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Miércoles 28 octubre, 2015

A sangre frí­a

•Los perros gruñeron cuando escucharon los pasos de los sicarios que ya encañonaban a la familia con sus armas de fuego

•Benito Aguas Puerto era subagente oficial de Temaxcalapa, que sin ser letrado siempre estaba pendiente del niño y su mujer

•“Hasta antes de que mataran a mi hijo y a mi esposo, él siempre luchó por el pueblo y siempre pidió un módulo de policía": la viuda

•El cronista Miguel Ángel León viajó a Temaxcalapa, Zongolica, en límites con Puebla y Oaxaca, para reportear la historia del doble asesinato

Miguel íngel León Carmona

  • Benito Aguas Puerto y su hijo Ángel, de 8 años, fueron asesinados en Temaxcalapa, Zongolica

  • "Mi bebé era un alma traviesa y parlanchina": viuda

  • Benito Aguas Puerto y su hijo Ángel, de 8 años, fueron asesinados en Temaxcalapa, Zongolica

  • Benito Aguas Puerto y su hijo Ángel, de 8 años, fueron asesinados en Temaxcalapa, Zongolica

  • Benito Aguas Puerto y su hijo Ángel, de 8 años, fueron asesinados en Temaxcalapa, Zongolica

  • Benito Aguas Puerto y su hijo Ángel, de 8 años, fueron asesinados en Temaxcalapa, Zongolica

  • Benito Aguas Puerto y su hijo Ángel, de 8 años, fueron asesinados en Temaxcalapa, Zongolica

  • Benito Aguas Puerto y su hijo Ángel, de 8 años, fueron asesinados en Temaxcalapa, Zongolica

  • Benito Aguas Puerto y su hijo Ángel, de 8 años, fueron asesinados en Temaxcalapa, Zongolica

  • Benito Aguas Puerto y su hijo Ángel, de 8 años, fueron asesinados en Temaxcalapa, Zongolica

  • Benito Aguas Puerto y su hijo Ángel, de 8 años, fueron asesinados en Temaxcalapa, Zongolica

Eran las ocho de la noche, los perros comenzaron a ladrar. Benito tomaba una siesta, recién habí­a terminado sus labores de subagente municipal. íngel, mi hijo, jugaba en el piso con sus muñecos. Jamás pensé verlos muertos, y menos así­.

Yo, solloza la viuda, preparaba café negro para la cena. Toño, el mayorcito, terminaba su tarea en el único internet de Temaxcalapa, Zongolica. Todo parecí­a habitual; la neblina a ras de suelo, calles apaciguadas entre cánticos de grillos… Hasta que tocaron la maldita puerta.

Los perros gruñeron al escucharse por segunda ocasión los golpes sobre la madera. íngel se acomidió y gritó que él abrirí­a.
Todos escuchamos su acto de inocencia, incluso las dos personas que ya encañonaban sus armas de fuego.

Llevo cinco dí­as sin poder dormir y no dejo de preguntarme: ¿por qué dejé que mi íngel abriera la puerta? Ya era tarde para las visitas, en el pueblo se duerme a las nueve. Mi esposo era el único que trasnochaba cuando traducí­a oficios del náhuatl al español.

¿Por qué, Dios mí­o? Mi Benito Aguas Puertos fue un hombre honesto. Recuerdo cuando lo eligieron como subagente de Temaxcalapa; la gente dio su voto a un campesino que sin ser letrado siempre decí­a: “se debe cuidar al niño y a la mujer”.

Hasta antes de que me lo mataran luchó por el pueblo; no tenemos hospital, nuestra ambulancia es una camioneta vieja que ni con oxí­geno cuenta. La clí­nica del pueblo es atendida por una doctora que sólo se aparece de martes a jueves.

Mi esposo no se cansaba de solicitar un módulo de policí­as, nunca hemos tenido quien nos cuide. Alguna vez bordé gorras y suéteres con el escudo de México para los muchachos que se acomedí­an a vigilar nuestras veredas.

Por otra parte, mi bebé era un alma traviesa y parlanchina. La alegrí­a de nuestro hogar. Todo el pueblo sabí­a que era inseparable de su padre. Tení­an el mismo rostro y hablado. Iban juntos a todos lados, ahora caminan juntos a la eternidad.

Si tan solo el gobierno hubiera cumplido uno de los dos sueños más grandes de mi esposo como subagente municipal: seguridad y salud digna para Temaxcalpa, tal vez no hubiera enterrado a mis dos amores.

Soy la única testigo en el pueblo de la doble tragedia. Ya estoy harta de relatar lo sucedido. Decepcionada de los medios locales y sus datos falsos. Benito ganaba 500 pesos mensuales, en 20 años levantamos esta casita de madera.

