De fiesta en fiesta
1 (Recrear la imagen de un Veracruz dichoso)
Veracruz, como siempre, está y sigue de fiesta. Más ahora cuando por ahí cacarean que “Veracruz está de moda y hasta en Europa”.
De pachanga de pachanga y de pueblo en pueblo. El ritual de cada año. Ahora, parece, magnificado.
Crear y recrear la percepción de un pueblo dichoso y feliz, quizá.
Pero también, mover la economía. Claro, hasta donde posible sea.
Por ejemplo:
En Xalapa, fiestón con el eclipse lunar y denominado “Luna de sangre”.
Cempoala con el carnaval.
Actopan: feria del mango.
Gutiérrez Zamora: festival de la vainilla.
Nogales: festival del nahual.
Boca del Río: concierto del Grupo Firme.
Xalapa: el ballet ruso.
Tupan: el carnaval.
En Coatzacoalcos, caray, una boa descubierta en un baño público como “la comidilla del día”.
En el zócalo jarocho, festival gastronómico. 500 kilos de caritas y 250 tamales de barbacoa.
Por desventura, la PROFEPA, Procuraduría Federal de Protección al Ambiente, se llevó a precioso tucán a Puebla. Que para sobrevivir en clima ideal.
La gran noticia para olvidar (por un ratito, aunque sea) los tiroteos y el rafagueo a fachadas de comercios y los secuestros y los muertos por la violencia.
En Boca del Río, además, la euforia por comer alitas en un restaurante de plaza comercial donde un Robot trabaja de mesero.
Y en la zona conurbada, taxis eléctricos.
Igual, igualito, que en Japón, el país precursor.
La fiesta para olvidar la jodidez en un Veracruz donde seis de cada diez habitantes viven atrapados en la miseria, la pobreza, el desempleo, el subempleo, los salarios pichurrientos y la migración a Estados Unidos.
Y olvidar, claro, los días y las noches huracanadas y turbulentas.
Con todo, ningún cacareo mediático sobre las fiestas en las zonas serranas de Huayacocotla, Chicontepec, Otontepec, la mayoría de los municipios étnicos de Papantla, Zongolica y Soteapan y de los valles de Santa Martha y Uxpanapa.
Quizá, digamos, porque Huaya y Chicon está más cerca de Puebla que de Xalapa.
Y Papantla de Puebla.
Y Soteapan y Uxpanapa de Tabasco y Oaxaca.
Bastaría referir que más de cien días después, ningún espacio ha tenido Nahle para visitar alguna de las ocho regiones indígenas del estado de Veracruz habitadas por un millón de paisanos.
Allí donde la baja calidad de vida se revuelca cada día y noche.
Una cosita y hecho son las fiestecitas tradicionales en las cabeceras municipales de primero y segundo decibel, y otra, mil, dos mil, tres mil años luz de distancia, las demarcaciones indígenas y campesinas.
Todo mundo, por ejemplo, se centra en la feria de La Candelaria en Tlacotalpan. Pero pocos, excepcionales, más que los lugareños, en La Candelaria de Soledad de Doblado.
2 (Mucha fiesta, música y bailongo)
Con todo, caray, parece (es) demasiado pronto para tanto festín cuando, por ejemplo, Veracruz es un escurridero de sangre femenina y masculina.
Incluso, sangre infantil de niñas asesinadas por una bala perdida y en un fuego cruzado pues, digamos, como afirman los teóricos, “les tocó estar en el lugar equivocado y en el momento equivocado”.
Ojalá y el chamán permitiera que en verdad “la inseguridad baje muchísimo” y que la violencia en los cuatro puntos cardinales fuera como afirman “hechos aislados”, pues, además, pareciera que “ni la burla perdonan” con el discursito.
La vida, cierto, es (y al mismo tiempo) dicha y desdicha.
Amor y desamor.
Vacas gordas y vacas flacas.
Tiempo de tirar cohetes y tiempo de recogerlos.
Temporada de sumar y temporada de sumirse.
Pero millón de veces preferible la discreción política y social con tanto regadero de cadáveres.
Más de mil niños huérfanos, por ejemplo, por los feminicidios.
Allá la (todavía) secretaria de Turismo, tan eufórica y epidérmica como es, se encargue del folklor pues (y por ahora) es su chamba. (lv)