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13 marzo, 2016

Con un cuchillo "corté la cabeza al reportero"

•Luego de cavar la fosa, los malosos acostaron a Goyo Jiménez en el suelo, boca arriba, "mientras él gritaba que lo perdonaran": "El Pony"

•"El Cucho" tuvo "la idea de quitarle la ropa que para que se fuera desnudo" a la fosa y "le quitaron hasta la trusa"

•"Tomé la cabeza de los cabellos y la aventé a la fosa y quedó a un lado del hombro" del cadáver del reportero de Coatzacoalcos

•Ricardo Ravelo publica su nuevo libro. "Los expedientes, ejecuciones de periodistas", basado en documentos oficiales

Ricardo Ravelo/Libro

  • Goyo Jiménez. Historia sórdida

  • Asesinado el 5 de febrero, 2014

El reportero Ricardo Ravelo ha publicado su octavo libro. Se llama "Los expedientes, ejecuciones de periodistas"...Editorial Grijalbo, sucedidos en el Veracruz de Javier Duarte.

El libro está basado en los expedientes que la Fiscalí­a de Veracruz y la Procuradurí­a General de la República levantaron sobre el asesinato de los 17 reporteros y fotógrafos y los tres diaristas de la fuente policiaca han perdido la vida.

Ravelo publicará dos tomos.

En el primero, que en unos dí­as circulará en el paí­s, incluye los crí­menes de Gregorio Jiménez de la Cruz, Ví­ctor Manuel Báez Chino, Evaristo Ortega Zárate, Miguel íngel López Velasco, Yolanda Ordaz de la Cruz, Gabriel Huge Córdova y Regina Martí­nez Pérez.

De igual manera, la desaparición de Sergio Landa Rosado y Gabriel Manuel Fonseca Hernández.

blog.expediente.mx publica hoy el relato apocalí­ptico sobre el secuestro, homicidio y sepultura en una fosa clandestina de Gregorio Jiménez de la Cruz.

Ricardo Ravelo, generoso, ha autorizado publicar tres capí­tulos. Prohibida su reproducción



Gregorio Jiménez de la Cruz, Goyo

El entorno en el que se moví­a Gregorio Jiménez de la Cruz, reportero de los periódicos Notisur, El Liberal y la Red ”•que circulan en el sur del estado de Veracruz”•, estaba completamente viciado. Todo olí­a a peligro, a drogas y a muerte. Conocido en el gremio como el Pantera o Goyo, el inquieto reportero no desconocí­a los peligros que implicaba su pasión por documentar los asesinatos, los secuestros, los levantones, las extorsiones y las desapariciones forzadas, muchos de estos atribuidos a una célula del cártel de los Zetas afincada en los municipios petroleros de Coatzacoalcos, Las Choapas y Villa Allende. A esa región ”•ampliamente conocida en el pasado por ser enclave de caciques como Cirilo Vázquez Lagunes, Francisco Chico Balderas y Amadeo González Caballero, entre otros”•, el narco llegó para quedarse. Desde el año 2000, la región comenzó a ser sacudida por el crimen organizado, cuando el capo Osiel Cárdenas Guillén, entonces jefe del cártel del Golfo y fundador de los Zetas, instaló casas de seguridad para confinar a sus ví­ctimas. Los miembros de ese grupo criminal viajaban frecuentemente a Guatemala para contactar a los kaibiles (soldados de élite del Ejército de Guatemala), que luego eran reclutados para el tráfico de drogas y de personas, uno de sus negocios más rentables. En 2007, con la llegada de los Zetas a la región, se desató una ola de violencia que incluyó delitos tan perniciosos como el mismo narcotráfico: cobro de piso y de cuotas a comercios grandes y pequeños, venta de protección, control de casas de citas y prostí­bulos, piraterí­a, custodia de tienditas (puntos de venta de droga), tráfico de personas y asesinatos por encargo.