Yo a cada rato le decí­a: ¿Por qué, Paco? si yo veo que otras gentes que andan en la polí­tica siempre traen dinero ¿por qué tú no? Él contestaba que seguro se debí­a a su mala suerte.

Los vecinos y las pruebas periciales indicaron que fueron cinco los disparos en mi hogar. Yo solamente recuerdo el primero, el que le partió el pecho en dos a mi Angelito.

Fue la última vez que lo vi de pie, no tení­a color su rostro y su mirada ya estaba en otro mundo. Fueron los últimos tres pasos de mi niño, se desvaneció en mis pies, y apenas respiraba.

Alcancé a ver escapar dos siluetas criminales que nunca saldrán de mi cabeza. Mi esposo ya flotaba en charcos de sangre, con enormes agujeros en su piel. Mis pies y manos no podí­an avanzar por la impresión.

Tení­a que decidir pronto a quién salvar de mis dos amores, pues el hospital de Paso Rayón, en Tezonapa, queda a hora y media yéndose como loco.

Acepté la inminente muerte de mi marido. Los impactos fueron certeros. Salté sobre su cadáver con el dolor de mi alma y salí­ corriendo con mi hijo en brazos; pero su cuerpo se iba volviendo duro y pesado como una piedra.

Pedí­ ayuda a gritos, eran llantos de coyotes en la montaña. El eco de mi pena despertó a las mil personas que viven en el pueblo. No recuerdo más, todo fue rápido. No supe quién saco los cuerpos ni tampoco quién limpio la sangre.

Ahora que reacciono me veo sentada frente a los ataúdes de mis dos difuntos. Con una pena que me perfora el pecho. Pero sobre todo con miedo de morir mañana.

Comunidades enteras han venido a verme, me dicen que viva mi pena, que de la justicia ellos se van a encargar. Las mujeres preparan café y echan tortillas para los rezos, los hombres vigilan las veredas. Nadie entra a mi casa sin presentarse.

Jamás se habí­a visto tanta gente en este pueblo olvidado por Dios. El santo patrono es San José de las Montañas, lo conmemoramos en marzo. Estoy segura que mi desgracia reunió más personas que la festividad religiosa.

Vinieron a verme íngel Noé Aguas Vázquez, presidente de Zongolica, y Mario Zepahua. Llenaron el cuarto del altercado con flores blancas. Resguardaron mi casa con tres policí­as. Finalmente, como mártir, a mi esposo lo visitó la justicia.

A mi pequeño le hacen honores de cuerpo presente sus compañeros de la primaria. Lloran al ver su fotografí­a expuesta sobre el féretro. Cantan con profunda pena y llevan ofrendas de dulces.

Una vez concluidos los nueve dí­as de velación me largaré de esta casa. La gente ha restregado los pisos; pero yo sigo viendo la sangre y revivo los hechos escalofriantes.

El hijo que me queda no quiere dejar solos a los abuelos. En el pueblo nuestra gente promete cuidarnos. Mis hermanos vigilarán nuestra cama. Dicen que la pena si irá de a poco. Pero en mis tí­mpanos resuena aquel balazo.

Mi vida parece destinada a concluir en este pedazo de tierra, ya no tengo aspiraciones, ni mucho menos sueños. Velaré por el hijo que me queda y honraré a mis difuntos cada 20 de octubre.

Será cuestión esperar: a Dios, que consuele mis penas; al gobierno veracruzano, que asista a mi pueblo; o las dos siluetas negras que caminan cerca, a que vengan por nosotros y nos quemen a balazos.


2 comentario(s)

Luigi Cuevas O'Henry 28 Oct, 2015 - 06:24
Excelente crónica de una tragedia desgraciadamente muy común en nuestro sufrido México. Causa indignación el sufrimiento de la gente humilde y causa impotencia el no poder hacer nada más que elevar nuestra voz de protesta, mientras que las malditas (porque eso son) autoridades se refocilan en sus declaraciones de que vivimos en el paraíso terrenal, y a los "representantes" del pueblo, los parásitos diputados, sobre todo del PRI y sus aliados del Pvem, Panal y Ave, les importa un bledo la tragedia del pueblo. Pero sí, en Veracruz no pasa nada, vivimos en una paz idílica y los maleantes sólo se atreven a robar gansitos y frutsis en las tiendas de conveniencia. Mi pésame para esta humilde familia y mi voz de protesta por su tragedia... Luigi Cuevas O´Henry. Xalapa, Ver.-

La historia dolorosa e indignante, tu crónica grande hermano. 27 Oct, 2015 - 23:00

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