de la sociedad con sus relucientes atuendos y las bebidas más caras, ahí puedes topar a los ricos herederos, a los bien posicionados en la sociedad, o incluso a alguna que otra celebridad como Eduardo Granja o Éster Expósito.

Pero en la barra, es donde se reúnen los cazadores y cazadoras en busca de su presa nocturna, junto a aquellos que no lograron conseguir la tan codiciada reservación. Por los rincones, no faltan los típicos "cincuentones" derrochando sus fortunas en botellas de Moët para impresionar a sus novias veinteañeras. Aunque, si buscas el lugar perfecto para los solteros y solteras dispuestos a la acción, la barra del vestíbulo es el lugar indicado.

Aún así, el lugar seguirá siendo la crème de la crème de Veracruz, azotada en un frenesí… donde a veces se consigue soufflé y otras veces… leche cortada.

Esa noche en camino al baño, tuve la grandiosa oportunidad de encontrarme con un error que había cometido cuando tenía diecisiete, dieciocho y por si fuera poco, diecinueve años. Nos saludamos y después pidió que le llamara algún día de la semana, o que le avisara cuando fuese a su restaurante.

No había logrado entender esa situación… ¿acaso todos buscan parejas promiscuas y emocionalmente distantes?

De regreso con mis amigos, mientras degustábamos de unos tragos, me había percatado que no era el único soltero esa noche, a unos cuantos metros, entre las luces tenues y el humo de cigarro se distinguía la inconfundible silueta de una figura reconocida del indoor-cycling local, cuyas clases son tan demandadas como un asiento en palco para ver a los Águilas de Veracruz, quien no me quitaba su mirada de encima, ¡vaya que el universo tiene un sentido del humor peculiar!

Me atreví a devolverle la mirada esperando cruzar alguna que otra palabra, compartir un trago o quizás bailar un poco, pero en cambio, lo único que obtuve esa noche fue una jarra de perla negra estrellada contra mi camisa, un raspón en mis zapatos de diez mil pesos, y pagar mi parte de la cuenta que superaba mi presupuesto de esa noche.

Después de varios tragos, risas y alguna que otra anécdota con mis amigos de toda la vida, llegué a casa a toparme con una inconfundible notificación, era la solicitud de amistad de ese personaje que no me quitaba la mirada de encima.

En ese instante, me quedó claro que esta ciudad no es más que un pintoresco y bullicioso pueblo disfrazado de una metrópolis costera, donde las coincidencias están a la orden del día, y donde los romances van y vienen como las olas del mar.