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Escenarios
Martes 06 agosto, 2024

Pobres y felices

**Y con esperanzas
**Historia de un reportero

UNO. Pobres y felices

“Entonces, éramos jóvenes y recién casados. Y más, mucho más pobres que ahora. Y la chambita que tenía apenas, apenitas, alcanzaba para ir comiendo “más o menos” con todo y que con frecuencia nos acostábamos sin cenar, pero haciendo el amor.

Luis Velázquez

Y con todo, éramos felices. Más porque estábamos llenos de sueños y esperanzas. Incluso, hasta vivíamos con la esperanza de un hijo.
Yo chambeaba en el primer periódico de los diez en que laboré en mi vida activa y productiva. Y el sueldo era insuficiente y gracias a la austeridad franciscana alcanzaba para pagar la renta en un cuartito más chico que las casitas de Infonavit.
Más, mucho más, porque cada mes vivíamos aterrorizados con la amenaza del casero de lanzarnos.

DOS. Nostalgia por una cantina

A veces, en vez de que ella guisara íbamos a la cantina de la esquina.
En la primera cerveza, un caldito de pescado. En la segunda, otro caldito y dos taquitos. Y en la tercera, otro caldito y tres cervezas.
Luego, la mesera llevaba el menú para la comida, pero nunca, jamás, llegábamos.
Primero, por falta de recursos, y segundo, porque exprofeso nos habíamos llenado y los estómagos satisfechos.

TRES. Se comía bien y barato

Otras veces, en la cena, caíamos de improviso en la casa de algún paisano viviendo en la ciudad como migrante.
Y, claro, caíamos en nombre del paisanaje para visitarse y hacer la vida llevadera.
Si invitaban un taquito, ganancia. Y si pasaba una hora y ninguna respuesta mirábamos, entonces, nos despedíamos con los mejores deseos de volver.
Claro, en las fonditas del mercado se comía bien y barato. Incluso, se tomaba bien y barato.
Pero con todo significaba un lujo. Un gran lujo y que pocas, excepcionales ocasiones nos pudimos dar.

CUATRO. El amor, lo más importante

Regresaba a casa en la madrugada luego de que la edición diaria del periódico era cerrada.
Entonces, jóvenes y mal alimentados, hacíamos el amor como si fuera lo más importante, mejor dicho, lo único en la vida.
Y los dos éramos dichosos cuando sentíamos la luz tibia y fresca anunciando el nuevo día.
Y el desayuno opíparo era un cafecito de olla por lo general sin pan y lo que era un sacrificio porque en la esquina de la casa había una panadería y el olor del pancito recién horneado se multiplicaba en las casas y departamentos de la olla.
Tremendo banquetazo, sin embargo, tomar café respirando el olor de la panadería.

CINCO. La pobreza, buen karma

Dormíamos en un catre que a cada rato se estrujaba por el movimiento telúrico de los dos cuerpos.
Entonces decidimos tender una sábana en el piso y ahí descansábamos, pero más aún, nos amábamos.
Y sentíamos, claro, estar en la mesa de los sacrificios. Pero así, éramos felices, porque la pobreza era como buen karma y mejor fario para retransmitirnos la electricidad.
En el día ella quedaba en casa y la casa estaba limpia, muy limpia, y olorosa a su piel de veinte años.
Y era suficiente para sentir que habitábamos el paraíso terrenal.

SEIS. Jueves de Danzón

En el periódico descansaba el día jueves. Y era otra dicha, porque el jueves en el Zócalo se bailaba danzón con la orquesta municipal y Rosita, la organizadora, solía ofrecer cafecito con pancito luego de la faena.
Y de vez en vez, cuando los donativos eran generosos hasta sabrosas tortitas de “El gallo”, de moda en aquel tiempo.
Tan aplicados éramos en el danzón que en varias ocasiones obtuvimos el primer lugar y el premio estelar era dos tortitas para cada uno con una horchatita.
Nunca hemos olvidado aquellos años duros y rudos y los que, sin duda, nos hicieron invisibles ante la lejanía, el hastío, la ruptura, el enfriamiento amoroso y el divorcio”.


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