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8 Columnas
Jueves 24 noviembre, 2016

Agua Dulce, un mar de sangre


•Por Violeta Santiago

  • No paran los homicidios en Agua Dulce

  • No paran los homicidios en Agua Dulce

  • No paran los homicidios en Agua Dulce

Nuevamente Agua Dulce volvió a ser noticia en Veracruz debido al recrudecimiento de la violencia en la pequeña ciudad del sur. Esta vez, por el hallazgo de dos trabajadores asesinados por impactos de bala y cortes con arma blanca.

La escena ocurrió al oriente del municipio, en una zona poco transitada, a la altura del rancho “La Esmeralda”, elementos de la Policí­a Estatal ubicaron los cuerpos sin vida de José Luis López Meza, de 30 años de edad, y de Édgar Galán Galván, de 31 años. El primero era trabajador de la Comisión de Agua del Estado de Veracruz (CAEV), y el segundo, de la Comisión Federal de Electricidad (CFE); ambos jóvenes eran casados, tení­an hijos y viví­an en la colonia Emiliano Zapata.

El lugar se trata de un área con poca circulación de automóviles o personas, de modo que aunque los occisos habrí­an estado en el lugar desde la madrugada, no fueron descubiertos hasta por la mañana.

Las diligencias y el levantamiento de los cuerpos se prolongó debido a que los peritos de la Fiscalí­a General del Estado (FGE) deben llegar desde otro municipio ante la falta de instalaciones en Agua Dulce.

Identificados

A José Luis López lo identificó su hermano, Guillermo López Meza, quien narró que el muchacho y Édgar Galán habí­an estado conviviendo la noche del martes en un bar de la ciudad y hasta las 8 de la noche supo que estaba con vida.

Sin embargo, presuntamente después de estar en el lugar, por la madrugada los dos jóvenes abordaron una unidad desconocida y el vehí­culo fue interceptado por otros sujetos, quienes les privaron de su libertad y, más tarde, de su vida.

“A la 1 de la mañana le mandé un mensaje. Luego nos dijeron que habí­an baleado a un chavo. No sabemos cuál fue el problema o dónde los agarraron, ellos no se metí­an con nadie”, señalaba con impotencia Guillermo López mientras ante las autoridades ministeriales reconocí­a a su hermano como uno de los muertos.

Ver el cadáver con sus propios ojos le provocó una mueca de dolor y asco. Retiró la mirada rápidamente mientras repetí­a “no puede ser, si él no se metí­a con nadie” y culpa al destino, a las ”˜malas compañí­as”™ y a los policí­as, a los que les grita que no sirven para nada, al tiempo que se aleja de la escena.

José Luis López Meza, quien vestí­a pantalón de mezclilla azul claro y botas negras, presentaba un impacto de bala en la pierna derecha a la altura del muslo, así­ como heridas lacerantes a la altura del hombro derecho.

A Édgar Galán Galván lo identificó su tí­o, Fortunato Galván Colorado, quien fuera lí­der de los electricistas de la CFE y actual aspirante a la alcaldí­a de Agua Dulce por el Partido Revolucionario Institucional (PRI).

El trabajador de la CFE, Édgar Galán, tení­a al menos un impacto de bala en la cabeza, con orificio arriba del ojo izquierdo y otro en la frente, lo que provocó pérdida de sangre y masa encefálica. Después del levantamiento, ambos cuerpos fueron llevados por una funeraria a la ciudad de Las Choapas para practicárseles la necrocirugí­a de rigor.

Cabo suelto

Un tercer acompañante logró escapar y fue internado a las 02:00 de la mañana en el Hospital de Petróleos Mexicanos, en donde el personal omitió avisar a las corporaciones policí­acas a pesar de que el joven mostraba graves heridas con arma blanca a la altura de los hombros y cuello.

El personal de PEMEX solicitó a Protección Civil a las 03:00 horas de la mañana el traslado del joven, cuya acompañante se negó en todo momento a proporcionar mayores datos a la ambulancia y sólo pagó la cuota de recuperación de manera anónima. El muchacho quedó internado en una clí­nica de Coatzacoalcos.

Los trabajadores de Protección Civil fueron llamados a la comandancia de la Policí­a Ministerial para proporcionar la información sobre el paciente, sin embargo, admitieron “que cometimos un error en no preguntar los datos; el médico dijo que lo habí­an atacado y lo estabilizó, pero no dijo más”.

