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Diario de un reportero
Sábado 02 febrero, 2013

Traición a Julio Scherer


*Mejor dudar de todos
*Le “bajó” a la esposa

DOMINGO
Aparecen traidores en la Biblia…

Flaquita, te cuento:
Desde la última cena de Jesús y los apóstoles, la traición permea en la Biblia y es pan de todos los dí­as.
Nunca, quizá, como en la vida pública del paí­s, la traición y la intriga, la deslealtad y la ingratitud, florecieron tanto como en la revolución.

Luis Velázquez

ílvaro Obregón ordenó el asesinato de Pancho Villa.
Venustiano Carranza de Emiliano Zapata.
Victoriano Huerta de Francisco I. Madero y el vicepresidente, Pascual Ortiz Rubio.
Plutarco Elí­as Calles de ílvaro Obregón.
Etcétera.
Por eso mismo, en alguna parte de la historia la realidad fue convertida en leyenda cuando el sabio del pueblo dijera que en la vida “los únicos que traicionan son los amigos, pues los enemigos… enemigos son”.
Por eso mismo también se afirma que “quien traiciona una vez… traiciona siempre”.
Y por eso mismo, algún sabio del rancho dijo, con acierto, que “el perro es el mejor amigo del hombre”.
Por eso mismo, por ejemplo, el hombre más rico del mundo, Carlos Slim, rescató de la muerte de Emilio Azcárraga Milmo, a su hijo Emilio Azcárraga Jean, y luego, ni hablar, hubo la gran ruptura entre el par de titanes, aunque, claro, el titán mayor, el invencible, el número uno es Slim.
La traición, la ingratitud, flaquita, permean en la vida. Es como la alegrí­a y la tristeza. Forma parte de la naturaleza humana. Sin tales virtudes teologales, incluso, la vida dejarí­a de tener el sabor agridulce que la caracteriza.

LUNES
Nunca Carlos Fuentes perdonó a Octavio Paz

Flaquita, te cuento:
Los escritores Octavio Paz y Carlos Fuentes fueron amigos entrañables. Compañeros de sueños desde la UNAM, pues ambos estaban unidos, primero, por la literatura; luego por la amistad, la vida, la polí­tica, la diplomacia.
Los dos, por ejemplo, renunciaron a las embajadas de México en la India y Francia cuando Gustavo Dí­az Ordaz ordenara la matanza de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968.
Un dí­a, en la revista “Vuelta”, de Octavio Paz, el intelectual y escritor, Enrique Krauze, discí­pulo del premio Nobel de Literatura, publicó un ensayo sobre la novelí­stica de Carlos Fuentes, donde lo destruí­a por completo.
Y, claro, la publicación del texto contaba con la anuencia de Octavio Paz. Y por eso mismo, nunca, jamás, Fuentes se lo perdonó, pues, como él mismo afirmaba, el poeta, su amigo, debió darle el derecho de réplica antes de publicarse.
Y la amistad se desplomó.
Nunca volvieron a cruzar palabra.
Enfermo, en la ví­spera de su muerte, Octavio Paz buscó a Carlos Fuentes a través de un amigo común para platicar.
Pero Fuentes siempre rechazó la propuesta y dejó a Paz con la mano tendida.
Paz falleció y nunca el par de escritores se reconcilió.
Fuentes siempre se sintió traicionado.
Lástima. La literatura, la polí­tica, el paí­s, hubieran ganado mucho más con las dos inteligencias incandescentes que eran ambos.

MARTES
La mujer de un amigo se respeta

Flaquita:
Ví­ctor Hugo, uno de los escritores más deslumbrantes en la historia del mundo, también vivió una traición.
En la misma calle de su casa en Parí­s viví­a el gran crí­tico del siglo XIX, Charles Augustin Sainte-Beuve.
Un dí­a, Beuve publicó un ensayo sobre Ví­ctor Hugo y el poeta quedó tan impresionado que lo buscó para las gracias, descubriendo que eran vecinos.
Después de varios cafecitos, Ví­ctor Hugo lo invitó a su casa y le presentó a su esposa, Adéle Hugo.
Meses después, la esposa del poeta y el crí­tico literario iniciaron un adulterio, una pasión hereje, llenos de furor sexual, intensos, atraí­dos como imanes como se descubrieron para practicar el sexo.
Incluso, hasta los familiares de la esposa se prestaban para salir a la calle y reunirse con el amante, primero en el hotel; después, háganos favor, en el panteón parisino, y al último, de plano, en la misma casa del poeta, cuando Ví­ctor Hugo salí­a a la calle.
Un dí­a, el crí­tico le confesó al poeta que estaba enamorado de su esposa, pero Ví­ctor Hugo interpretó que se trataba de un amor platónico.
Pero cuando la esposa lo rechazara en la intimidad una y otra y otra y otra vez, el poeta supo que era verdad, y ni hablar, rompió con Sainte-Beuve.
Desgajado por la doble traición, de la esposa y del amigo, Ví­ctor Hugo se entregó a una actriz francesa y con los meses emigró de Parí­s, llevándose a la esposa y a la amante.
Así­ sucede, flaquita: das de comer a un amigo y te muerde la mano como dijera el filósofo del rancho.

