Cardiólogo y escritor
**Profesor memorable
**Hombre del siglo XVIII
UNO. De cardiólogo a escritor
Diódoro Cobo Peña estudió en la facultad de Medicina. Se especializó en Cardiología infantil. Y estableció un consultorio en la avenida Independencia.
Pero su facultad era, primero, magisterial. Y segundo, literaria.
La mayor parte de años de su vida y como parte de aquella vocación tardía impartió clases en el Ilustre Instituto Veracruzano y en la antigua Facultad de Periodismo de la Universidad Veracruzana.
Pero más todavía: vivió los días y los años leyendo e investigando sobre literatura, pedagogía y filosofía.
Caray, publicó siete libros sobre su área académica.
DOS. Un hombre del siglo XVIII
Además, era cinéfilo. Todas las noches, sin excepción, y hacia las nueve de la noche, asistía a los cines locales.
Y, claro, un experto en cine.
Un maestro con tantas especialidades que debió vivir en el siglo XVIII cuando los hombres eran universales.
En un concurso ganó premio de poesía. Su libro, “Perfil de humo”, prologado por su amigo, el escritor, político y filósofo, José Vasconcelos Calderón, el fallido candidato presidencial independiente desafiando al jefe máximo, Plutarco Elías Calles.
TRES. Discípulo predilecto
En el salón de clases, el profe Diódoro Cobo encendía la polémica entre los alumnos sobre el tema del día.
Y alentaba grandes debates a partir de argumentos y razones de peso y con peso.
Y sin permitir chorizos ni rollos ni menos un lenguaje cantinflesco hablando mucho y nada diciendo.
El mismo era una especie de sinodal. De entrada, al estudiante rollero eliminaba en automático.
Tiempo aquel cuando en la generación correspondiente Joel Hurtado Ramón, originario de Alvarado, era un gran polemista en el Bachillerato Nocturno.
Además, un orador extraordinario.
Y muy bien documentado. Leía mucho. Siempre andaba con un libro en la mano para aprovechar los minutos y horas del día.
Vaya, en las noches en el departamento, Joel Hurtado solía organizar concursos de oratoria entre los compañeros de dormitorio y/o de piso como quien, por ejemplo, auspicia juegos de dominó y ajedrez.
CUATRO. En la plaza pública
Luego de clases, el profe quedaba unos cuarenta y cinco minutos en el salón para dialogar con los alumnos que así lo deseaban mientras llegaba la próxima hora para impartir otra materia.
Y en todas las ocasiones, la polémica seguía. Pero el maestro contaba parte de su historia académica en la UNAM y literaria en la Ciudad de México.
Y hablaba sobre las grandes figuras defeñas conocidas.
CINCO. Libros por todos lados
En el consultorio médico le ayudaba una hermana como secretaria.
Los dos, solteros.
El consultorio estaba tapizado de libros en su biblioteca. Y libros en los pasillos. Y libros en la recámara. Y libros en la sala. Y libros en el comedor.
Siempre vivió para leer y estudiar y cavilar.
Y era muy generoso compartiendo sus conocimientos y la información.
Enseñaba a mirar más allá del común de las miradas. Mirar lejos. Mirar el pasado, el presente y el futuro de los hechos.
Y, claro, de los protagonistas de los hechos.
Y siempre a la luz de la sicología. El estudio de las acciones y reacciones humanas.
SEIS. Libros incunables
Por desgracia, sus libros se volvieron incunables.
A partir de su muerte desaparecieron.
Y ni siquiera en la Biblioteca Municipal ni del Maestro existe uno que otro ejemplar.
En un tiempo estelar, en el Instituto Nocturno de Orientación Cultural en la ciudad jarocha estaban sus libros.
Pero desapareció la biblioteca y/o fue actualizada, y sus libros quedaron fuera.
Fueron libros compendio sobre la literatura, la filosofía y la pedagogía… en el mundo.
Un viaje cultural al detalle sobre las grandes tendencias.
Un profesor citable, memorable y recordable. (lv)