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Crónicas
Sábado 13 abril, 2013

No se metan con mis muchachos


El cuatro de octubre de 2009, Lázaro Llinas Castro, primer narcotraficante jarocho y también primer comercializador de la droga conocida como piedra en el estado de Veracruz, fue condenado a 32 años de prisión por delitos contra la salud y otros.
Estos apuntes narran su ascenso y caí­da como capo de la cocaí­na en el puerto, y narran también las historias de varios adictos que sobrevivieron al terrible vicio.

Fernanda Melchor

(El templo del vicio)
Apuntes para una crónica del crack en el puerto.

Para Iván y Chelsi, donde quiera que estén.

No se metan con mis muchachos
Harto del calor, de las comidas basadas en garnachas, de la peste a sobaco y encierro del cuartel, el secretario de Seguridad Pública se sacude de encima al matón que le cuida la espalda y escapa hacia la capital del estado, a bordo de su automóvil. Hace semanas que no ve a su familia, justo desde que iniciaran las amenazas telefónicas.
A la altura de Rinconada, en medio de una insistente llovizna, dos camionetas negras se le pegan a los costados; una tercera unidad irrumpe desde una brecha rural y lo encajona. A punta de rifle, cuatro encapuchados lo obligan a bajar del vehí­culo.
”” Te voy a pedir que tus muchachos no se metan con los mí­os”” dice el patrón de los sicarios, recostado sobre el cuero del respaldo. En la letaní­a que recita, el secretario reconoce el nombre completo de su mujer, la dirección de su residencia en Jalapa, los horarios de los colegios privados a las que asisten sus hijos.

Ladrón que roba a ladrón
En el patio del doctor Careló, ubicado en la colonia Pocitos y Rivera, Pancho Pantera forja un cigarro de mariguana, pensativo. Se ha dejado crecer el bigote y lleva los cabellos pintados.
”” Tengo que pensar bien cómo voy a chingar a esos vatos”” murmura, pero no habla con nadie: maquila.
El oficio de Pancho Pantera consistí­a en robar a la mafia. Se hací­a pasar por agente de ventas y ofrecí­a cocaí­na a precio de mayoreo a empresarios locales. Acudí­a a la cita con una bolsa de cal, pero antes de que pudiera abrir el paquete, una decena de malandros vistiendo playeras de la PGR ””el equipo de seguridad de Pancho”” irrumpí­a en el sitio y confiscaba la “droga” y el dinero a cambio de la libertad de los traficantes.
La mitad del botí­n iba al bolsillo de Pancho. Pero este perdió sus contactos tras una estancia de cinco años en prisión bajo el cargo de delincuencia organizada. Cuando salió, los Zetas le habí­a arrebatado el negocio.
”” No quieren socios, esos vatos, quieren asalariados.
La punta del cigarrillo resplandece en la penumbra.
”” Allá adentro son ellos, los presos, los que mandan a los custodios a castigo.

Recuerdos de familia
Hijo de madre soltera, el Pollero fue criado en un hospicio y entrenado desde chico para el encierro. Cansado de madrugar y de pasar hambres, mutilando aves en el mercado, se aferra al sueño de convertirse en narco y salir de la pobreza. El Pollero comienza a visitar a los presos del penal y a regalarles alimentos; quiere que la mafia lo observe y lo reconozca. Un guatemalteco agradece su deferencia y lo premia con el primer conecte: un botí­n de droga oculto en el interior de una camioneta decomisada. Las autoridades le niegan al Pollero el permiso para disponer del vehí­culo de su “tí­o”, pero este los convence de que sólo busca “recuerdos familiares”. En el sitio indicado por el viejo, encuentra dos kilos de cocaí­na.
Cuenta la leyenda que, al llegar a su casa, el Pollero pateó la olla de frijoles que herví­an sobre el fogón y mandó a comprar cocteles de mariscos para toda la familia.
”” Ora que estamos en el negocio hay que comer como los ricos.