Goyo era fotógrafo y estaba asignado a la fuente policí­aca. Con frecuencia viajaba a Cancún, Quintana Roo, donde pasaba largas temporadas, pero siempre regresaba a Veracruz a trabajar. Si bien no se destacaba como escritor ””así­ lo acreditan sus notas periodí­sticas”” tení­a un singular arrojo para reportear. Siempre estaba listo para cubrir los hechos sangrientos, las balaceras, los operativos policí­acos… Siempre iba tras la información, su pasión era irrefrenable. Aunque no tuvo formación universitaria, era un reportero “hecho en casa y a mano”. Se formó en la brega diaria; era hábil para conseguir datos, testimonios; hurgaba todo y enviaba sus notas puntualmente a Notisur donde, por desgracia, su trabajo era poco valorado (le pagaban 20 pesos por nota informativa y cada mes, Sergio Anaya, director del rotativo, le otorgaba una compensación de 750 pesos). El reportero corrí­a demasiados riesgos por tan bajo sueldo. Era claro que a Goyo sólo lo moví­a una pasión: informar. Y cumplí­a con su trabajo con los recursos que tení­a a su alcance. Preocupado por el evidente descobijo informativo que existí­a al sur de Veracruz, un dí­a el director de Notisur le propuso hacerse cargo de la corresponsalí­a en la comunidad de Villa Allende, donde Goyo habí­a construido una casita para vivir con su familia. Al escuchar la propuesta, no vaciló. “Le entro”, respondió convencido. Así­ fue como puso en práctica lo que habí­a aprendido observando y leyendo en la redacción del periódico. Comenzó a reportear sobre lo que pasaba en esa zona. A veces sus notas no estaban sustentadas por ninguna fuente; tampoco hací­a falta. Goyo parecí­a decir: la fuente soy yo. Así­ era; sólo escribí­a de lo que veí­a. El tono informativo fue subiendo dí­a a dí­a. Mientras la delincuencia medraba por todas partes, él registraba todo. Su rastreo parecí­a no tener lí­mites; muchas veces salió indemne de puro milagro. Todos los dí­as se acomodaba en un rincón de su casa con su máquina de escribir para redactar las noticias. Pura nota roja. Podí­a tratarse de un levantón, de una ejecución, de una desaparición, de zafarranchos entre narcomenudistas, de pleitos de cantina, de accidentes de tránsito; informaba de todo. Sin proponérselo, un dí­a tocó una fibra sensible que desató la madeja de todo un escándalo que alcanzó dimensiones mayores en el sur de Veracruz. A mediados de 2013, publicó una nota en Notisur que acompañó con una fotografí­a en la que aludí­a a una casa de seguridad donde una célula de secuestradores resguardaba a ilegales centroamericanos. Los indocumentados, quienes habí­an sido plagiados luego de ser bajados a golpes de La Bestia, el tren que utilizan los migrantes para cruzar México hacia Estados Unidos, fueron liberados tras la publicación de su nota. El domicilio que utilizaban los plagiarios como casa de seguridad en Villa Allende pertenece a la señora Mari Sam, conocida restaurantera de Coatzacoalcos, la cual es dueña del restaurante conocido como “Piquitos”. Esta vivienda se ubica en la calle Belisario Domí­nguez esquina Miguel Hidalgo de la colonia Bellavista, la cual fue utilizada por secuestradores, ya que en su interior los efectivos navales liberaron a tres personas que estaban maniatadas, entre ellas a un menor de edad; se desconoce si ya habí­an pedido rescate por ellas y de dónde fueron traí­das a este lugar. Cabe mencionar que estos malvivientes fueron detenidos gracias a una denuncia ciudadana, que alertó a los policí­as navales del Mando Único, que fue pieza fundamental en la captura de los ahora detenidos. Como ya se dio a conocer en la edición pasada, en el lugar fueron detenidos los taxista[s] Marco Antonio Fermí­n Vázquez, de 19 años de edad, el cual tiene su domicilio en la colonia Jardines de California, y Wenceslao Altamirano San Juan, de 25 años, el cual vive en la colonia San Silverio; estos sujetos custodiaban a las tres personas que estaban privadas de su libertad. Cabe aclarar que el terreno donde tení­an a estas personas encerradas, según versiones de los vecinos aledaños, fue rellenado hace algunos meses y la casa construida de igual manera, además, según decir de los habitantes cercanos, este predio es uno más de los lotes que ha invadido la señora Mari Sam en Villa Allende, pues según versiones de los que dicen conocerla, son muchos los terrenos que ella ha adquirido de esta manera en las diferentes colonias de la villa. Cabe destacar que hasta el momento esta vivienda permanece custodiada por una patrulla de la policí­a del Mando Único, mientras se llevan a cabo las averiguaciones.1

[sic] 1 “Casa de seguridad es de Mari Sam”, Notisur, 29 de noviembre de 2013.

