Claro, claro, claro, hay discursos más efectivos para lograr el objetivo.
Por ejemplo, la perorata de un político encumbrado.
Nadie puede descartar los discursos de los políticos priistas en el siglo pasado.
Vaya, hasta los discursos de Adolf Hitler significan un antídoto contra el insomnio.

PASAMANOS: Está probado y comprobado que los políticos suelen tener los discursos y declaraciones, alegatos y hasta conversaciones más somníferos.
Basta y sobra con asistir a un mitin y afinar la mirada con lupa para cuantificar, paso a pasito, pian pianito, el inicio de los bostezos hasta que de plano, y como el famoso músico encantador de perritos y serpientes, advertir el cabeceo de la mayoría.
Los políticos, con sus rollos de siempre (incienso y loas a los jefes máximos) y la tonada de la vocecita servil, el ademaneo, gestos y caras hipnotizan con bostezos al público mejor entrenado.
La verdad, el peor sufrimiento de la vida.

CORREDORES: Tiempo existió cuando fue inventando el aplausómetro, digamos, para medir la feroz competencia entre los seguidores de un jefe político por los vítores.
Aquellas jornadas históricas discursivas de las porras.
El ejército de feligreses de la capilla de cada político.
Y como, incluso, hasta un jefe de porras llevaban, entonces, pocos, excepcionales, se dormían.
Luego, descubierta la jugada, desaparecieron las porras y los acarreados dieron rienda suelta a los bostezos camino derecho, derechito, al sueño más profundo antes de la mitad de un discurso.

BALCONES: La cascada de bostezos también suele darse, por ejemplo, con los sacerdotes en el púlpito.
Más, cuando discursean sobre la existencia del cielo y el infierno y de Dios y Luzbel, el rey de las tinieblas.
Y ni se diga en el salón de clases donde proliferan los profes rolleros que ni idea tienen de la materia impartida y se echan los rollos más demagógicos de la historia.

PASILLOS: Vaya, sucede que en el desván el siquiatra suele encaminar al paciente al sueño más envidiable pues el doctor se la pasa hablando, por ejemplo, de las razones de la existencia, y solo queda dormir como el gran escape a los chorizos.
O de plano, ponerse de pie y emprender “la graciosa huida”.
El peor desaguisada sobreviene cuando un lector de periódicos y/o un televidente de noticiero empieza a bostezar leyendo y escuchando las noticias repetitivas.
Y al ratito está cabeceando y con la tele prendida, dulce musiquita arrolladora. (lv)