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Expediente 2025
Lunes 13 octubre, 2025

Ni modo, cada año la tragedia repetitiva…

1 (Pobres, los más afectados)

Cada año la misma tragedia con la lluvia. Pueblos con deslaves. Cerros arrastrados. Poblados incomunicados. Familias pobres, pobres entre los pobres, en la miseria, perdiendo sus casitas con piso de tierra y techo de palma y paredes de horcones. Y hasta con tablas.
Más duro y rudo, los muertos. Cada año más y más tumbas en los panteones municipales.

Cada vez, como en el éxodo, familias huyendo del rincón más arrinconado del infierno. Incluso, caray, cargando uno o más muertos en las neuronas y el corazón.
Muertos, incluso, ahogados en el río cuando intentaban cruzar a la otra orilla.
Los ríos, arrastrando animales muertos. Vacas. Becerritos. Toros, Caballos. Yeguas. Burros. Perritos.
Y arrastrando a un lado montón de árboles.
De un lado del río desbordado, la muerte. Y del otro lado, la vida. El camino a la parcela urbana. La ciudad, por ejemplo.
Y entre más y más llueve, más amenazadas las ciudades con un tsunami.
Pueblos, comunidades, localidades, aisladas de la cabecera municipal. Incluso, lejos, demasiado lejos de las regiones urbanas y suburbanas.
Calles y avenidas inundadas. Socavones. Colonias bajo el agua.
Vaya, hay reporteros con más de treinta, cuarenta, cincuenta años, etecé, etecé, en el ejercicio periodístico y a la fecha habrán cubierto más de 30, 40, 50 inundaciones.
Y cada año contando historias dramáticas, duras y rudas.
La lucha entre la vida y la muerte al paso de la lluvia intensa y volcánica.
En otros tiempos, por ejemplo, solía afirmarse que las lluvias solían arrastrar las modestas viviendas construidas, unas, en las partes bajas de un poblado pero en terrenos inaccesibles por peligrosos.
En otros casos, casas erigidas en las partes altas, pero de igual modo, accidentadas. Y expuestas a un derrumbe, un alud.
La fuerza de la corriente.
En un primer balance hasta ayer, quince muertos.
Y miles y miles de familias damnificadas.
Los mayores daños que en Poza Rica, Álamo, Tuxpan y Tempoal.
Cierto. Pero de igual manera, nada más terrible y espantoso (y cada año) los estragos en las regiones indígenas de Veracruz.
Ocho en total.
Huayacocotla. Chicontepec. Otontepec. Papantla. Zongolica. Y Soteapan.
Y los valles de Santa Martha (Los Tuxtlas) y Uxpanapa.
En la Universidad Veracruzana, las clases suspendidas en el norte de la entidad jarocha.
Y luego de dos estudiantes fallecidos.
En cada temporada anual de lluvias, los nuevos jinetes del Apocalipsis:
Derrumbes. Inundaciones. Muertes.
Todo indica, nunca, jamás, el Estado ha asumido decisión contundente para garantizar la seguridad en la vida y los bienes de los pobres y de la gente en la miseria y ultra contra súper jodida.
Entre otras cositas y hechos, para la reubicación geográfica de todos ellos.
Tarea titánica, cien por ciento.
Tarea, incluso, apocalíptica.
De hecho y derecho, y sin mayores rodeos, tarea inalcanzable.
Casi casi como intentar volcar de un puntapié el vagón de un ferrocarril.
A: el elevadísimo costo.
B: además del costo social, la compra de terrenos seguros y confiables para la reubicación.
C: la búsqueda de fuentes de empleo.
D: el proceso de convencimiento a las familias para mudar de domicilio.
Más porque significa dejar a sus muertos en el cementerio y que tan importante y vital para ellos.
E: una obra gigantesca donde está probado y comprobado ningún sexenio resulta suficiente.
Por eso, cada año, la misma tragedia.
Los mismos ríos desbordados.
Las mismas inundaciones.
Los mismos deslaves.
Y las tribus gobernantes jurando y perjurando que “no los dejarán solos”.
Y la iglesia católica pidiendo solidaridad.
Simple y llanamente, solidaridad. (lv)


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