El hecho causó revuelo y puso los reflectores hacia el reportero, pues la casa de seguridad era propiedad de Mari Sam, una influyente mujer de negocios de Coatzacoalcos que en pocos años habí­a ganado fama y fortuna. Mary comenzó como mesera en una cevicherí­a, pero en pocos años amasó una fortuna descomunal mediante presuntos contubernios con polí­ticos locales, apertura de restaurantes y compra de propiedades de dudosa procedencia. Además, es presidenta de la Fundación Mary Sam, asociación que ha recibido reconocimientos del gobierno del estado por sus gestiones de preliberaciones de reos, apoyos para mejorar las condiciones de los reclusorios, así­ como donación de instrumentos médicos y juguetes para la comunidad local. De acuerdo con la información publicada por Goyo, los presuntos secuestradores de ilegales centroamericanos aparentemente tení­an lí­neas de parentesco con la señora Sam. Todo estalló. De la redacción de Notisur llamaron al reportero para decirle que su nota habí­a causado serios problemas y que la señora Sam ”•conocida por los dueños del periódico”• sabí­a que el responsable habí­a sido él, pese a que la información la firmaba la redacción. “Te espera una denuncia”, le dijeron al reportero. A su esposa, Carmela Hernández Osorio ”•con quien procreó cinco hijos: Cindy, Flor de Alelí­, Gregorio de Jesús, Amí­lcar de Abraham y Suemi Aremi”•, le advirtieron que la agraviada sabí­a que un soplón llamado Avemar Vega Pablo, el Machi, le habí­a dado información para que tomara la foto del inmueble. En febrero de 2014 la PGR incautó la propiedad de Mari Sam y abrió una investigación en contra del agente del ministerio pú-blico de Coatzacoalcos, Silvestre Romo López, quien fue separado de su cargo, y se le señala por restituir ilegalmente a la empresaria, y no ponerla a disposición del juzgado federal. Se desconoce si la propietaria fue investigada. A raí­z del escándalo, la casa de Goyo en Villa Allende comenzó a ser vigilada dí­a y noche. Camionetas Lobo y autos Tsuru circulaban por los alrededores. El reportero y su familia comenzaron a sentir miedo, pero él continuó su labor informativa, según declaró su esposa ante el Ministerio Público tras el asesinato de la madrugada del 6 de febrero de 2014. A finales de octubre de 2013, Goyo se encontró con otro asunto espinoso que derivó en pesadilla: publicó una nota sobre una riña en el bar El Palmar, donde un parroquiano resultó herido y estuvo desangrándose durante horas a escasos metros del negocio cuya dueña era la señora Teresa de Jesús Hernández Cruz. Una persona fue lesionada con arma punzocortante presuntamente por una banda de malvivientes, cuando salí­a de conocida cantina completamente ebrio. Los hechos sucedieron alrededor de las 19:30 horas, luego que Gilberto Torres Reyes, de 33 años de edad, domiciliado en la calle Lerdo 2485 de la colonia Miramar, intentó retirarse de la cantina denominada “El Palmar”, donde momentos antes estuvo consumiendo bebidas embriagantes; esta persona habí­a avanzado aproximadamente dos cuadras del lugar cuando fue atacado por un grupo de jóvenes que acostumbran a reunirse en ese sector. Los integrantes de esta “pandilla” se dirigieron a Gilberto Torres Reyes, lo agredieron a golpes, pero como el beodo trató de defenderse, uno de ellos sacó una navaja de entre sus ropas y le dio dos piquetes a la altura del hombro y otras cortadas más en la espalda, lo que provocó que Torres Reyes saliera corriendo hacia su domicilio, donde después se encerró, espantó a su esposa e hijos debido a la sangre que le escurrí­a. Rápidamente la señora llamó a los números de emergencias, llegó hasta ese lugar una unidad de la Comisión Nacional de Emergencias, de la que Carlos Felipe de la Cruz (El Chanchamos) le brindó los primeros auxilios, pero el herido se negó a ser trasladado al hospital de Villa Allende; al poco rato también arribaron elementos de la Policí­a Naval, quienes tomaron conocimiento de los hechos y se retiraron al poco rato del domicilio.2

2“Lo agujeraron”, Notisur, 24 de septiembre de 2013.

El Palmar, ubicado en la demarcación de Villa Allende, tení­a mala fama. Ahí­ llegaban a beber y a drogarse miembros de los Zetas, a quienes la propietaria complací­a ofreciéndoles los servicios de menores de edad. Algunos testigos aseguran que en el bar, en realidad una piquera, era común escuchar música a todo volumen, gritos, choques de copas y risas femeninas que se prolongaban hasta el amanecer. A larga distancia también se percibí­a un intenso olor a marihuana quemada. Teresa, la anfitriona, desoí­a las quejas de sus vecinos. Nadie se metí­a con ella, decí­an, porque tení­a la protección de la policí­a local y de los Zetas. Llegó a presumir que su yerno, Sergio Montalvo López, un inspector de policí­a en el municipio de Hueyapan de Ocampo, era jefe de una célula de ese grupo criminal. Nadie lo dudaba, pues a menudo la casa de la señora Teresa estaba rodeada de vehí­culos nuevos y de lujo que presuntamente eran robados por la banda encabezada por su yerno para luego venderlos. Un domingo de enero de 2014 las cosas se complicaron en el entorno familiar de Goyo. Entre la dueña del bar y el periodista habí­an existido lazos familiares: Cindy, una de las hijas del reportero, se habí­a casado con un hijo de la señora Teresa. Esos ví­nculos fueron rotos por el odio y la pareja se separó. Semanas antes del asesinato del reportero, la señora Teresa se peleó con Cindy, quien se quejó de que su ex esposo se negaba a cubrir la pensión a sus hijas. Las diferencias llegaron a ser tan agudas que un dí­a Teresa y una de sus hijas, Deisy, entraron a la casa de Cindy y la tundieron a golpes. Carmela Hernández, la viuda del reportero, narra lo que ocurrió ese dí­a: “Cuando escuchamos los gritos de Cindy, Gregorio y yo salimos e intervenimos en el pleito para que no siguieran golpeando a mi hija. Mi esposo le dijo a Teresa que antes de meterse a nuestra casa debió hablar con él para evitar mayores problemas”. Ante la mirada atónita de vecinos y transeúntes que, expectantes, veí­an la bronca familiar, la señora Teresa descargó contra Goyo. Y a boca llena le gritó: ”•¡Tú no sabes con quien te metiste, hijo de la chingada! Esta me la vas a pagar por haberme sacado en el periódico.
”•No vengas a buscar problemas a esta casa ”•respondió Goyo. Teresa siguió con el reclamo y le recriminó por haber publicado el nombre del herido en la riña del bar y sobre la mala reputación de su negocio. El aludido le respondió que no habí­a sido así­, y le pidió leer bien el periódico. Pero la dueña de El Palmar lanzó la amenaza: ”•Esta me la pagas, hijo de perra… Te voy a mandar a matar… Tras la amenaza, el reportero y su familia se fueron a la agencia del Ministerio Público para interponer una denuncia contra la señora Teresa y su hija Deisy por amenazas de muerte y lesiones a Cindy. Aun cuando era domingo, la autoridad ministerial citó a comparecer a las denunciadas. Luego de un diálogo rí­spido, conminó a las partes a hacer las paces y a sellar un compromiso de no agresión. La señora Teresa admitió haber amenazado al reportero y prometió no volverse a meter con él ni su familia. Durante enero y febrero de 2014, Gregorio Jiménez de la Cruz publicó en Notisur poco más de 15 notas ”•algunas con su firma, otras con pseudónimo y otras suscritas por la redacción”•, todas relacionadas con hechos delictivos de alto impacto en el sur del estado: secuestros, asesinatos y desapariciones. En todas las notas el común denominador era el mismo: la falta de protección policiaca. El reportero hací­a hincapié en la falta de policí­as. La inseguridad, decí­a, estaba por todas partes. Ese vací­o lo estaba aprovechando la delincuencia organizada ””en particular los sicarios de los Zetas”” para asentarse en dicho territorio. Goyo también cuestionó al llamado Mando Único de la Policí­a por su ineficiencia en el combate a los delincuentes. El director de Notisur, Sergio Anaya, declaró ante el Ministerio Público que su colaborador nunca le informó sobre alguna amenaza de muerte. Goyo documentaba los temas relacionados con la delincuencia organizada, como lo acreditan las notas periodí­sticas que sirvieron de base a las autoridades ministeriales para conocer el entorno profesional en el que se moví­a el reportero.

