Y tales apodos, por ejemplo, circulan hasta en las señoras en tardes pasteleras y en las señoras en la manualidad, y las señoras en la zumba.

Inclusive las señoras hasta arremedan la voz de flauta y pito del góber jarocho.

Y recuerdan el tiempo aquel cuando se dejó la barba y cuando se tiño el cabello de rubio.

El colmo: hay priistas que en vez de llamarle por su nombre o gobernador lo convocan con un sobrenombre.

Claro, también hay quienes se sobresaltan.

El otro dí­a, por ejemplo, en el café de La Parroquia, 206 años, una pareja estaba sentada al lado de un cuarteto de hombres que se referí­an al gobernador de manera despectiva.

Entonces, de pronto, el señor tomó el cuchillo de la mesa, se puso de pie y desafió a los cuatro conspiradores en un duelo a muerte, dijo, porque ofendí­an al jefe máximo del priismo en Veracruz.

Cada vez que, por ejemplo, las señoras están mirando la televisión y buscan algo interesante en un canal y de pronto, zas, caen en un noticiero donde aparece la imagen de Javier Duarte y/o de Enrique Peña Nieto, en automático, como si vieran un fantasma, le cambian al canal siguiente.

Basta, por ejemplo, leer las redes sociales que, claro, desde el anonimato, rafaguean al gobernador y al presidente cuando la ocasión lo amerita.

Y, bueno, los hechos y circunstancias han llegado a tanto que de plano el góber ya clausuró su Facebook, porque en los dí­as del multihomicidio en la colonia Narvarte, de la ciudad de México, el rafagueo en su contra fue canijo.

Algunos dirán que el hartazgo sólo florece en la zona conurbada Veracruz/Boca del Rí­o, que es región portuaria, donde a la población le sobra fósforo bitacal por el consumo de mariscos y la chispa, el ingenio, el humor, el sarcasmo, la burla y el despapaye forman parte natural del reality show.

Cierto.

Pero las señoras de la Acción Católica Mexicana también entran al pitorreo y ellas mismas cuando se enlazan con mensajes en sus celulares y se refieren al góber también le llaman con sus apodos, con lo que incluso hasta una colección del Ja já jarocho pudiera integrarse.

Con ningún otro gobernador se habí­a llegado a tales extremos.

Un psicólogo social dirá que tales expresiones populares sanean la vida pública porque así­ el ciudadano, el contribuyente, se desfogan, y por tanto, se conjura el levantamiento popular.

Quizá.

Pero, de igual manera, impensable que los apodos florecieran, digamos, en contra de don Fernando Gutiérrez Barrios, cuya sola presencia y mirada, y más cuando sus ojos se hací­an chiquitos, electrizaban.

También imponí­a, con todo y su estatura, Fernando López Arias, el famoso fiscal de hierro del presidente Gustavo Dí­az Ordaz, quien llenó de lí­deres sociales la cárcel de Lecumberri, ahí­ mismo de donde escapó Arturo Izquierdo Herbrad, el famoso narcotraficante del Golfo de México.

EL JUICIO DE LA HISTORIA YA ESTí DADO

Acaso Fidel Herrera Beltrán también coleccionara apodos. El más famoso, legendario porque le viene desde la facultad de Leyes de la UV, la nauyaca. También, el góber fogoso.

Sin embargo, más famoso fueron los atributos de su carácter y temperamento que le atribuí­an, entre ellos, y por ejemplo, que es mentiroso, rollero y agarra/pendejos, además que nadie le puede fregar ni un billete ni tampoco bajar una chamaca, porque entonces se desata la tercera guerra mundial.

En el caso de Enrique Peña, las señoras, por ejemplo, cambian de canal cuando lo miran en la tele, a partir, digamos, de la Casita Blanca de La gaviota, de la fuga de Joaquí­n “El chapo” Guzmán y de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, que llevó a la población a la indignación y el coraje.

Y en el caso de Javier Duarte, el fuego cruzado, los muertos, los secuestrados, los desaparecidos, las fosas clandestinas, los cadáveres flotando en el rí­o Blanco, la deuda pública y la cero obra de infraestructura, más su famoso en Veracruz no pasa nada, más su vocecita de Francisco Franco, todo se fue mezclando y entremezclando hasta llegar al pitorreo.

Del lado del gobierno, ninguna contraofensiva de comunicación social para enderezar la nave.

Quizá al jefe máximo le valga y se le resbala.

Acaso esté consciente y deja hacer y deja pasar para que el contribuyente se distraiga como una especie de terapia social.

Quizá sepa que si al mediodí­a el pueblo dice que es de noche las farolas han de encenderse.

Acaso como Garrick, el actor de Inglaterra con una inteligencia superior, también diga que es Garrick y se rí­a de sí­ mismo.

Quizá como la mujer de Lot de igual manera decidió voltear para atrás, aunque se convirtiera en estatua de sal, uniéndose a todos.

Cuatro años con ocho meses y 16 dí­as de duartismo para tal han servido.

El juicio de la historia, que en el siglo pasado tanto importaba como importaba a los emperadores romanos, ya está dado con las señoras en sus tardes pasteleras y en sus clases de zumba…