Diario de un reportero/04 de febrero de 2012
*El anacoreta del poblado de San Julián
*Fascinantes jeans que levantan pompas
*La forma más pura de la fraternidad humana
Diario de un reportero
*El anacoreta del poblado de San Julián
*Fascinantes jeans que levantan pompas
*La forma más pura de la fraternidad humana
Luis Velázquez Rivera
04 de febrero de 2012
DOMINGO
“Yo soy el subcomandante Marcos”
En San Julián, poblado del puerto jarocho, un hombre empezaba a tomar una cerveza. Y otra. Y otra. Y al ratito le echaba un líquido más fuerte al estómago. Caña, por ejemplo. Y otro cañazo. Y otro.
Así, en la frontera entre la lucidez y la inconsciencia etílica, en la cantina del pueblo empezaba a gritar en aquellos tiempos cuando el jefe del Ejército Zapatista de Liberación Nacional estaba en su apogeo, antes, mucho antes de que Ernesto Zedillo le quitara la máscara.
”˜”™Yo soy el subcomandante Marcos. Yo soy el subcomandante Marcos”™”™, eufórico exclamaba.
Los parroquianos, feligreses de aquella cantina, lo escuchaban y sabían las expresiones de su debilidad alcohólica.
En el tiempo aquel cuando Osama Bin Laden, el jefe máximo de Al Qaeda, fue acusado de los aviones que tumbaron las Torres Gemelas de Estados Unidos, el hombre de Santa Julián se zambullía en trance etílico y gritaba:
”˜”™Yo soy Osama Bin Laden. Yo soy Osama Bin Laden. En mi casa tengo ametralladoras y bombas nucleares”™.
Y los parroquianos se reían de su barbaridad.
En el sexenio de Agustín Acosta Lagunes en Veracruz, un pistolero agarró fama pública. Le llamaban ”˜”™La jaiba”™”™. Malo. Malísimo. Era un sicario al servicio del cacique Felipe ”˜”™El indio”™”™ Lagunes Castillo, primo de don Agus.
Informado de que ”˜”™La jaiba”™”™ se había convertido en una pesadilla para la policía, pues parecía invisible, el hombre de San Julián gritaba en su arrebato etílico:
”˜”™Yo soy La jaiba. Yo soy La jaiba”™”™.
Una tarde pasó un comandante de policía por el pueblo. Y lo escuchó. Y se detuvo. “Así que tú eres La jaiba?” Y ordenó a los polis detuvieran a ”˜”™La jaiba”™”™ aquella.
En la cárcel se le bajó la borrachera.
LUNES
Julio Saldaña cantaba bajo los mangales
En las mañanas, Julio Saldaña, apenas cruzando los umbrales entre la adolescencia y la juventud, llegaba al establo a recoger la leche en perolas para repartirlas en el puerto jarocho.
A veces, los vaqueros seguían persiguiendo becerritos y ordeñando las vacas, pues la madrugada les había ganado.
Entonces, Julio Saldaña se iba por ahí, a dar vueltas, hasta llegar a unos mangales.
Bajo los mangales pronunciaba discursos incendiarios en contra del mundo que vivía. Subía y bajaba el tono de voz. Manoteaba. Se enojaba y contentaba. Improvisaba ante un auditorio ficticio.
En tales cursos intensivos de oratoria, el panista diputado federal aprendió a decir discursos.
Más grandecito también, bajo los mangales, interpretaba a todo lo que daba las canciones de Pedro Infante.
Por eso años después, cuando dejara la curul en el Congreso local, contrató unos mariachis para que le cantaran en el palacio legislativo las canciones de Pedro Infante, el ídolo popular más querido y llorado del país.
MARTES
Jeans que levantan las pompas…
En el mercado Hidalgo del puerto jarocho hay un negocio donde venden pantalones de mezclilla para mujeres.
Y afuera en el pasillo tienen un anuncio del tamaño de una mujer de estatura mediana, donde una chica camina con sus pantalones ajustados, luciendo su fascinante contrafachada. A un lado un letrero anuncia:
”˜”™Jeans que levanta las pompas, sin bolsas. ¡Atrévete!”™”™.
Entonces, el ciudadano se queda ahí, alucinado, espiando a la primera chica que salga del negocio con los jeans puestos para confirmar la veracidad del anuncio.
Y mientras el ciudadano espera con una paciencia superior a la de un pescador, imagina, piensa, para qué entonces servirán los cirujanos plásticos si con unos jeans se adquieren nalguitas exuberantes.