Goyo documentó por esos aciagos dí­as de enero de 2014 el clima de inseguridad en el sur de Veracruz y enviaba sus reportes a Notisur. El dí­a 20 publicó una nota titulada: “Habitantes de Allende piden seguridad”, en la que expuso: Ante los recientes hechos violentos que se han llevado a cabo en esta población y ante la nula acción de la policí­a naval, los habitantes de Allende piden a las autoridades mayor vigilancia por parte del Mando Único, ya que esto elementos no hacen ningún tipo de recorrido, dejando a los vecinos en manos de la delincuencia. El miedo que se puede ver en los rostros de los habitantes de este lugar es palpable, con tan solo preguntar cómo se sienten viviendo en este lugar que es pequeño y por lo tanto es muy poco probable poder esconderse, aseguran que sienten miedo hasta de salir a la tienda… Y es que en los 20 dí­as transcurridos del mes de enero o lo que es igual del año dos mil catorce, ya se han llevado a cabo dos levantones: uno en donde se llevaron a una menor de edad y donde para lograrlo los facinerosos accionaron sus armas de fuego y para variar los policí­as del mando único ni cuenta se dieron. El otro caso más reciente fue el secuestro del secretario de la CTM, Ernesto Ruiz Guillén, alias El Cometierra, el pasado sábado [18 de junio], en donde los plagiarios para poder llevárselo accionaron en dos ocasiones sus armas de fuego, pues éste pretendí­a huir de sus agresores… En lo que concierne a esta persona, que hasta la fecha no aparece, sus amigos y gente allegada temen por su vida, pues sienten temor de encontrarlo como se encontró en meses pasados al taxista que también fue levantado el año pasado, el cual era conocido como El Triste, y que luego de varios meses fue localizado muerto en una parcela del ejido Guillermo Prieto. Ante todos estos hechos violentos, los ciudadanos piden a la Secretarí­a de Seguridad Pública les manden policí­as y patrullas que sí­ sean usadas, y policí­as que trabajen, pues las que existen actualmente en Allende sólo están de adorno, pues ni patrullan en el dí­a ni mucho menos en las noches, y de nada sirve que los del mando único estén aquí­ pues siempre están encerrados en la base que se ubica a un costado de la agencia municipal.

Aunque mal redactadas, sin estilo y atropelladas, sus notas aportaban el dato preciso de lo que estaba ocurriendo en Villa Allende. Conforme la violencia aumentaba, Goyo fue tocando las fibras sensibles de la delincuencia. De acuerdo con la investigación ministerial consultada para la elaboración de este libro,3 la última nota de Gregorio Jiménez apareció el 27 de enero de 2014 bajo el tí­tulo: “Retenes castrenses, llamarada de petate”. Otra vez en Allende, a los habitantes de este sector se les volvieron a poner los pelos de punta al escuchar una serie de detonaciones de armas de fuego en la colonia Nueva Pajaritos. Luego que se gritara a todo pulmón que en las entradas a esta Villa y en Coatzacoalcos se pondrí­an retenes del Ejército mexicano de manera indefinida, con el propósito de disminuir los enfrentamientos, levantones y ejecuciones que se han suscitado en este lugar, tal parece que no era del todo indefinido pues al menos en la colonia José Allende Unzaga, tan sólo fue un dí­a en que estos elementos estuvieron revisando y patrullando la población. A pesar de todo esto, la madrugada de ayer, otra vez en la colonia Nueva Pajaritos, se volvieron a escuchar disparos que nuevamente dejó aterrorizada a la población, misma que se encerró en sus domicilios y a pesar de los disparos nadie asomó siquiera la cabeza para saber que pasaba, pues de antemano ya se lo imaginaban. Rápidamente los teléfonos de emergencias comenzaron a sonar de manera insistente, reportando un enfrentamiento con armas de fuego presuntamente entre dos camionetas particulares, las cuales se encontraban en las inmediaciones de la calle Belisario Domí­nguez y 5 de Mayo, por lo que hasta ese momento elementos del Ejército mexicano se desplazaron hasta este lugar sin encontrar nada. Sin embargo, poco después se retiraron de Allende volviéndolo a dejar desprotegido.