MIÉRCOLES
Los generales también traicionan

Flaquita, te cuento:
Quizá ninguna traición más terrible como la de Victoriano Huerta con el presidente Francisco I. Madero y el vicepresidente Pascual Ortiz Rubio.
Gustavo Madero, hermano menor de don Panchito, le dijo una y mil veces que “El chacal” Victoriano Huerta era un traidor, pues lo habí­a descubierto conspirando en su contra con Félix Dí­az, el sobrino de Porfirio Dí­az Mori.
Y don Francisco I. Madero dudó.
En otra ocasión Gustavo informó a su hermano que “El chacal” habí­a comida con el embajador de Estados Unidos en México y Félix Dí­az en el “comedero” principal de aquellos años en la ciudad de México.
Y Madero nunca le creyó.
Después de la Ciudadela, cuando el general Bernardo Reyes fue asesinado.
Y lueguito de que “El chacal” ordenara que sus pistoleros le sacaran los ojos a Gustavo Madero.
En aquellos dí­as cuando Huerta ordenara que un veterinario cortara la lengua al senador Belisario Domí­nguez para que dejara de discursear en su contra en el Congreso de la Unión…, Victoriano Huerta planeó el asesinato con alevosí­a, ventaja y premeditación de Madero y Ortiz Rubio.
Un balazo en la cabeza a medianoche en las goteras de la ciudad de México.
La gran traición de un general, alcohólico y drogadicto.

JUEVES
“Es mejor desconfiar de todos”

Flaquita:
Los amigos son así­: Principio de 1919. Los carrancistas entendieron que la única estrategia para torpedear la utopí­a agraria del general Emiliano Zapata, quien repartí­a tierras de los hacendados a los campesinos de Morelos, era con su asesinato, no obstante que la red de espionaje que el gobernador militar de Morelos, José G. Aguilar, y el general Pablo González, habí­an tendido para vigilar y cercar a Zapata, de nada sirvió.
Entonces, en común acuerdo con Venustiano Carranza, el coronel Jesús Guajardo se fingió amigo del caudillo del Sur.
Primero, llegó a Morelos hablando pestes de Carranza y en un operativo simulado disimuló enfrentarse a los carrancistas en el campo de batalla y capturar a varios prisioneros que se los lleva a Zapata.
Después obsequió a Zapata un caballo de sangre fina, pues a Zapata gustaban tanto los caballos como a Napoleón, quien llegara a tener más de cien, aun cuando el favorito era “Marengo”, el nombre de una de las batallas ganadas.
Luego lo invitó a comer en la hacienda Chinameca, y ni hablar, Zapata confí­o en Guajardo y cometió el peor error de su vida.
El 10 de abril de 1919, Zapata llegó solito, trepado en el caballo negro que le habí­a regalado Jesús Guajardo, y cuando entraba a la hacienda, desde el techo y los árboles los soldados lo emboscaron y hasta al caballo quitaron la vida.
Todo, por confiar. Y confiar en quien creí­a el amigo.
Por eso mismo, flaquita, en la pelí­cula “El infierno”, de Luis Estrada, hay un pasaje donde Mario Almada, quien abastece de droga en la comarca, dice a “El cochiloco”, Joaquí­n Cosí­o, el comprador, la siguiente frase bí­blica: “Te voy a dar un consejo: en la vida es bueno confiar, pero es mejor desconfiar” de todo y de todos.

VIERNES
La traición a Julio Scherer

¡Ay, flaquita!:
Ningún reportero en México, quizá Ricardo Flores Magón, acaso su maestro Filomeno Mata, han sido objeto de una feroz e implacable campaña en contra orquestada con toda la fuerza polí­tica, económica, policiaca y militar del Estado, como don Julio Scherer Garcí­a en aquellos tiempos de su dirección del periódico Excélsior.
Scherer tendrí­a unas semanas como director cuando el presidente priista, Gustavo Dí­az Ordaz, ordenó la matanza de estudiantes y civiles en la plaza Tlatelolco. 1968.
Y Excélsior fue con Scherer el único periódico que contó la historia tal cual, sin someterse al poder presidencial.
Después llegarí­a a Los Pinos otro priista, Luis Echeverrí­a ílvarez, cuando ordenara el asesinato del 10 de junio, en que unos jóvenes porros, sicarios, denominados “Halcones”, fueron enviados en contra de los estudiantes.
Y Excélsior una vez más se cubrió de dignidad periodí­stica.
Scherer se volvió un director incómodo para Echeverrí­a y desde el poder presidencial Echeverrí­a ordenó el bloqueo publicitario oficial, hasta de la iniciativa privada, en contra de Excélsior.
Y Scherer se mantuvo en la lí­nea crí­tica, publicando, simple y sencillamente, la historia de cada dí­a, mientras el resto de la prensa sumisa se agachaba ante “el señor presidente”.
Regino Dí­az Redondo, el subdirector, el gran amigo de Scherer, salí­a en las calles del edifico, cuando la luz de la oficina de Scherer continuaba encendida, pues el director se quedaba cada noche hasta el cierre de la edición.
Algunos dí­as, Dí­az Redondo decí­a a su hijo, que lo acompañaba: “Mira, la oficina de Scherer sigue encendida. Ahí­ trabaja el mejor periodista de este paí­s”.
Y cuando Echeverrí­a presidente, Dí­az Redondo fue el primero en traicionar a Scherer, al grado de que en la famosa asamblea de la cooperativa Echeverrí­a envió a un montón de porros y sicarios para bloquear a Scherer y su gente y favorecer a Regino.
Y aun cuando algunos reporteros aseguraban a Scherer que Regino era un traidor, Scherer nunca creyó.
Hasta que vino la traición, la intriga, la deslealtad, la ingratitud, la puñalada trapera, la entrega de Regino al presidente, que lo ungiera como director y lo enriqueciera…
¡Ay, flaquita, que tu ángel de la guarda te cuide para que en tu vida tengas el menor número de traidores!


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