Nota/ Proliferan los narquí­quiris
Hasta los años treinta del siglo pasado, el clorhidrato de cocaí­na podrí­a adquirirse en forma de comprimidos en diversas farmacias del puerto. Fue en una de ellas, La Parroquia, ubicada en el corazón histórcio de la ciudad, donde el Hijo Predilecto de Veracruz, Francisco Rivera ívila, laboró como farmacéutico y obtuvo el sobrenombre con el que firmarí­a sus décimas, Paco Pí­ldora.
Posteriormente, un selecto cí­rculo de agentes aduanales, juniors y empresarios de la construcción y de bienes raí­ces acaparó la oferta y la demanda del producto. La droga colombiana llegaba en contenedores, a través de buques provenientes de Sudamérica, o atravesaba el Caribe a bordo de avionetas, hasta llegar a las bodegas en Mérida y Chiapas.
Durante los años noventa, la cocaí­na cruza la avenida Circunvalación ””ésa lí­nea simbólica que divide a las calles del centro (la ciudad-museo) de las calles de las colonias (el reservorio del salvajismo)”” y se oferta a precios asequibles. El tráfico de drogas en la periferia es catalogado por las autoridades como “suministro entre viciosos”, una actividad que genera escasas riquezas entre sus actores pero que es fuente de prestigio en la comunidad.

El nuevo rico
Carnicero de oficio, Lázaro Llinas Castro es conocido en el puerto como el Rey de las Pastas. Sus familiares cercanos lo apodan El Loco. De abuelo y padre vendedores de mariguana, da su primer golpe cuando denuncia al Pollero ante las autoridades y se adueña de su coca, de su “plaza” y hasta de su mujer, Claudia. Instala su primera “tiendita” en una privada ubicada en las calles de Canal y Victoria. Algunos afirman que la fila para comprar droga era tan larga que parecí­a la de una tortillerí­a.
Con el tiempo, Lázaro se convierte en el nuevo rico de Veracruz. Manda a que le arreglen los dientes y a que le respinguen la nariz con cirugí­a plástica. Llega incluso a comprar un yate y un equipo de futbol de tercera división, el célebre Gloisa, que ese mismo año se disputara la copa de la liga amateur en el estadio Luis “Pirata” Fuente. Kalusha, Francois Oman Biyic, Carlos Santos, Luis Garcí­a y El Turco Mohammed son algunos de los deportistas que Lázaro Llinas solí­a contratar como cachirules para los encuentros.

El Templo del Vicio
Sobre la calva del doctor Careló brilla el foco desnudo de la sala. En sus manos sostiene la foto en donde aparece el Yiyo encendiendo una pipa.
”” Se pegaba unas peí­das tremendas cuando los de la tienda le despachaban mal- recuerda, nostálgico”” Por eso me pidió que hablara con Lázaro.
Yiyo sabí­a que Careló frecuentaba al clan de los Llinas. Aunque nunca tuvo tratos directos con El Loco, el doctor conocí­a a su primo hermano, Lazarito, un muchacho que solí­a visitarlo en secreto para fumar mariguana y no tener que compartir la droga con su familia.
”” Lazarito tení­a ocho años cuando llegó. No sabí­a ni ponchar pero se chingaba dos churros él solito, uno detrás del otro.
Ya de adolescente y durante un baile en Capezzio, Lazarito sufrió una trombosis que le dejó paralizadas las piernas. A través de sesiones de acupuntura, el doctor Careló lo hizo caminar de nuevo. La familia del Rey de las Pastas le prodigaba desde entonces un trato deferente.
Careló habló con las primas de Lázaro.
”” Me dijeron que de ahora en adelante pidieras “la del zapato””” le recomendó después a Yiyo. Por supuesto, se referí­a a la cocaí­na de mejor calidad que los vendedores escondí­an en una caja de zapatos.
Agradecido por el dato, el Yiyo le abrió las puertas de su casa, que pronto fue conocida como El Templo del Vicio entre los adictos de la colonia.

El decreto
Dentro del Templo del Vicio reinaba el silencio. Solo se escuchaba el golpeteo de la navaja de afeitar partiendo las rocas de cocaí­na. Cinco pares de ojos contemplaban la formación de las lí­neas sobre la superficie del azogue. Sólo después de inhalarlas, el doctor Careló primero, se iniciaba la tertulia.
Una noche, un chilango, mimo de oficio, visitó la casa de Yiyo y le mostró la manera de hervir bicarbonato sódico o amoní­aco con clohidrato de cocaí­na para fabricar la “piedra”. El éxito de la nueva droga fue absoluto. El Yiyo pasa de ser el burrero de la banda a adquirir el rango de Gran Cocinero.
”” ¡En esta casa no se vuelve a inhalar! ”” decretó, después de consumida la primera alectoria.