3La investigación ministerial del caso Goyo está reunida en el expediente COAT4/58/2014 y en sus acumuladas CHOA167/2014 y CHOA/168/2014.

Cabe destacar que entre la población de Allende se respira un aire de tensión que está afectando a todos los habitantes, pues se asustan ante cualquier cosa, incluso corriéndose el rumor sobre apariciones de cadáveres por todos lados, aunque sólo sean rumores, pues no hay nada confirmado. [sic] El 5 de febrero de 2014, Gregorio Jiménez se levantó muy temprano, como de costumbre. Era un dí­a tranquilo, el sol luchaba por imponerse sobre las nubes. Al filo de las cinco, encendió su radio para escuchar las noticias matutinas. Estaba esperando que dieran las siete para llevar a la secundaria a sus hijas. Esa mañana todo era normal en la casa del matrimonio Jiménez Hernández. Poco antes de las siete de la mañana, una camioneta Honda tipo CRV de color gris y cristales oscuros se dirigí­a hacia la casa del reportero, quien desde hací­a varios dí­as era espiado por miembros de una célula de los Zetas. Los sicarios conocí­an su rutina, sus horarios de entrada y de salida. La célula criminal llevaba años operando en Villa Allende, Las Choapas, Coatzacoalcos, Minatitlán y su radio de acción se extendí­a hasta Acayucan. El grupo de los Zetas, según se desprende de las investigaciones ministeriales iniciadas tras la captura de los criminales, era comandado por Sergio Servando López, el Pelón ”•el yerno de la señora Teresa de Jesús Hernández de la Cruz”•, inspector de policí­a en el municipio de Juan Dí­az Covarrubias. Los otros pistoleros eran José Luis Márquez Hernández, el Pony; Santos González Santiago, el Mani o el Gordo; Jesús Antonio Pérez Herrera, la Yegua; Gerardo Contreras Hernández, el Gotzi, y Juan Manuel Rodrí­guez Hernández, el Jumanji, este último trabajaba como taxista en Las Choapas, Veracruz. A esta célula de los Zetas se le atribuyó la ola de violencia, secuestros, asesinatos y levantones en el sur de Veracruz. Meses atrás, sus integrantes habí­an sido extrañamente liberados después de haber estado presos por robo de autos y a casa habitación; eran los delincuentes que Goyo habí­a denunciado en varias de sus notas periodí­sticas. Desde las cinco de la mañana de ese 5 de febrero de 2014, un personaje apodado el Cucho, que operaba como halcón de los Zetas, habí­a llegado a las inmediaciones de la casa del reportero para vigilar sus movimientos y reportarle al Pony lo que observaba. Cerca de las siete de la mañana, el Cucho marcó el número 92 11 80 65 67 e informó al Pony: “Oye, gí¼ey, ya va llegando el reportero a su casa”. En efecto, Goyo estaba estacionando su Chevy Monza después de dejar a sus hijas en la escuela. La camioneta Honda ya se dirigí­a a la casa de Goyo; era tripulada por el Pony, quien iba acompañado por el Mani, y la Yegua. En la parte trasera viajaban el Choky y Babidi, quienes además de armas llevaban un cuchillo largo y curvo. Todos cubrieron su rostro con pasamontañas. Cuando arribaron a la casa de Goyo, descendieron de la camioneta empuñando sus armas y entraron pateando puertas y todo lo que encontraron a su paso. Derribaron una endeble cerca de lámina. El Pony se quedó al frente del volante vigilando. De inmediato sometieron al reportero, mientras sus otras hijas gritaban y pedí­an auxilio. Los vecinos se alarmaron, pero nadie salió de sus casas. Carmela Hernández, la esposa de Goyo, habí­a ido a buscar dos cubetas de agua a la casa de uno de sus vecinos y vio cómo los tres sujetos encapuchados brincaban por la barda y se introducí­an a su casa. “Yo pensé que iban a robarnos porque traí­an pistolas y tení­an el rostro cubierto”, declaró más tarde. De inmediato sacaron a Goyo de su casa y a empujones lo subieron a la camioneta donde lo maniataron con esposas, colocándole los brazos por detrás. Los sicarios le apuntaban a la cabeza con sus pistolas. El reportero no opuso resistencia y caminó hasta entrar al vehí­culo. Los gritos de Cindy y Flor de Alelí­ ””sus hijas”” se escuchaban a varios metros de distancia: “¡Se llevan a mi papá, auxilio, auxilio! ¡Se llevan a mi papá, auxilio, auxilio!”. La camioneta Honda salió a toda velocidad, mientras la esposa del reportero llamaba a los colegas de su marido y a algunas autoridades locales para avisarles de lo ocurrido. De inmediato, comenzaron a buscarlo. Nunca lo localizaron. El vehí­culo se perdió entre los caminos de terracerí­a. Los sicarios de los Zetas, según el testimonio ministerial del Pony, tomaron un atajo y atravesaron un basurero para cortar camino. Iban hacia una casa de seguridad ubicada en Las Choapas, donde solí­an esconder a sus ví­ctimas. Después de atravesar la calle Morelos, el Pony tomó la carretera federal con rumbo a Las Choapas. Al llegar a una gasolinera que está a la entrada de ese municipio, dobló a la derecha por una calle de terracerí­a, subió una loma, dio vuelta de nuevo a la derecha y tomó un camino angosto que en lí­nea recta los condujo hasta la casa de