Perdido en el mar 12 días
•Otras historias de naufragios
Itzel Loranca
•Entre historias de naufragios sobrellevan pescadores desaparición de Jorge
•Ausencia del pescador Jorge Barrón Calleros desde hace diez días aferra a sus compañeros a los relatos de náufragos en Veracruz
•Alfonso Castillo ha resistido la bravura de ser náufrago en tres ocasiones
•Eliseo sobrevivió ocho días en la desoladora inmensidad del mar
El hilo del relato sobre la desaparición de Jorge Barrón Calleros, se entrelaza con muchos otros, tejiendo memorias de naufragios frente al mar de Veracruz.
Desde que fue visto partir del Muro de Pescadores a bordo de su lancha “María Esther”, el 10 de mayo, solo su familia aguarda volverlo a ver. Sus compañeros, resignados tras seis días de búsqueda sin indicios suyos en el agua desde Alvarado a La Antigua, lo nombran como un buen recuerdo.
Surgen otra vez, sin embargo, las historias de los sobrevivientes, que tras bogar a la deriva ganaron una batalla a las inclemencias del mar y su abismo. “Son cositas que vive uno allá afuera, así de sencillo”, dice Gerardo Fernández, y asegura que varios tienen una experiencia que recordar.
Con grandes gestos y exaltado a veces de risa, a veces de espanto, Gerardo cuenta de aquella vez en 2011 que tuvo que aferrarse con su lancha a la húmeda superficie de un buque para poderla contar.
“Viene muy lejos, lejísimos”, recuerda haberle dicho a su compañero de pesca cuando al anochecer le señaló que una embarcación venía hacia ellos. “Quiero arrancar el motor no me arranca la primera, la segunda tampoco, en la tercera se me revienta la cuerda y me voy para tras y párele de contar. Ése fue el acabose”, expresa.
Sin motor, el barco pasó junto a ellos y entonces a cuatro manos se desplazaron de proa a popa, por toda la superficie, durante lo que a Gerardo pareció una eternidad.
A un metro de la propela, que para él era “más grande que una casa”, con las pocas fuerzas que conservaban empujaron para alejarse lo más posible.
Era la una de la mañana cuando tocaron tierra de nuevo. Un pescador los avistó, amarró la barca inmóvil de Gerardo a la suya, y al terminar su pesca del día, regresó a casa con ellos a cuestas.
Con cierto orgullo, Gerardo afirma que ninguna enfermedad le provino de la experiencia. Es más, al día siguiente regresó a pescar. No obstante, su compañero no dejó de llorar nunca hasta haber arribado al Muro de Pescadores otra vez.
“Traía 25 pesos en la bolsa y los contaba. Dice “Gerardo, me alcanza para dos caguamas, me las voy a comprar y me las voy a tomar de madrazo”, menciona en un estallido de risas.
Esa madrugada, dice, su compañero emprendió el regreso a su casa en Boca del Río, a pie. Nunca más volvió a pescar.
ALFONSO: EL MAR LO DEVOLVIÓ TRES VECES
Hace 30 años, Alfonso Castillo Rizo fue velado por su familia.
Mientras el velorio tenía lugar en la sala de su casa, Castillo yacía tendido en la arena de la Isla de Sacrificios bajo el manto nocturno, frente a la costa de la ciudad de Veracruz. En ambos lados, prevalecía la angustia.
Fue el último de los tres naufragios que Alfonso ha vivido a sus 70 años de edad. Siguiendo las pisadas de su padre en la arena, se entregó a la pesca desde niño y aunque fue obrero de la empresa de Tubos de Acero, TAMSA, volvía al mar cada que podía.
Y siguió regresando pese a las experiencias que vivió. Solo de la primera guarda la fecha exacta, el primero de junio de 1967. Pidió prestada a su papá la lancha “La Cubera” y salió a pescar con un grupo de amigos.
“Nos agarró un norte que estaba anunciado, no le hicimos caso. Antes decíamos qué tan lejos puede ser Sacrificios, nos agarró el agua, la velocidad del viento y la marejada no nos dejaba avanzar, y como no llevábamos suficiente gasolina, se nos paró el motor”, cuenta.
Fueron horas de ser zarandeados por los brazos de agua, en la completa oscuridad. Cuando vieron tierra a la distancia, se amarraron entre sí de la cintura con un cabo grueso y en la punta, un tanque de gasolina construido de lámina.
“Si nos ahogábamos, nos ahogábamos los cinco. La misma marejada y el ventarrón que había, nos aventó contra las piedras”, dice con la emoción lívida. Abre sus ojos cuando cuenta que sobrevivieron todos, erizados y raspados, contra la arena cerca de la playa que remata la avenida Simón Bolívar.
