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Jueves 04 junio, 2015

La amante secreta de Francois Mitterrand. 30 años en la sombra

“¿Qué tení­a aquella mujer para que Mitterrand no pudiese renunciar a ella?”. Aquella mujer es Anne Pingeot, la que compartió en la sombra la vida del primer presidente socialista de la V República francesa durante más de tres décadas, y madre de su hija Mazarine. La pregunta se la hace el periodista David Le Bailly, quien intenta resolver el enigma que casi 20 años después de la muerte de Mitterrand sigue rondándola. Lo hace en el libro recién publicado La captive de Mitterrand (La cautiva de Mitterrand, ediciones Stock). “¿Qué le aportaba ella para que llegara a aceptar una hija fruto del adulterio, que le suponí­a jugarse al póker su sueño polí­tico de ser presidente?”.

La imagen más conocida de Pingeot fue la de su aparición junto a su hija en los funerales del exmandatario en enero de 1996. Con el rostro cubierto por un sombrero con velo negro, abrazada a su hija, el mundo la descubrí­a a escasa distancia de la esposa oficial, Danielle Mitterrand. Año y medio antes, la revista Paris Match revelaba la existencia de esta hija. Desde entonces, Mazarine ha crecido, tiene tres hijos, es escritora y participa en varios programas de televisión y de radio. Pero el hermetismo sigue acompañando a la figura de Anne, el gran amor de Mitterrand.

La labor de De Bailly no ha sido fácil. El cí­rculo cercano de la protagonista se cerró en banda cuando trató de contactarlos; algunos le colgaron el teléfono, otros respondieron con generalidades sobre su discreción y su dulzura. La propia Anne Pingeot dio orden de no hablar y amenazó al periodista con acciones legales. Pese a todo, este logró reunir un centenar de testimonios, que, unidos a un trabajo de investigación, se acercan a la definición de esta mujer que, a sus 70 años, pasea por Parí­s en bicicleta.

Ana Teruel/El Paí­s

  • Anne Pingeot y Mazarine Pingeot. Funeral de François Mitterrand

La pareja se conoció en Hossegor, en el suroeste de Francia, donde la familia Mitterrand y la de los Pingeot, industriales de componentes de automóviles primos de los Michelin, solí­an veranear. Sus casas se hallaban apenas a unos metros y el entonces ministro, amigo del padre de Anne, Pierre Pingeot, era un invitado habitual. Pero la relación entre los dos no se concretó hasta tiempo después, cuando Anne decidió dejar Clérmont-Ferrant y emigrar a Parí­s. En 1961, ingresó en la antigua Escuela de Profesiones de Arte, hoy sede del Museo Picasso. Mitterrand, al que la tí­a de la joven habí­a pedido que cuidara, le permitió descubrir un mundo de literatura y arte, tomaban el té en casa, daban paseos por los jardines... compartí­an el gusto por el silencio y la naturaleza. Poco a poco la relación se estrechó, hasta el punto que no pasaba un dí­a sin que él la llamase.

Ella lo apodó Cechino, diminutivo italiano de Franí§ois. Él, celoso, le prohibió que saliera con chicos de su edad. La joven, de quien los compañeros decí­an que “vestí­a como una monja”, era poco aficionada a la vida nocturna. Fue el inicio de una vida de romance secreto, del que solo estaban al tanto algunos amigos. Pese a todo, Anne acudí­a a sus mí­tines y cuando la pareja se cruzaba a algún conocido, Mitterrand no dudaba en presentarla, sin revelar nunca su relación con ella. Pocos se fijaban en aquella chica callada, siempre en segundo plano. No se parecí­a a las numerosas mujeres con las que se acostumbraba a ver al polí­tico. Pero los rumores circulaban y, cuando Anne logró el tí­tulo de conservadora en el Museo del Louvre, por los pasillos se murmuró: “Es la amante de Mitterrand”. Herida en su orgullo, Anne se construyó un caparazón y su carácter se hizo más seco y duro.

Danielle, la esposa legí­tima, sabí­a lo que pasaba. Corrí­a el año 1965 cuando se enfrentó a su marido con un ultimátum: “O ella o yo”. El polí­tico se lo pensó. Se habló de divorcio, pero, finalmente, todo quedó en nada. Una década después, fue Danielle quien se enamoró de un joven profesor de deportes. Entonces, Mitterrand preparaba su segundo y exitoso asalto al Elí­seo, por lo que descartó la separación. El matrimonio llegó así­ al compromiso de mantener las apariencias y vivir libremente su vida sentimental.

La noche del 10 de mayo de 1981, tras las elecciones, cuando desde su casa de la rue Jacob sentada frente al televisor con la pequeña Mazarine de seis años en las rodillas, vio aparecer el rostro del nuevo presidente, Anne no pudo evitar echarse a llorar. “Fue el peor dí­a de mi vida”, relató más tarde a su amiga Élisabeth Normand. Las imágenes mostraron a la pareja oficial, aclamada por la multitud, en su bastión de Chí¢teau-Chinon, en la Borgoña. Pero a las dos de la mañana, cuando llegó a Parí­s, Mitterrand mandó un coche a recoger a Anne para llevársela a la sede del partido socialista. Aturdida, ella lo felicitó, pero volvió rápidamente a casa. El presidente organizó la auténtica celebración al dí­a siguiente con sus í­ntimos en la rue Jacob. Y dos años más tarde decidió mudarse con Anne y Mazarine a unas dependencias oficiales. El secreto se mantuvo intacto aún una década más.


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