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Crónicas
Lunes 07 diciembre, 2015

Una reportera en la sierra de Guerrero

Vania Pigeonutt, ganadora del premio Walter Reuter 2015, pasó cuatro años madurando el reportaje de Los Niños del opio, usando los mejores elementos del periodismo

Ignacio Carvajal/Coatzacoalcos.- Vania Pigeonutt se muere de frí­o. Se encuentra a cientos de kilómetros de su hogar, en la cima de una montaña en el estado de Guerrero, recolectando la información, vivencias y contexto...

  • Vania Pigeonutt, ganadora del premio Walter Reuter 2015 con el reportaje de Los niños del opio

  • Vania Pigeonutt, ganadora del premio Walter Reuter 2015 con el reportaje de Los niños del opio

  • Vania Pigeonutt, ganadora del premio Walter Reuter 2015 con el reportaje de Los niños del opio

para su reportaje estelar, "Los Niños del opio de Guerrero".

Los latidos de su corazón disipan el malestar por la helada. Se sabe frente a la historia de ocho columnas que lleva años trabajando. Camina tras los pasos de una niña de once años, Meztli, que desde pequeña se dedica, como muchos otros menores de edad de la zona serrana de ese estado, a rallar los capullos de la amapola para sangrarles la sabia que produce la goma de opio.

Fueron cuatro dí­as los que Vania Piegeonutt, corresponsal de El Universal en Guerrero, pasó en un pueblo en medio de esas montañas, y el reportaje mereció el tercer lugar del Premio Alemán de Periodismo Walter Reuter, entregado a finales de noviembre.

"Fue un lugar indefinido, cualquier comunidad de ese estado donde la marginación es parte de la narco pobreza", dice la reportera en entrevista para Blogexpediente.com.

Esconder la identidad y el sitio de origen de los personajes de su historia se volvió la más grande condición para permitirle el paso a ella y al fotógrafo, Cristopher Rogel Blanquet. La integridad de por medio, la gran responsabilidad sobre los hombros de la corresponsal aguerrida.

Pero esos cuatro dí­as, y las horas frente a la computadora pariendo el texto galardonado, son producto de cuatro años de madurar el reportaje en la mente.

Gabriel Garcí­a Márquez, por ejemplo, era ya un periodista consumado y contaba con fama como narrador, pero ni así­ se atrevió a escribir Cien años de soledad, que le dio el Premio Nobel. Primero se fogueó durante años y cientos de notas firmadas en los diarios para atreverse a plasmar las historias contadas por su abuelo sobre ese mundo llamado Macondo.

"Tuve compañeros de la universidad que me contaban sobre las historias del cultivo de opio en Guerrero y el contraste por las condiciones de miseria entre los productores y los narcos, pero lo que más me tení­a interesada, era que fueran niños quienes realizaran la tarea del rallado de la amapola, por su versatilidad y ligereza para no dañar las plantitas".

Cuando yo llego al estado de Guerrero en el 2010 -contó- ese era mi ángulo, siempre pensaba mucho en ese reportaje, y sabí­a que el ángulo eran los niños.

Vania Piegeonutt habla y describe a Meztli, una pequeña de once años con quien se identifica plenamente. La nena no desea un marido golpeador, ni casarse a los 16 y quiere ir a la escuela. Ralla opio y sueña con estudiar una carrera, aunque en la zona serrana, esa pasta negra sólo genera unos 2 mil pesos por kilo, y a penas y alcanza para comprar más semilla, calzado de plástico para la familia, y lo mí­nimo. La historia de Meztli es la de miles de chicos de Guerrero -el principal producto de opio en México- condenados a la pobreza y a cuidar esa planta de flores sublimes por una herencia cultural y abusos de los dueños de la comarca.

"Estar allá, la gente no te dice nada si te ve haciendo fotos o video, les da igual, no dimensionan las grandes ganancias generadas por la droga; pero necesitas permiso de alguien para acceder" relata.

Entrar a esa localidad, recuerda, fue labor de convencer al comisariado ejidal, el jefe de la comarca, el encargado de dialogar con los niveles más básicos del gobierno y el pueblo.

"Nos caí­mos bien, fue un asunto de empatí­a", dice, y la anuencia se logró; pero las reglas eran estrictas y ella se sabí­a vigilada en cada paso, cada palabra y nota apuntada en su libreta de reportera. La integridad fí­sica empeñada.

En ese tiempo, a más de 2 mil metros sobre el nivel del mar, el GPS "se descontrola" y la señal de celular es "impensable". Ella durmió, comió, habló y realizó todas sus actividades entre los más pobres de este paí­s, los nacidos en Guerrero, a los que año con año el CONEVAL los ubica a la cabeza de los menos desarrollados y los peor evaluados en la Cruzada contra el Hambre.

Bajo el mismo techo de sus sujetos noticiosos, en la intimidad, conoció los dramas del padre y de la madre y las aspiraciones de Meztli: hacer una carrera profesional, literalmente una utopí­a; el dolor del papá por desarrollar una actividad moralmente prohibida, y que le deja ingresos por demás mí­nimos, apenas para la subsistencia; y de la mamá de Meztli, cuyo consuelo es comprar zapatos de plástico para sus pequeños.

"En los dos estados hay una guerra explí­cita del narcotráfico, y se concentra la población más vulnerable y marginada. No son pobres, son marginados del paí­s, a partir de la grandes deudas de México con este sector en lo educativo, el de desarrollo y la impunidad" define Vania en entrevista con blog.expediente.mx.

Antes de salir de la localidad de estudio hubo una diferencia con la persona que dio el permiso, un tono alzado de voz y reclamo airado por una falla involuntaria en la cobertura, y eso lo trajo en la mente muchos dí­as, pues en Guerrero no son para menos, según Artí­culo 19, junto a Distrito Federal, Puebla y Veracruz son los lugares donde se concentran más denuncias por agresiones a la prensa.

Guerrero también disputa con Veracruz el tercer lugar en secuestro, indica el Secretariado Ejecutivo para el Sistema Nacional de Seguridad Pública, y el negocio del opio es uno de los más celados, pues Guerrero genera más del 40 por ciento del consumo de Estados Unidos.

Finalmente el asunto fue neutralizado y a los pocos meses regresó a la localidad: "Me habí­an pedido que les llevara apoyos y se hizo". La reportera aún tuvo espacio para disfrutar con esos pequeños el momento de convivencia alrededor de la comida: "Les preparaba galletas saladas con aguacate y atún, nunca habí­an comido algo de eso" relata satisfecha de tener la nota, el premio y la promesa cumplida.

El premio fue un "acto de justicia para los reporteros que estamos en los estados" y un gran estí­mulo para comprometerse más".




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