seguridad. La propiedad estaba pintada de color rosado, con mamposterí­a al frente y un árbol a la entrada. El Pony estacionó la Honda al fondo del jardí­n y los sicarios descendieron del vehí­culo. Goyo fue bajado del vehí­culo, le cambiaron la posición de sus manos esposadas hacia el frente y le colocaron una capucha en la cabeza para impedir que identificara la casa y a sus plagiarios. Sus captores llevaron al reportero adentro de la casa hasta una recámara amueblada con dos camas matrimoniales y una có- moda, que era donde los sicarios solí­an esconder a sus ví­ctimas, muchas de ellas nunca aparecieron. Habí­an pasado tres horas de su secuestro. El Pony y sus cómplices decidieron quedarse en la casa todo el dí­a. En la noche pondrí­an en marcha el resto del plan. Cerca del mediodí­a, la esposa de Goyo interpuso una denuncia por el secuestro de su esposo. De inmediato, Janeth Vidal Morales, agente número 4 del Ministerio Público, ordenó que se le otorgara protección a la familia del reportero, y se le instruyó a la Agencia Veracruzana de Investigación (AVI) que investigara el caso. Se giraron oficios a todas las corporaciones policí­acas para localizar a Goyo. El área de Servicios Periciales procedió a revisar el lugar donde se perpetró el secuestro, la ruta de escape, entre otros detalles importantes para dar con el paradero del periodista. Este caso provocó revuelo en el paí­s y el impacto noticioso alcanzó niveles internacionales. Se trataba de un periodista más que se sumaba a la lista de desaparecidos en el gobierno de Javier Duarte, en cuya gestión se han presentado 19 crí­menes contra comunicadores ”•tres de ellos aún están en calidad de desaparecidos”•.4 La mayorí­a de estos casos fueron atraí­dos por la Procuradurí­a General de la República (PGR) debido a la evidente participación del crimen organizado. Las investigaciones se centraron en buena medida en el trabajo periodí­stico de Goyo. Para ampliar la información sobre su entorno personal, los agentes de la procuradurí­a interrogaron a vecinos y colegas del periodista. La autoridad obtuvo informes del pleito entre Cindy Jiménez y la señora Teresa de Jesús Hernández 4 Durante el sexenio de Duarte, han desaparecido o asesinado en total a 19 periodistas en circunstancias que evidencian la falta de garantí­as para el libre ejercicio del periodismo. En ninguno de estos casos la autoridad responsable ha sabido responder que sucedió. Los periodistas asesinados o desaparecidos son: Noel López Olguí­n, quien laboraba para los periódicos locales La Verdad y Noticias de Acayucan, su cuerpo fue encontrado el 1 de junio de 2011 en una fosa clandestina en Chinameca; Miguel íngel López Velasco (Milovela) y su hijo Misael López Solana (fotógrafo de Notiver), ambos asesinados por un comando armado en su domicilio en junio de 2011; Yolanda Ordaz (reportera de Notiver), su cuerpo decapitado fue encontrado dos dí­as después de su desaparición (24 de julio de 2011) a espaldas del periódico Imagen; Gabriel Manuel Fonseca Hernández, el Cuco, desaparecido desde el 17 de septiembre de 2011; Regina Martí­nez Pérez (corresponsal de Proceso), cruelmente asesinada en su domicilio el 28 de abril de 2012 presuntamente por dos individuos que querí­an robarle; los reporteros gráficos Gabriel Huge Córdova, el Mariachi, su sobrino Guillermo Luna Varela y Esteban Rodrí­guez Rodrí­guez, así­ como Ana Irasema Becerra (publicista de El Dictamen), cuyos restos fueron encontrados en bolsas de plástico abandonadas en un canal de aguas negras en Boca del Rí­o el 13 de mayo de 2012; Ví­ctor Manuel Báez Chino (director de Reporteros Policiales), quien fue levantado el 13 de junio de 2012; Miguel Morales Estrada (fotógrafo de El Diario de Poza Rica), quien está desaparecido desde el 19 de julio de 2012; Sergio Landa Rosales (reportero del Diario de Cardel), desaparecido des de el 26 de noviembre de 2012; Gregorio Jiménez de la Cruz, Goyo (reportero de Notisur), levantado el 5 de febrero de 2014, su cuerpo fue hallado en una fosa clandestina; Octavio Rojas Hernández (corresponsal de El Buen Tono), asesinado en su domicilio en Cosolapa, Oaxaca, que limita al norte con Veracruz; Moisés Sánchez Cerezo (director de La Unión), su cuerpo decapitado apareció el 24 de enero de 2015 después de haber estado desaparecido desde principios de ese mes; Armando Saldaño Morales (periodista de la estación La Ke Buena), su cuerpo fue encontrado con señales de tortura en la frontera de Oaxaca y Veracruz el 4 de mayo de 2015; Juan Mendoza Delgado (director del portal Escribiendo la verdad), quien fue encontrado muerto el 2 de junio de 2015, aparentemente fue atropellado, y Rubén Espinosa (fotoperiodista y corresponsal de Proceso), su cuerpo fue encontrado el 31 de junio de 2015 en un departamento de la colonia Narvarte en la Ciudad de México, también fueron asesinados junto al periodista otras cinco personas (Nadia Vera, Yesenia Quiroz Alfaro, Mile Virginia Martí­n y Olivia Alejandra Negrete Avilés).

