Vacas sagradas
**En la política
**Decálogo del jefe
UNO. Gran tlatoani
“Las vacas sagradas” siempre han existido (y existirán) en la vida privada, y más, mucho más, en la vida pública.
Se parte, digamos, de un principio sicológico y sociológico. Todos los seres humanos (digamos, la mayoría) necesitamos de un tlatoani,
un gurú, que respetar y admirar.
Además, y como afirmaba Régis Debray, hay pocos, excepcionales gigantes, en cuyos hombros hemos de treparnos los enanos.
Y, claro, para mirar lejos. Pero más aún, para sentirnos protegidos y blindados.
DOS. Del hogar a la vida pública
En la infancia, “la vaca sagrada” son la madre y/o el padre. En la niñez, un maestro de la escuela. En la juventud, el compañero en el salón de clases brillando por inteligencia incandescente y talento. Incluso, con atributos deportivos.
Vaya, “vaca sagrada” hasta el galán del grupo y del salón de clases y del barrio y del pueblo.
Y cuando andamos por ahí en la vida laboral, entonces, “la vaca sagrada” es el jefe del departamento. El patrón. El gerente o director general. El dueño de la empresa.
En el camino, “la vaca sagrada” también suele significarse en el Ser Superior. Dios. Jesucristo, Yahvé, Buda, Mahoma, la Santa Muerte, Luzbel, etecé. Etecé.
TRES. Decálogo del jefe
Y si se merodea y anda en política, “la gran vaca sagrada” son, de entrada, el presidente municipal, el gobernador y el presidente de la república.
Y al mismo tiempo (claro, claro, claro), los ediles, los secretarios de Estado, los dirigentes partidistas.
Más considerando la filosofía política y social del dictador Porfirio Díaz Mori de que “el presidente… da y quita”.
El hacedor. El jefe máximo. El guía. El guía político y moral. El Odorico Cienfuegos.
El decálogo vendido en el mercado popular es categórico: “El jefe es el jefe aun estando en ‘pelota’”.
“Al jefe no se le rebasa ni en la carretera”.
“Y si el jefe se equivoca vuelve a mandar y no pasa nada”.
CUATRO. Dioses terrenales
De acuerdo con los expertos en la naturaleza humana, “la vaca sagrada” suele derivar en un dios.
Dios terrenal.
Y es que, con frecuencia, los subalternos convierten a los jefes, a los superiores, en objeto de adoración superior.
Infalibles. Impecables. Buenos. Justos. Excepcionales. Limpios. Transparentes. Íntegros. Honestos. Honrados.
Y de ñapa, generosos y solidarios con los pobres y los jodidos.
Casi casi, un altar en las neuronas y los corazones y un altar (ni se diga) en casa.
CINCO. Show político
En los partidos políticos, “las vacas sagradas” son más notorias.
De entrada, como los artistas, sus vidas, en las marquesinas y los palenques sociales.
Después, reality-show a cada rato en los medios y el Internet.
Luego, la fama pública que ellos mismos (y los familiares) se crean y recrean.
Y al parejo, la fama pública alentada por los subalternos.
Y desde luego, la fama pública construida por los opositores, los enemigos y los adversarios.
“Fuego amigo” le suelen llamar.
Entonces, con tanto incienso, “las vacas sagradas” son encumbradas en el paraíso terrenal más elevado de la vida cotidiana.
Adorados como dioses. (lv)