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8 Columnas
Lunes 13 julio, 2015

El chapo... es un fantasma


•Nadie lo puede tener preso: Pablo de Llano

Pablo de Llano/El Paí­s

  • Joaquín Guzmán. Su última gran obra de escapismo

Un cinturón de policí­as rodeaba este domingo el galpón de ladrillo que le sirvió a Joaquí­n Guzmán de salida del pasadizo por el que escapó de la cárcel. Un helicóptero hací­a un sobrevuelo constante sobre los campos de cultivo que rodean el penal, pero nadie creí­a que hubiese ya nada que buscar. Por el horizonte pasó un avión. Uno de los policí­as, sosteniendo tranquilo su fusil, se lo señaló a otro y dijo: “Mira gí¼ey, ahí­ va el Chapo".

Los policí­as daban al capo por perdido. Otro agente subido a un jeep, embozado con una bufanda, comentó: "Si me hubiera salido yo pues aún andarí­a por aquí­ viendo cómo escapar. Pero este señor con el poder que tiene ya debió de haber agarrado una avioneta en Michoacán [un Estado vecino] y quién sabe adónde andará". Otro se carcajeaba al preguntársele si creí­a que lo largo del rastreo se podrí­an encontrar al forajido: “No viejito, él ya no está aquí­". El agente cumplí­a su jornada policial con lúcida conciencia de atrezzo.

Dentro del galpón de ladrillo gris, resguardado por soldados y policí­as, los peritos buscaban pistas. Por ahí­ tuvo que sacar la cabeza Guzmán, y uno se imagina asomar una sonrisa pérfida con un diente de oro centelleando de dicha. Su fuga por un túnel de un kilómetro y medio de largo con un vehí­culo motorizado montado sobre raí­les no es la fuga de un mortal capo mexicano. Es la fuga de un malo de cómic, de un Joker del narco.

Pero pasado el comprensible momento inicial de lo boquiabierto, llega el de las preguntas que esperan respuestas que expliquen a los simples humanos cómo el tahúr de Sinaloa pudo realizar su última gran obra de escapismo. Alguna de esas respuestas es lo que estarí­an buscando esta mañana dentro del galpón de ladrillo gris.

Los primeros en ponerle peros al asombro son los campesinos. Uno de ellos, que no quiso dar su nombre, contaba a 300 metros del galpón que en las últimas semanas y meses no habí­a visto ningún movimiento de hombres trabajando ni de camiones sacando tierra. Otro que sí­ daba su nombre, Juan Colí­n, de 74 años, con demasiado sombrero de vaquero y demasiado cinturón de hebilla gruesa como para no dar su nombre, dijo: "La casita esa tiene un año que la construyeron, y habí­a dos cabrones que emparejaban el camino y estaban haciendo sus corrales, según ellos que iban a meter animales. Y si yo no vi nada en todo este tiempo, ¿qué le hicieron a toda la tierra esa que tuvieron que sacar? ¿Vinieron los extraterrestre o qué chingados?".

La gesta de excavar kilómetro y medio de túnel bajo campos a la vista del presidio y de las contadas casitas de alrededor es una de las muchas preguntas que buscarán respuesta. Otras tantas pedirán cuentas de lo que pasó dentro del penal, un complejo penitenciario que este domingo, desde fuera, lucí­a silencioso, moderno, ordenado, aunque rodeado de unas chocantes obras de construcción de una canalización de agua del tamaño de una autopista, literalmente pegadas al muro perimetral de la cárcel.

Almoloya de Juárez, la cárcel de máxima seguridad a donde México manda a sus peores diablos, deberá rendir cuentas. Aunque algunos creen que si hubo algún problema que facilitase la huida del rey de los capos, ese problema no fue de medidas de seguridad: "Ya se escapó una vez de un penal como este. ¿Por qué no se iba a escapar otra vez?", planteaba otro policí­a con un discurso de final poético-crí­ptico. "Y si tiene que volver a hacerlo lo volverá a hacer. Ni con 10.000 toneladas de roca bajo la cárcel lo podrí­an encerrar. Porque el Chapo Guzmán es un fantasma".


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