Cruz, quien lo habí­a amenazado de muerte el dí­a del zafarrancho. De hecho, esta fue una de las pistas clave para conocer qué habí­a pasado con el periodista, pues para la autoridad era evidente que detrás de este caso habí­a una rencilla personal y la participación directa del crimen organizado. En la casa de seguridad de los Zetas las horas transcurrí­an lentamente. Para matar el tiempo, el Pony y sus subalternos bebí­an alcohol y consumí­an drogas. Seguí­an las noticias por radio para conocer lo que decí­an las autoridades sobre el secuestro del reportero. A las tres de la mañana del 6 de febrero, pusieron en operación el plan preconcebido: asesinar al periodista. A esa hora lo sacaron de la habitación, lo subieron a la camioneta Honda y lo sentaron en medio del asiento trasero. Al vehí­culo también se treparon el Mani, el Cucho y el Choco. En la cajuela se acomodaron Babidi, Choky y la Yegua. El Pony se sentó al volante. Metió reversa y tomó el camino de terracerí­a. En ese momento llamaron por teléfono al Jumanji, quien manejaba el taxi marcado con el número 64 de Las Choapas. El Pony le hizo una petición expresa: ”•Ya vamos hacia el punto, lleva dos picos y dos palas. Estaremos en el predio rústico. ”•En 40 minutos estoy ahí­ ”•respondió el taxista, quien llevaba varios meses trabajando para los Zetas. El Pony avanzó por el camino de terracerí­a y llegó a una construcción abandonada y se internó en un predio rústico, cruzó cerca de unas palmeras hasta topar con una alambrada de púas que él y sus acompañantes cortaron con unas pinzas para entrar al terreno habilitado como cementerio. Se estacionaron en medio de la oscuridad. El silencio era denso. Minutos después llegó el taxista con las herramientas, las bajó del vehí­culo y las puso en el piso. El Pony le pagó 500 pesos y le pidió que se fuera. El Mani y Babidi bajaron al periodista de la camioneta y se lo llevaron a unos 20 metros de donde estaba estacionada la Honda. En medio de la oscuridad, los sicarios divisaron lo que ellos refieren como “un claro”, un pedazo de terreno sin tanta maleza, y ahí­ comenzaron a excavar un hoyo de metro y medio de profundidad y poco más de un metro de ancho. La tarea les llevó unos 40 minutos, pues el terreno era fangoso. Cuando terminaron de hacer la fosa, Babidi, Cucho, Choky, la Yegua y Mani sujetaron a Goyo y lo acostaron boca arriba. Le quitaron la playera blanca que traí­a puesta. En su declaración ministerial del 8 de febrero de 2014, el Pony, un sujeto atlético de casi dos metros de estatura, narra lo que siguió: […] Me hinqué del lado izquierdo y (con el cuchillo largo que traí­a) le hice un corte en el cuello, mientras que el periodista empezó a gritar que lo perdonara. Babidi, Cucho y Choco únicamente le respondieron: ahora sí­ te llevó la verga, pendejo. Y posteriormente movimos el cuerpo dándole la espalda para seguirle cortando con la daga y lograr quitarle la cabeza. Yo observaba como le escurrí­a la sangre para todos lados del cuello y posteriormente lo volteamos boca abajo para poder yo terminar el corte y así­ cortarle la cabeza, y una vez que logré tumbarle la cabeza entierro en el suelo (la daga) y con mi mano derecha agarro la cabeza del periodista tomándola de los cabellos y la hago a un lado de la fosa. Y en ese momento nace la idea de Cucho de quitarle la ropa para que se fuera desnudo, y entre Cucho y Choco primero le quitan el pantalón, siendo este de vestir de color gris, y una vez que se lo quitan lo colocan a un lado y le quitan la trusa y de igual manera la ponen donde estaba toda su ropa, y antes de tirar el cuerpo a la fosa Cucho movió la ropa que le quitó al periodista como dos metros, alejándola del cuerpo, y El Choco y El Mani cada uno le toman una mano y lo arrastran hacia adelante para tirarlo a la fosa, cayendo boca abajo, posteriormente tomé la cabeza de los cabellos y se la aventé a la fosa y ésta quedó a un lado del hombro y lo empezamos a enterrar con ayuda de las palas. […] Que dicho tiro nos lo aventamos porque la señora Teresa (de Jesús Hernández Cruz), quien es la dueña del bar denominado El Palmar me pagó la cantidad de veinte mil pesos y a la Yegua [cuyo nombre es Jesús Antonio Pérez Herrera] le pagué cinco mil pesos. No es todo. Según las investigaciones ministeriales, después de que decapitaron a Goyo, los sicarios le tomaron fotografí­as: le colocaron la cabeza en la zona lumbar, cerca de las sentaderas, y le tomaron fotografí­as con sus celulares.

