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Escenarios
Viernes 20 septiembre, 2019

El profe sicópata

•Devastó a un pueblo
•Corrió con suerte...

UNO. El profe sicópata

Muchos años después, nadie ha olvidado al profesor aquel de la escuela primaria apodado “El cebollí­n”. Si vive tendrá unos cien años. Tantos lo recuerdan por su calentura sexual. Seducí­a a las estudiantes. Las envolví­a con atenciones. Y cuando podí­a las ultrajaba.

Luis Velázquez

Eran alumnas del sexto año de primaria.
Siempre, digamos, corrió con suerte. Por más y más denuncias de los padres de familia, la directora, quien lo protegí­a con exceso, echaba el rollo a los padres y a las niñas.
Pero el daño sicológico, moral y social causado en el pueblo fue devastador. Eran otros tiempos cuando hasta el presbí­tero lo solapaba pues en los rosarios de la tarde pedí­a a los feligreses un Padrenuestro para que el demonio se le fuera.

DOS. Tení­a los ojos de un ratón
Nunca se supo de sus orí­genes. Llegó al pueblo solo y solo viví­a en una casita. Una señora le hací­a de comer y lavaba y planchaba y aseaba su casa.
Y en las tardes, “El cebollí­n” invitaba a una alumna cada dí­a para ayudarla en su tarea escolar y en sus problemas de conocimiento con alguna materia.
Era de baja estatura y era gí¼ero y hasta las cejas tení­an amarillas, gí¼eras gí¼eras, y de ahí­ nació el apodo endilgado por los estudiantes.
Sus ojitos eran como los de un ratón, chiquitos chiquitos, pero con la mirada de una águila en acecho… atrás de su objetivo primordial como eran las alumnas.
En su casa, solí­a invitar una champola, un refresco, un chocolate con galletitas, un café, a las chicas. Y como eran de doce años de edad, entonces, les enseñaba a bailar, y bailando, las toqueteaba.
Luego, cuando les explicaba sus dudas escolares, se sentada a un lado de ellos y las tocaba otra vez. Y metí­a sus dedos debajo de la faldita de las compañeras. Y así­, iba calibrando la reacción de cada una.
En el pueblo nunca se casó. Tampoco se le conoció familia que lo visitara. Le bastaba con las estudiantes.
Y para congraciarse con los alumnos jugaba basquetbol. Un dí­a, varios compas le cayeron encima y entonces, se convirtió en entrenador.
Después, se volvió popular porque solí­a invitar los refrescos y las cervezas los sábados al mediodí­a luego de un juego.

TRES. “La letra con sangre entra”
Era la segunda mitad del siglo pasado en el pueblo. Y el vaso comunicante de los profesores era, digamos, universal.
Tampoco, por ejemplo, fueron olvidadas el par de maestras de primero y segundo año de primaria que ordenaban a los alumnos ponerse de pie y extender las manos y con una regla de cedro las golpeaban con furia ante un error cometido.
Menos fue olvidado el profesor de Matemáticas que agarraba de la cabeza a los estudiantes y los arrojaba con su furia de gladiador sobre el pizarrón porque estaba seguro de que “la letra con sangre entra”.
Tampoco al profe que se pitorreaba de los alumnos y les poní­a apodos.
Ni a aquel profe que hermano de la directora extendí­a una hamaca de una columna del edificio escolar a otra columna y se tiraba de panza al sol a dormir en las mañanas y en las tardes, como si estuviera en su departamento, y por órdenes superiores hasta el conserje velaba su sueño.
Ni al par de maestras lesbianas que viví­an a plenitud su pasión desenfrenada y se besaban en el salón de clases con toda la libertad del mundo.
Pero “El cebollí­n” ganó a todos porque era, más que un seductor, un violí­n, un chacal le dirí­an en la página policiaca.


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