Gatita solitaria
**Husmeando la noche
**Abandonada hace 10 años
UNO. La gatita de color negro
Todas las noches y madrugadas, una gatita color negro y manchitas blancas camina solitaria en la calle. Trota de una banqueta a otra. Se mete en un garaje. Si puede se acuesta un ratito en el toldo de un automóvil.
Luego se levanta y sigue su camino en la madrugada sin luna llena, sin estrellas, sin un meteorito. Y con un montón de nubes negras y grisáceas adueñadas del cielo.
Sabrá el chamán a quiénes busca, pero ella continúa husmeando en la noche.
DOS. Lanzada por inquilinos
Hace unos diez años, su patrona se cambió de casa. Y abandonó a su gatita. Ahí la dejó. En la casa solitaria y desierta.
Meses después, la casa fue alquilada y la gatita echada por los inquilinos.
Desde entonces, una gatita callejera.
Una década ha sobrevivido. Durmiendo como las águilas, donde la noche la alcance.
Buscando su comida y sabrá el chamán dónde la encuentra.
Además, cuidadosa y precavida, nunca en diez años se ha embarazado.
Y ni modo ande en la vida sin sexo. A menos, claro, si tiene vocación de jesuita. Y/o de Lama, apostando a la abstinencia para fortalecer las neuronas.
TRES. Una gatita libre
Diez años en la calle le han enseñado la pluralidad en la vida.
Con nadie se mete. A nadie desafía con la mirada de sus grandes ojos.
Y si un vecino la corre, simplemente, se va. Y sin voltear para atrás ni a los lados.
Se ignora el lugar donde duerme en el día. Se ignora la hora cuando inicia el periplo nocturno.
Pero la gatita ha demostrado su independencia. Su autonomía.
Más ahora, en el tiempo de la liberación femenina.
“Mi gatita” le dice Héctor Suárez, el “Mil usos”, en una película a su amada amante.
CUATRO. De mascota al desamparo
La gatita es mayor de edad. Tiene un cuerpo largo largo. Y siempre a la defensiva.
Si alguna señora le ofrece un platitito con comidita desde lejos la gatita la mira. Y espera el retiro de la señora generosa para probarlo y comerlo.
Eso le ha enseñado, todo indica, la vida dura y ruda. Adversa. Rijosa. Las horas turbulentas.
Durante unos cinco años fue la mascota preferida de la patrona y su esposo. Y de par de hijos.
Ahora, en el desamparo. Los hijos crecieron. Casaron. Y se fueron.
La patrona se divorció y decidió cambiar de domicilio particular, pero sin la gatita porque de seguro le recordaba los días felices y dichosos.
CINCO. En la soledad aprendió a vivir
En su casa en la Finca Vigía en Cuba, el escritor Ernest Hemingway tenía cincuenta gatitos. Y uno era el consentido.
Todos los días al comer lo trepaba a la mesa Y le servía leche en un platito hondo y regando unas gotitas de whisky.
En su casa en la ciudad de México, Carlos Monsiváis Aceves tenía doce, trece gatitos. Y cuando tecleaba, Monsiváis subía a uno al escritorio. A su lado. Y a quien contaba las historias de sus crónicas.
La gatita negra del barrio está sola. La hembra más solitaria del mundo.
Y en la soledad aprendió a vivir. Como los jesuitas en el monasterio. (lv)