La segunda ocasión ocurrió 10 años después. Era la década de los 70 y para ese entonces, la pesca se había convertido en algo más que un placer. Era una necesidad que alternaba con el trabajo en la fábrica para mantener a su familia.
Sobre la lancha “Ubaldo Soto” salió al mar, sin pensar que esa tarde serían sorprendidos por nubarrones y marejada. Un golpe de agua averió el motor y los detuvo en el arrecife conocido como Bajo de la Blanquilla.
“La lancha se desbarató, se deshizo toda, pero ninguno nos ahogamos”. Alfonso y sus compañeros, poniendo toda su voluntad sobre brazos y piernas, nadaron hasta la Isla de Sacrificios, que por segunda vez era su salvación.
Ahí vivieron dos días al cobijo de la espesura de la isla y el faro que no era desconocido para Alfonso. De adolescente junto con sus amigos, solía llegar hasta Sacrificios y pasar uno o dos días en completo descanso, conviviendo con el farero y escuchando sus historias de fantasmas añejos y visiones sobre el mar.
Por eso, la isla fue como su tabla para flotar hasta que unos pescadores que pasaban por ahí los rescataron.
Sacrificios volvió a ser la respuesta para sobrevivir a sus 40 años, en el tercer naufragio que sufrió. Los rezos y los cirios fueron encendidos por su descanso eterno, la noche del mismo día en que él había salido a pescar.
“A la una del día nos agarró un mal tiempo de esos nortes que les llaman explosivos y ya no pudimos llegar a tierra. Nos agarró detrás de Isla Verde, llegamos a la verde y todavía nos arriesgamos para ver si llegábamos a Sacrificios”.
La lancha se volvió añicos al arribar a la costa, donde permanecieron hasta el día siguiente, cuando un remolcador y un helicóptero salieron en su búsqueda. Alfonso cree que fue gracias a que iba acompañado de dos personas de clase acomodada, se emprendió su localización.
Volvió a casa y por la alegría desbordada con que lo recibieron, supo que había vuelto a la vida. Su esposa y sus hijos, lo habían dado por muerto.
ELISEO: OCHO DíAS A LA DERIVA
“Eliseo estuvo ocho días. Siete noches y ocho días, en la lancha perdida. ¿Cómo sobrevivió? Solamente él y Dios saben”, cuenta Alfonso Castillo, absorto de asombro.
Fue el jueves siete de mayo de 1998 que Eliseo Montalvo García subió a “La Morena” y salió a pescar. No volvería a pisar tierra hasta el viernes 15 de mayo.
“Oye, allí hay una lancha ¿no será la que anda extraviada? ¿La que anda perdida?”, le dijo un pescador a otro, tras salir de Alvarado y avistar una lancha inmóvil llamada “La Morena”.
“Creo que sí, pero ya déjenla, porque ha de estar apestosa”, respondió refiriéndose al que imaginaban muerto sobre la embarcación.
“No, no, vamos a buscarla, para que le den sepultura, para que la familia pueda descansar”, elabora Alfonso desde su memoria, recordando lo que le platicaron quienes encontraron a Eliseo y lo trajeron de vuelta a casa.
“Juntaba el agua del sereno en una lona, chupaba agua, se comió dos pajaritos, les chupó la sangre, el pescado lo puso a secar con sal, comía poquito. Lo encontraron con vida y él comía zargazo”.
Relatos periodísticos recaban que una paloma lo acompañó el tercer y el cuarto día, como una señal de la Divina Providencia, a la que rogaba por un milagro.
Al amparo del recuerdo de la intensa fe de su suegra, nunca dejó de rezar por salvación a Dios; ni cuando en dos ocasiones buques lo pasaron de largo; o cuando un tiburón los rodeó sin descanso durante casi un día entero.
“Él juró y perjuró que nunca iba a volver al mar”. Y no volvió. Eliseo Montalvo falleció sin haber surcado las aguas de nuevo, en enero de 2017. Agotaron su vida las complicaciones de la diabetes a los 78 años de edad.
De todas las historias que de boca a boca han quedado en la memoria colectiva del Muro, la suya es la que más les impresiona.
Ahora con la ausencia de Jorge, Alfonso y otros pescadores la recuerdan como una señal de que la supervivencia a un naufragio por más de una semana es posible.
“Pensamos que si él anduviera al garete, ahí estaría. Pero no”, dice Alfonso, conteniendo la esperanza con tristeza.