria de Minatitlán que también resultó privada de la libertad en Coatzacoalcos, pero que apareció con vida.
Marí­a del Carmen Vázquez López ya no pone atención a la noticia, vive en la profunda tristeza por el asesinato de su hermano. Tampoco ha recibido el respaldo del gobierno, ella, su madre adulta mayor, menores de edad y otros familiares urgen ser atendidos con terapias para superar la masacre de la palapa Los Potros.
En dos ocasiones el gobierno federal le ha enviado funcionarios para que ingresen al programa de tandas, pero ella sabe que eso únicamente es un paliativo, "nos quieren dar dinero, pero es prestado". Lo necesario es la reparación del daño por parte del estado, dice.
A seis meses de la masacre de 13 personas, las heridas ni si quiera muestran la mí­nima señal de sanar.
Antes, cuando él existí­a -relata- la casa siempre estaba llena de bulla y color, pues él, además de haber cursado su carrera para maestro, contaba con habilidades innatas para elaborar adornos para fiestas.
Así­, cada fin de semana tení­a la casa llena de adornos y pilas de papel que picaba para las decoraciones de los festejos patronales que habitualmente se celebran en esta región de Veracruz entre integrantes de la comunidad istmeña.
"A veces se compraba su cerveza, la metí­a al refrí­ y se poní­a a trabajar en su cuarto, tomando una bien frí­a" recuerda la entrevistada.
De diversos barrios de Minatitlán y Coatzacoalcos - donde hay poblaciones ismeñas que celebran a varios santos patronos durante el año- lo buscaban para elaborar la decoración o poner la coreografí­a a parejas de novios y quinceañeras que bailaban su vals.
Pasaba largas horas con sus tijeras y otros instrumentos de trabajo haciendo que el papel china de colores tomara las formas más insospechadas.
En las manos gruesas y masculinas contaba con un toque de delicadeza, igual que la caricia que prodigaba a diario a sus sobrinas, quienes dependí­an de él, y a su madre, una mujer adulta a quien la edad y las enfermedades mantienen en constante reposo.

Julio César vivió como un padre para dos de sus sobrinas, especialmente a la que está en edad de cursar la primaria, le dedicaba tiempo con las tareas, la ayudaba a ir bien con las materias, y con su pérdida, ella lo ha resentido más que nadie. El Estado no les ha correspondido con las terapias para superar esos episodios.
Julio César era egresado de la licenciatura en Ciencias de la Educación, siempre estaba dispuesto a ayudar a niños con problemas de aprovechamiento.
Últimamente a eso se dedicaba, recibí­a niños en su domicilio en donde los sometí­a a intensas horas de estudio, con paciencia y determinación, les corregí­a los errores y enseñaba. Las clases de regularización eran uno de sus ingresos económicos. También apoyaba a maestros que le pedí­an cubrirlos en sus horas, cuando éstos no podí­an, igual habí­a estado trabajando en un jardí­n de niños privado.
Y eventualmente, con su hermana, comerciaban comida en redes sociales. "Me decí­a, hoy ofreceré chiles, o mole, o picadas, y poní­a su anuncio en el face muy temprano y yo me poní­a a cocinar, él repartí­a y cobraba".
Uno de sus sueños a largo plazo era ahorrar lo necesario y montar su propio jardí­n de niños.
Constantemente hablaba de esa aspiración que resultó apagada por las cuatro balas que lo mataron en esa fiesta.
Así­ era la vida de Julio César, cada fin de semana, al entrar la temporada del año para festejar a los santos de la tierra istmeña, de fiesta en fiesta. Pachangas que podí­an durar incluso más de 48 horas.
Una en particular, la vela de gala, se trataba de comer, bailar y festejar amenamente siendo atendido por los organizadores pagando una módica suma por un boleto. Esos boletos los vendí­an personas como Julio César. Si él vendí­a un boleto para una vela de gala, el dí­a de la fiesta, él personalmente le daba de cenar, bebida, botanas y toda clase de atenciones a quien se lo compraba.
Si le comprabas un boleto, "él te poní­a en la mesa, se dedicaba a darte de comer, cenar, la bebida, la botana y siempre estaba pendiente de que no te faltara nada, así­ son estas fiestas de nosotros, quienes somos del Istmo".
Julio César Vázquez López llegó a la palapa Los Potros invitado por la persona que ese dí­a cumplí­a años. Se la habí­a encontrado dí­as antes al salir del banco, y le entregó una invitación. Eran pocas sus ganas de ir al festejo, solo asistió para cumplir.
Entre la fiesta y la muerte, lo que a últimas fechas se padece en el sur, el próximo sábado Julio César Vázquez López cumplirí­a 35 años de vida. Le habí­a pedido a su familia celebrar con antojitos para sus invitados, mucha cerveza y música, pero no habrá festejos, tal vez una visita al panteón, una oración en su nombre y de vuelta a la casa triste.


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