Y cada vez cuando llegaba en la madrugada a casa en estado de ebriedad, a fuerza reclamaba sexo. Y si la señora Ele se negaba la golpeaba con toda la fuerza de un machito violento en la intimidad.

PASAMANOS: Era grande, gigantesco, el agujero social donde había caído. Y con sus dos hijas. Caray, una de ellas, también divorciada. Y también con par de hijos menores.
Entonces, del pueblo, Soledad de Doblado, partió a Matamoros, donde una amiga de la infancia la esperaba. Ella, dueña de una fondita en colonia popular.
Con la amiga encontró hospedaje. Y como antes de partir del pueblo vendió los muebles de casa reunió fondos para seguir empujando la carreta, aunque la carreta estuviera llena de hiel en vez de miel.
Y al lado de la amiga se puso a chambear.

CORREDORES: Y a chambear mientras se hacía de unos centavos porque el objetivo superior era Texas.
Y de trabajadora doméstica. Igual, la meta de su par de hijas. La divorciada, de treinta años. Y la soltera, de veintiocho.
Seis meses después asestó el segundo paso. Texas.
Y siempre buscando unas muletas para estar, ser y trascender.
Y las muletas, otra amiga, paisana, en Texas.
Y la otra amiga le abrió la puerta en una casa para emplearse de asistente doméstica.
Su fuerza, la señora Ele es una chef. Y con mejor sazón.
Conoce los platillos regionales de la comarca en Veracruz, en su pueblo.
En Matamoros, Tamaulipas, compraba la despensa con los alimentos mexicanos y los guisaba en Texas.
Ella se ganó a la familia a través del estómago.

BALCONES: Y a través del estómago también el par de hijas.
Simplemente, desde que partieron de Soledad de Doblado borraron de su diccionario personal la palabra, el concepto, imposible.
La vida, les dijo, es mágica y se vuelve maravillosa cuando se mira como una aventura.

PASILLOS: La aventura de vivir cada día. Y treparse al ring social con los guantes puestos y con toda la bilirrubina y el buen karma y el mejor fario.
Y por eso mismo, les decía, nada de quejarse porque nada se gana lamentándose.
Incluso, en vez de dolerse de lo que ellas padecieron en el pueblo, alegrarse de que nunca es ni será igual ser pobres en Veracruz a ser pobres en Estados Unidos.
“Aquí estamos” dijo la señora Ele a sus dos hijas. “Y estamos juntas. Y con trabajo. Y hacemos lo que sabemos hacer”.
Tan bien les ha ido que alquilaron un departamento donde los cinco miembros de la familia (la señora Ele, las dos hijas y los dos nietos) conviven dichosos y felices. (lv)