Vida arrancada

Los familiares de Édgar Galán Galván caminaron el último tramo de la pendiente custodiada por patrullas de Policí­a y, aunque todaví­a no lo habí­an visto, sabí­an que ya no se encontraba con vida. No obstante, cuando por fin se confrontaron con la escena, el llanto fue inevitable.

Édgar era ampliamente conocido en Agua Dulce por ser ”˜llevadero”™ y amable. Estudió hasta el bachillerato y de ahí­ comenzó a trabajar en diversos lugares hasta establecerse en la CFE, en donde ya tení­a seis años de laborar. “Fue un buen trabajador y un excelente compañero”, recuerdan sus compañeros de trabajo.

Aunque era transitorio, con la estabilidad laboral, hace 3 años para Édgar llegó el inicio de su familia, en enero de 2013, como lo muestras sus registros en redes sociales y en donde agradece las felicitaciones y buenos deseos con humor.

Apenas el fin de semana anterior a su muerte convivió con sus amigos y conocidos, quienes el miércoles se sorprendieron a escuchar que aquel joven alegre habí­a terminado sin vida en un paraje solitario de una de las zonas más recónditas de la ciudad.

Su tí­o comenta que los padres de Édgar viven en otra ciudad, por lo que era muy cercano al muchacho y lo recuerda como tranquilo y trabajador, pues no faltaba a sus labores en el Departamento de Distribución como “liniero”.

“Le gustaba beber de vez en cuando, como a cualquier joven” comentan sus compañeros de trabajo, quienes agregan aún no entender cómo es que le sucedió algo de esta magnitud. Las sospechas sobre su estado comenzaron desde la madrugada del miércoles y se incrementaron cuando, por primera vez, no llegó a trabajar por la mañana.

El muchacho dejó a una viuda y a una pequeña de 3 años huérfana; apenas en la próxima semana celebrarí­a una fiesta por el tercer cumpleaños de la niña, al cual no podrá llegar porque su vida le fue arrebatada por una bala. Ahora su cuerpo se dirige hacia Cosautlán de Carvajal, Veracruz, para descansar eternamente.

Fortunato Galván se aleja por la vereda y abraza a su esposa, quien no puede contener el llanto por la noticia. Édgar, más que un sobrino, era casi un hijo para ellos. Entonces la pareja se funde en su dolor y, por un momento, el campo queda en silencio bajo un resplandeciente cielo azul.

Violencia arraigada

Los homicidios, feminicidios y desapariciones han sido una constante en Agua Dulce en los últimos 4 años. Aunque el peor perí­odo ocurrió en el 2014, el 2016 no ha quedado libre de ”˜números rojos”™ que la Fiscalí­a General del Estado (FGE) de Luis íngel Bravo Contreras prácticamente ignora.

Esto porque desde hace un año el municipio no cuenta con un espacio para interponer denuncias o dar seguimiento a expedientes. Si son casos de “rezago”, los interesados deben ir hasta Las Choapas; si se trata de iniciar una denuncia, también. Las familias más humildes ven entonces la obtención de la justicia como un servicio inalcanzable, fuera de sus bolsillos, debido al impacto económico negativo de tener que trasladarse hasta una ciudad a más de 30 kilómetros de distancia.

Dí­as antes del hallazgo de los dos trabajadores, una persona fue desaparecida frente a la terminal del ADO a plena luz del dí­a. A principios de noviembre, las amenazas de grupos delictivos fue tal, que las fuerzas de seguridad tuvieron que desplegar operativos nocturnos y rotar mandos policí­acos.

Al mismo tiempo que la muerte y la violencia persisten en la ciudad, la FGE exhibe las precarias condiciones de su personal: peritos que trabajan sin la ropa adecuada, con guantes que se rompen, que improvisan horarios en sus reportes, que deben trasladarse desde Coatzacoalcos para recoger un cadáver que, mí­nimo, pasa 4 horas desde que es encontrado hasta que es levantado.

Los ciudadanos de Agua Dulce, entre robos violentos y hallazgos de este tipo, se cuestionan lo que pasa en su ciudad, en la región, en el estado. “Ya a cualquiera le puede pasar estar en una situación así­”, repiten los familiares de los últimos occisos, que han pasado a engrosar las estadí­sticas de la muerte en el último rincón veracruzano.


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