Nota/Mercadotecnia
Aunque los mecanismos de la adicción a la cocaí­na convertida en crack- la “piedra” o “base”- no han sido aún establecidos por los investigadores, su uso está relacionado con una grave dependencia cuyo sí­ndrome de abstinencia se manifiesta en insomnio, fatiga, apatí­a y depresión grave.
El efecto del crack es efí­mero: después de arrojar el humo del primer tanque, el cerebro y las entrañas ruegan por una segunda dosis. La “piedra”, al igual que la metanfetamina, es una droga diseñada para un consumo reiterado; un éxito de la narcomercadotecnia que empobrece al usuario y lo hace presa de sus más bajos instintos.

Bien ciscado
Las condiciones dadas, el Loco añade el nuevo platillo al menú de sus “tienditas”. Las aleja del centro y establece nuevas “plazas” en las colonias del oeste y el norte de la ciudad. Adquiere una manzana entera del Infonavit Buenavista y diversifica sus servicios: sus casas sirven para ocultar a las ví­ctimas de secuestro, para almacenar lotes de mercancí­a robada.
Agentes de la PGJ lo detienen varias veces, incluso dentro del aeropuerto; el dinero y los contactos con autoridades estatales lo salvan. La suerte le dura hasta el mediodí­a del miércoles 18 de julio, cuando un comando de la FEADS irrumpe en El Sanborncito, en donde Lázaro Llinas solí­a desayunar en compañí­a de periodistas locales y miembros de las fuerzas de seguridad. La leyenda cuenta que, mientras los agentes federales lo arrastraban hacia la salida, el mayor capo del puerto dejó un reguero de orina sobre el piso de mosaicos.

Jalar a Dios de las orejas
Para el doctor Careló, existen dos tipos de adictos: los que fuman el crack en pipa”” los exquisitos”” y los que lo hacen en una lata perforada ””los miserables””. Sobre la mesa de la cocina yace su máximo orgullo como artesano: un tubo de vidrio, ennegrecido, con una maraña de alambre anudada en un extremo. La piedra se fijaba entre los hilos de cobre y se calentaba a fuego lento con un mechero de alcohol; de esta manera, Careló evitaba que los vapores tóxicos se desperdiciaran en el aire. Incluso llegó a calcular en miligramos los ingredientes de la cocción”” cocaí­na, bicarbonato y agua”” para asegurar la calidad del resultado. Era un simulacro estequiométrico en el que intervení­an, en partes iguales, los conocimientos adquiridos en la preparatoria y el fervor codicioso de la dependencia.
”” ¿Por qué dejaste la piedra?
Careló tiene la cabeza vuelta hacia la puerta. Por primera ocasión soy capaz de notar la depresión, aparentemente mullida, que señala la ausencia de un pedazo cráneo: el recuerdo de un tiro que recibió en la selva de Nicaragua, cuando jugaba a ser guerrillero.
”” La única piedra buena es la primera. Sientes como si hubieras agarrado a Dios por las orejas. Las demás son una cabronada que te haces a ti mismo.
”” ¿Y si te invito una? ”” pregunto, para calarlo.
”” Para tentarme tendrí­as que traer un kilo, como mí­nimo.

Nota/Turno mixto
Muchos conectes independientes han desaparecido en los últimos años, pero aún es posible comprar cocaí­na, en polvo o piedra, en esta colonia de calles deslavadas por las lluvias. Como las tiendas de conveniencia, funcionan las 24 horas del dí­a. Los empleados apenas han dejado a tras la infancia; reciben 300 pesos por turno. Cualquier faltante durante el corte de caja es castigado mediante tablazos, diez por cada “grapa” perdida, en las asentaderas. La reincidencia es nula pues los infractores la pagan con la propia vida.
La policí­a conoce la ubicación de las tiendas de los zetas, pero no interfiere. El mensaje es claro: que tus muchachos no se metan con los mí­os.


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