De pronto, zas, sale una chica con los jeans. Y el curioso la sigue para confirmar la tesis de que en verdad el pantalón de mezclilla constituye un milagro que ha superado a los diseñadores de modas.
Y el ciudadano quisiera, entonces, como dicen en el rancho, treparse en las ancas de aquella yegua…
MIÉRCOLES
La gitana desapareció del callejón Pípila
Jorge Arias regresó al callejón Pípila a buscar a Shalad, la joven gitana de ojos grandes, negros, y de labios carnosos.
Estuvo en el callejón del mercado Hidalgo en la mañana. Llovía en la ciudad. La lluvia pertinaz. Por ratitos prolongados.
Y la gitana no estaba.
En el callejón uno o dos hombres, sin sombrilla, sin chamarra, caminaban apresurados buscando un techo para librar el agua pluvial.
Cuatro, cinco negocios estaban cerrados al mediodía. Conscientes y seguros de que si el día estaba mal, con lluvia, con norte, las ventas bajan en automático.
En el baño público, el empleado dormía la mona, arrullado por el chipi-chipi cayendo en el pasillo solitario.
Jorge Arias tomó un café de olla, sin azúcar, en el puesto del mercado, frente al callejón Pípila, y se puso a leer ”˜”™El viejo y el mar”™”™, de Hemingway, para llenarse de la paciencia con que Santiago, el pescador, durante 80 días y 80 noches, sueña con atrapar un pescado, sin rendirse, apostando a la esperanza.
Una hora después seguía lloviendo y la gitana tampoco llegaba.
Entonces, se acordó de un amigo quien siempre preguntaba el tiempo digno y prudente para esperar a una mujer de acuerdo con el Manual de Urbanidad de Carreño.
Pagó la cuenta y se fue…
Había esperado demasiado.
JUEVES
De taquero a reportero
El hombre aquel vendía tacos en una esquina desde las ocho de la noche hasta las tres, cuatro de la madrugada. Bueno, hasta las cinco los viernes y sábados.
A su puesto llamado ”˜”™El perro feliz”™”™ llegaban con regularidad algunos reporteros en estado incoveniente a echarse unos taquitos parados para irse a dormir.
Y mientras aquellos reporteros tragaban los tacos con un refresco de cola platicaban sobre periodismo. Las entrevistas del día. Las notas de banqueta. Las exclusivas. Las notas compartidas. Los embutes, claro.
Y el hombre de los tacos paraba oreja y escuchaba y escuchaba. Y tomaba nota.
Con las semanas, el hombre renunció a seguir trabajando en el puesto de tacos, pues escuchando a los reporteros aprendió el amor por el periodismo y ahora ya tiene hasta su columna política y asesora a uno que otro funcionario en el manejo de la comunicación política.
VIERNES
La forma más pura de la fraternidad humana
Un hombre de unos 75, 80 años de edad camina despacio, despacito, pian pianito, con un bastón, sobre una banqueta de la calle Madero, entre Hernán Cortés y Rayón, a un ladito del mercado Hidalgo, en el puerto jarocho.
De pronto, se topa con otro hombre de la tercera edad, de unos 75, 80 años, apoyado en un bastón, recargado sobre una pared, ciego, que canta una canción de José Alfredo Jiménez, ”˜”™si nos dejan/ nos vamos a querer/ toda la vida…”™”™.
El anciano canta bajo la lluvia de la mañana con la mano derecha extendida a la limosna del transeúnte.
El anciano que mira se detiene a escuchar al anciano ciego que canta y lo apapacha en el hombro con la mano izquierdo. Le da una, dos, tres palmaditas.
Luego, introduce su mano derecha en la bolsa del pantalón y sus dedos hurgan, buscan, revolotean, el interior, y como un mago saca una moneda de diez pesos y la deposita en la mano del anciano ciego.
El anciano ciego entona con más intensidad la canción de José Alfredo Jiménez apenas ha sentido la moneda en la mano que por su dimensión y tamaño calcula en diez pesos.
El anciano que mira sigue ahí, detenido, escuchando al anciano ciego y otra vez mete la mano a la bolsa del pantalón y extrae otra moneda de diez pesos.
Y se la pone en la mano derecha al anciano ciego.
Y le acaricia el hombro.
Luego, continúa el camino despacio, despacito, a lo que apenas dan sus piernas cansadas, hartas de andar por la vida dando batallas.
El cronista se acuerda, entonces, de Eduardo Galeano en su libro de crónicas, ”˜”™Nosotros decimos no”™”™. Y lo parodea.
La tercera edad, se dijo, ”˜”™es la forma más pura de la fraternidad humana”™”™.