El cuerpo del reportero yací­a desnudo, ensangrentado. Lo habí­an aventado a la fosa y a su lado un montón de tierra esperaba para cubrir aquella saña. La cabeza del periodista tení­a el mentón rí­gido. De lo que habí­a sido el cuello colgaban trozos de piel, escurrí­a sangre y los cabellos estaban alborotados. La escena era demoní­aca. Los sicarios, según la indagatoria, soltaron una cascada de carcajadas después de asesinar y decapitar al único periodista que informaba de sus fechorí­as en Villa Allende. Cuando terminaron de sepultarlo, los sicarios tomaron los picos y las palas, y regresaron a la casa de seguridad conocida como El Manguito. Se cambiaron la ropa y salieron, tomaron un taxi y se reunieron en el parque central del municipio de Las Choapas. Ahí­ permanecieron cerca de tres horas y decidieron hospedarse en un hotel del centro de esa población por el resto del dí­a. A la mañana siguiente, tomaron un autobús de la lí­nea ADO y se marcharon a Villa Allende, donde cada uno se fue a esconder a su casa. El Pony y sus cómplices admitieron en sus declaraciones ministeriales su participación en otros secuestros y asesinatos, los cuales coinciden con los nombres que en su momento denunció Goyo en sus notas periodí­sticas. Sobre los secuestros, el sicario de los Zetas dijo que algunos fueron devueltos a sus familiares previo pago de rescate, en tanto que otros fueron decapitados y enterrados en el mismo lugar donde fue sepultado el reportero. Esa zona ya era un panteón clandestino. Tras el hallazgo del cuerpo de Goyo, estalló el escándalo internacional. Con base en las declaraciones de la esposa y las hijas del reportero, las autoridades lograron establecer que el móvil del crimen del periodista estaba vinculado con la amenaza y la rencilla personal que el reportero enfrentó con la señora Teresa de Jesús Hernández Cruz, a quien se le citó a declarar y posteriormente se le giró orden de aprehensión. A partir de informes de inteligencia, se logró conocer que el principal operador de la célula de los Zetas era el Pelón, yerno de Hernández Cruz y jefe directo del Pony. Nadie sabí­a de su paradero. Cinco dí­as después de la ejecución, al ver que las cosas “estaban calientes”, el Pony y el Mani decidieron huir a Matí­as Romero, Oaxaca en autobús. Sin embargo, un grupo especial de la AVI habí­a empezado a rastrear las llamadas de este grupo criminal. El dí­a que el Pony y el Mani llegaron a la terminal de autobuses para comprar sus boletos, el equipo de investigadores arribó a Coatzacoalcos. Con un equipo especial comenzaron a rastrear la señal de los celulares de los sicarios. Y cuando uno de ellos utilizó su celular ””el expediente consultado no precisa quién””, el equipo de rastreo captó la llamada y ubicó al personaje, quien estaba en la central de autobuses. Los agentes se dirigieron a ese punto y aprehendieron a los dos sicarios, quienes estaban formados para abordar el autobús. Los dí­as siguientes fueron detenidos Teresa de Jesús Hernández Cruz, la Yegua, el Gotzi y el Jumanji, presuntos responsables del secuestro y la muerte del periodista Gregorio Jiménez de la Cruz. Con base en las declaraciones que rindieron ante el Ministerio Público, las autoridades lograron saber lo que habí­a pasado con el periodista. Se dispuso de un equipo especial para revisar los teléfonos celulares de los detenidos. Todos los datos y las fotografí­as habí­an sido borrados. Sin embargo, la tecnologí­a permite restablecer la memoria de los celulares y se recuperaron las fotografí­as del periodista decapitado. Luego dieron los pormenores del sitio donde habí­a sido enterrado. Los peritos de la Procuradurí­a General de Justicia del estado de Veracruz se dirigieron hasta el municipio de Las Choapas. Por todas partes surgieron rumores de que el periodista habí­a sido encontrado con vida en una casa de seguridad. Luego se supo que no era así­. Mediante las inspecciones del lugar, se pudo conocer que en ese mismo sitio estaban enterradas otras ví­ctimas de los Zetas. El personal de los servicios periciales descubrió que en esa zona de Las Choapas habí­a un cementerio clandestino, es decir, varias fosas donde estaban sepultadas al menos cuatro personas: algunos sin cabeza, otros sin brazos… Excavando, según las señales que dio el Pony, encontraron el cuerpo de Goyo en las condiciones ya descritas. De inmediato la noticia trascendió: “Fue hallado el periodista Gregorio Jiménez, pero muerto”. En la fosa también se hallaron los cuerpos del lí­der obrero de la CTM de Villa Allende, Ernesto Ruiz Guillén, el Dragas o el Cometierra, de quien el reportero informó sobre su secuestro, y el de un taxista apodado el Bemba. Los peritos forenses exploraron el terreno. Era un lugar inhóspito, silencioso y con olor a muerte. En su recorrido observaron huellas y rodadas de vehí­culos. A escasos metros de las fosas, habí­a ropa tirada. Antes de exhumar el cuerpo, los peritos hallaron una camiseta blanca, era la que llevaba puesta Goyo el dí­a que fue secuestrado. La playera tení­a grabadas cinco palabras: “Yo confí­o en Peña Nieto”… pero ni eso lo salvó.


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